Hace un año la primavera no esperaba por nadie. El Corte Inglés ya había declarado su particular solsticio cuando, una tarde de sábado cualquiera, nos mandaron quedarnos en casa. Los maniquíes se quedaron desnudos. La primavera se bajó de los carteles publicitarios y se nos escurrió por las cunetas y por las alcantarillas, así que tuvimos que verla marchar desde la ventana, con toda su belleza y esa elegante forma que tiene de asumir las culpas de nuestra inestabilidad. Este año sí que espera, convertida en la primavera de la nueva normalidad, con los mismos colores, el mismo aire tibio y la misma devoción fugaz por los santos y las vírgenes. Antes lo mejor de la Semana Santa leonesa era que estaba llena de leoneses, un oasis pasional de lo que podría ser esta provincia, pero este año ni siquiera podemos disfrutar del retorno de los emigrados ni lamentarnos de lo que seríamos si se hubiesen podido quedar. Las restricciones se lo ponen cada vez más difícil a los hosteleros, a los figurones que cada año quieren demostrar que son el más devoto de su cofradía y ahora también a quienes quieren ejercer su derecho al victimismo.
¿Cuántas veces se nos ha acabado el mundo desde entonces? Esta semana, sin ir más lejos, por lo menos un par de ellas. El lunes nuestras vidas iban a cambiar radicalmente porque la política en esta comunidad autónoma podía dar un giro radical respecto a las últimas décadas. No sé cómo la Tierra puede seguir girando sobre su órbita con esa suficiencia después del fracaso de la moción de censura del pasado lunes en Las Cortes de Castilla y León. Cuando la primavera tomó la forma de un escaparate, casi todos los partidos firmaron un Pacto por la Reconstrucción Económica, el Empleo y la Cohesión Social de Castilla y León en el que todos teníamos que depositar las esperanzas de nuestro futuro. Menos de un año después, los mismos que lo firmaron entonces declararon unilateralmente el final de la pandemia y llevaron la política autonómica a un punto en el que, pasara lo que pasara en la moción de censura, se sabía ya que se escucharían los «estaba claro» desde las cuatro esquinas de esta comunidad de vecinos mal avenidos.
El mundo se nos volvió a terminar el lunes porque el Pacto por la Reconstrucción se convirtió en una especie Pacto por la Contradicción. El PSOE encarnó la mayoría de ellas, alertándonos de la peligrosidad de un gobierno en el que querían entrar manteniendo, curiosamente, a algunos de los que más peligrosos les parecían, porque otra fórmula era imposible, despreciando a los tránsfugas por todo el país e intentando, al mismo tiempo, que aquí alguno se convirtiera en tránsfuga, lo que no debe de estar tan mal considerado si lo hace en su beneficio. Al PP le brindaron la oportunidad de hacer lo que mejor sabe: nada. A veces hacer la nada te convierte en el más responsable, incluso en mártir, como es el caso, y además te aseguras que no metes la pata. Por si acaso no caían en ninguna contradicción, aprovecharon la ocasión para anular el impuesto de sucesiones, lo que podían haber hecho sin la necesidad de que el PSOE hubiera convocado otro fin del mundo. El Partido Popular se tambalea por toda España pero aquí, entre unos y otros, lo consiguen resucitar sin esperar el próximo domingo y sin la necesidad de que se obren grandes milagros. Por su parte, Ciudadanos copió y pegó el discurso que les hizo populares (sin retintín) en Cataluña y profetizó furiosas tempestades provocadas por los que quieren romper el estado autonómico, monstruos de tres cabezas firmando tripartitos y revelaciones varias que da la casualidad de que siempre se le revelan a su líder Igea, el hombre que decide cuál es tu última ronda. Al Pacto por la Contradicción Autonómica también se quiso sumar la Unión del Pueblo Leonés, que dijo que cualquier momento es bueno para desalojar al PP pero no apoyó al PSOE porque no reconoce el debate leonesista. Sí le mantiene, en cambio, su apoyo en la Diputación, a pesar de que allí no se escuchan ni ése ni tampoco otros debates.
El resultado es que, para haber convocado un apocalipsis, las cosas quedaron exactamente igual que llevan estando 35 años. Y, lo que es peor, parece que en realidad lo que han conseguido es perpetuarse, haciendo de la mediocridad bandera, cada uno en lo suyo: el PP en el poder, convertido en víctima y en el más responsable, y Luis Tudanca por su parte como líder de los socialistas, porque al aval de haber ganado las elecciones suma ahora lo obediente que ha sido con las órdenes que le dieron desde Madrid.
Menos mal que el mundo se acabó otras tres o cuatro veces antes de que terminase la semana. Aparecieron 30 millones de vacunas en Italia, como si las conservase Victorino Alonso con aquel famoso truco de ocultar 800.000 toneladas de carbón, y después un barco atolló en el Canal de Suez y todos teníamos que buscar el precipicio más cercano.
Lo nuestro con el apocalipsis empieza a parecer ya una de esas relaciones tóxicas en las que una pareja se deja y, sin haber llegado a reconciliarse, se vuelve a dejar. El mundo se nos acaba demasiadas veces como para poder asumirlas todas.

¿Cuántas veces se acaba el mundo?
28/03/2021
Actualizado a
28/03/2021
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