eduardo-bajob.jpg

Croacia tuvo la culpa

30/08/2023
 Actualizado a 30/08/2023
Guardar

¿Estamos todos? –preguntó el guía por el telefonillo– y la respuesta a coro del grupo de jubilados, como parvulitos, fue «sí... todos».

Estaban cansados de tanto andar, tanto ver castillos, plazas y catedrales que todos resultaban parecidos. «Visto uno, vistos todos» –decían por atrás–. Por no hablar de los nombres de las dinastías y próceres del país, que eran olvidados en el acto, que darían lugar a una larga series de fotos que dormirían en los respectivos telefonillos. De la gente del país, de sus inquietudes y sentimientos nada se dijo por la presura de cumplir el circuito y la dificultad del idioma. Cuando regresaran de su aventura, te contarían lo bonito, lo barato, la gastronomía del buffet y lo encantador del país.

Yo tuve una experiencia cuando en un viaje de trabajo, pasé por Segovia para saludar a un viejo amigo que acababa de llegar de vacaciones. A pesar de la lejanía en tiempo y en distancia, habíamos compartido los mejores momentos de nuestra juventud, viajando de mochileros por el mundo y conociendo gente.

Lo normal hubiera sido hablar de los recuerdos y de cómo nos había tratado la vida. Por el contrario, Felipe –nombre ficticio de mi amigo– sacó el móvil y se puso a mostrarme las fotos de su veraneo, en Croacia y por ahí. Maldita mi suerte. Si yo hubiera sentido interés por ese lugar, nada me hubiera impedido haberme llegado hasta allí; pero mira por dónde, sin comerlo ni beberlo, me enteré de los más prolijos detalles del país, hasta el punto de sentirme casi un croata más.

Aburrido como un hongo, le dije que saliéramos a tomar unas copas a alguno de los pubs de la zona, para vencer mi somnolencia. No había mucha gente en el local y mi amigo aprovechó para repetir el rollo que yo había soportado previamente y la camarera también, por la forma en que ella asentía con la cabeza y avanzaba en el relato cuando mi amigo se atascaba.

Duro oficio de hostelería que te forzaba a ser cortés con cualquier imbécil que te tomaba por confidente. En eso pensaba cuando a la salida, a las tantas, me dijo que en abril se iba a casar con una chica de buena familia, con haberes, y una casa en la calle... Siempre supe que era algo alabancioso, pero había hecho grandes avances.

Sólo pensar en la invitación, las presentaciones y el visionado de los vídeos pensé en delegar estos privilegios a la pobre camarera que, posiblemente por culpa de gente como Felipe, habría dejado la profesión.

Cuando recibí la invitación por ‘wasap’ borré sin paliativos su nombre de mi memoria y perdí una amistad que los años habían borrado, como el polvo en los caminos. Croacia tuvo la culpa.

Lo más leído