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Como decíamos ayer

02/01/2019
 Actualizado a 11/09/2019
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Las palabras de Fray Luis de León nos dan cuenta de la continuidad del tiempo que, por la razón que sea, dividimos los hombres. Y, aunque el calendario diga lo contrario, todo volverá a ser lo mismo.

Durante estos días se establece una tregua, no como la Tregua de Dios, de las sangrientas batallas medievales, sino por la indolencia y el hedonismo de las clases dirigentes y sus séquitos. Largos viajes, salones de ensueño y espléndidos banquetes. Los ricos –y los políticos lo son– se divierten. Su tren de vida, –pagado por el pueblo– es una satisfacción como cuando en el bar se acerca el barman, y te dice: «Están ustedes invitados». Y qué orondos nos quedamos. Pero, entre toda la jarca, el más afortunado es sin duda Puigdemont, que sabe lo que es tener todo pagado, en Waterloo, nadando entre el lujo y la riqueza. Sería un detalle que nos diera las gracias a los paganos españoles. Mientras tanto, la gente común, en la caravana, en la Puerta del Sol, en el cotillón o en casa, con la suegra, las cuñadas y los rapaces dando la lata.

Los políticos están ausentes pero, por más indeseables que sean, se les espera porque se fueron dejando el país hilvanado. Como los trajes de aquellas modistas de antes. A este respecto, una de las sensaciones más humillantes de mi vida era cuando, en calzoncillos, la modista me subía a una mesa camilla para probarme los pantalones. Luego todos vamos perdiendo la vergüenza y alguno incluso llega a meterse de presidente de gobierno con los amigos más indeseables que se han dado en España, porque hay que ser rastrero para sentarse con Otegui y abrazar a Torra.

Cuando menos lo esperemos volverán las elecciones y ya veremos si otra vez no la liamos, porque la cosa va a ser más complicada dado el cambiante espectro político. Un error funesto fue haber elegido al tal Rajoy, al que debemos muchos de los males que hoy soportamos. Pero el daño causado no autoriza a que Sánchez –y su decadente formación– se arroguen el poder y que se presente como salvapatrias. Va a haber que deshilvanar y limpiar toda la mugre nos deja sucios, que no perdidos.

Pero acaba el Neujahrskonzert de Viena –que me compaña mientras escribo– y ya me voy con la Marcha Radetzky.
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