Maximino Cañón 2

Cosas de tebeos, cuentos y vida

12/09/2023
 Actualizado a 12/09/2023
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Mi afición por los cuentos, tebeos y demás, era, como para el resto de los niños de la época las aventuras sobre el papel, uno de los mayores placeres de los que disfrutábamos los pequeños, los mayores leían novelas que, aunque no tenían ilustraciones, como a nosotros nos gustaba, tenían mucho texto para leer. En los tiempos a los que me refiero el precio de los ejemplares, con una publicación semanal, costaban una peseta con veinticinco céntimos, precio nada desdeñable para la chavalería que se compensaba con el cambio entre los amigos, al efectuar dicho cambio en los abundantes quioscos existentes donde, además de todo tipo de venta de golosinas y pitillos solo para los de más edad, se efectuaban cambios de las diversas colecciones: Roberto Alcázar y Pedrín, el Guerrero del Antifaz y, como no, el Capitán Trueno asistido con sus inseparables amigos Goliat y Crispín dando mamporros por doquier. El caso era meterme en la cama en compañía de cualquier ejemplar, me daba igual de los que fueran y, si esos no estaban al alcance, no dudaba en llamar a casa de alguna niña del barrio, aunque estuvieran en la cama y, sin ningún rubor (eran otros tiempos), las hacia levantarse en un camisón blanco para que me cambiara algún cuento debido a que los que tenia ya los había leído. Entonces con la tolerancia de su madre se levantaba y me decía que los que ella tenía eran de hadas y que a ella los de guerra no le gustaban, que eran los que yo llevaba para proceder al cambio. A mí, como devorador de cuentos que era, me daba igual de que trataran el caso era que tuviera algo para llevarme a la cama la hora de dormir no sin que al poco tiempo de estar acostado, con la luz encendida que entonces tenia sus coste, escuchara la voz de mi padre diciéndome: «esa luz», cosa que hoy día casi no se considera al estar alcance de la mayoría de los hogares con muy pocas restricciones. He de reconocer que yo no era de los que guardaban los cuentos que compraba, como algún que otro amigo que todavía hoy los conserva como oro en paño. Lo mío, como he comentado anteriormente, era el ‘cambio’ que, por un real de entonces (25 céntimos de peseta), te daba acceso a los números publicados sin tener que desembolsar la una veinticinco que costaba el adquirir cada numero recién salido. No me puedo olvidar de aquellos kioscos precarios en los que, en el mínimo espacio del que disponían, sentado encima de una tabla asentada sobre dos cajones de madera dabas cuenta de la ultimas aventuras de nuestros admirados héroes. En mi caso tuve la suerte que en la plaza de renueva, calle en la que vivíamos, había un quiosco circular regentado por la Sra. Melchora la cual, por razón de vecindad y de amistad, me dejaba leer las ultimas novedades sentado en el suelo del interior, lo cual me permitía estar al día en cuantos a las evoluciones de nuestros personajes plasmadas en el papel y, lo más importante: «gratis». Estos recuerdos los comparto con los amigos del barrio, con especial mención a Raúl, que sigue viviendo en la plaza de Renueva, en agradecimiento a los tomos de cuentos que me dejó y que, aunque él no se acuerde de ello, a mi no se me olvida, los cuales fueron precursores de nuestra afición a lectura en el futuro en cualquiera de sus manifestaciones. Viva la lectura y si es sobre el papel, mejor. 

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