Dormir es de lejos mi actividad favorita del mundo. Es barata, fácil y por norma general no molesta a nadie. Uno se levanta con las pilas cargadas, las ideas reposadas y el ánimo renovado. Pero a veces la vida te envenena los placeres más sagrados y te despiertas con el cuello más tieso que el de una jirafa disecada por haber dormido en una mala postura. Como ser humano que soy, lo primero que hice fue buscar un culpable a esta situación y la cama victoriana de mi piso se llevó todos los malos pensamientos del día. Entiéndase lo de victoriana no por parecerse en tamaño o comodidad al de la reina de Inglaterra, sino porque debió pertenecer a algún campesino del siglo XIX.
El segundo pensamiento de la mañana fue a parar a la diferencia de clases, a que si yo fuera millonario estas situaciones no se darían en mi día a día y a que seguro que por eso los ricos tienen una esperanza de vida más larga. Les prometo que ese colchón se lo ofrecen a un faquir y les suplica que le devuelvan su tabla de pinchos. Pero cambiar el somier supone una inversión de la que no me quiero hacer cargo en un piso en el que estoy de alquiler y del que acabaré marchándome más pronto que tarde. Además, por el momento no he recibido noticias de ninguna administración que financie cambios de colchones de épocas victorianas.
Lo que sí financian los gobiernos, a cualquier nivel y con un gran presupuesto, es a los medios de comunicación a base de publicidad institucional. Vaya un eufemismo de la palabra ‘amiguismo’.
A mí, como periodista, me puede la curiosidad de saber qué periódico recibe más dinero que otro o a qué radio se le da una palmadita en la espalda por sus servicios prestados. La veda se abrió a nivel nacional con un fantástico trabajo de investigación de El Confidencial, destapando que la SER recibía ocho millones de euros por publicidad del Gobierno de España, más del doble que la COPE. Una materia en la que el Ejecutivo nacional se muestra esquivo para facilitar los datos, más o menos como las demás administraciones. Aunque en este sentido hay que romper una lanza a favor de la Junta de Castilla y León, que, aunque con trabas, lleva años rindiendo cuentas en la materia.
Creo firmemente que en el periodismo hace falta levantar alfombras, somos un sector acostumbrado a hablar de todo menos del propio periodismo. Y la publicidad institucional, el yugo para opinar bien o mal de según quién porque si no te reducen un dinero literalmente caído del cielo, no puede ser un tema tabú en una profesión cada vez más denostada por ambigüedades como estas. Que los medios de comunicación autonómicos y locales también publiquen este tipo de informaciones sobre su competencia también es muy regenerador, pero seamos serios y no omitamos los datos relativos a nuestra propia empresa. Al final del día, tu colchón de lectores seguirá siendo el mismo.