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La ciudad y los perros

22/10/2023
 Actualizado a 22/10/2023
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Mario Vargas Llosa publicó en 1963 su celebrada novela ‘La ciudad y los perros’, obra que supuso la antesala de una fecunda, larga y brillante carrera del longevo escritor peruano. Más allá de la cita, en León el censo canino ha ido aumentado de manera exponencial durante los últimos años, hasta alcanzar cotas insospechadas décadas atrás. Sin embargo, y para desazón de quienes han cargado el muerto de la suciedad urbana a los canes, en absoluto son los culpables de que en algunos enclaves de la ciudad se resuma la porquería y la mugre –que son desechos distintos– en las vías públicas. Sus dueños –al menos una gran mayoría de ellos– son gente cívica y de orden. Conocen sus obligaciones y, por lo tanto, las servidumbres en cuanto a la tenencia de lo que ahora se ha dado en llamar mascotas. A la postre, y así debe entenderse, animales de compañía.

La capital leonesa, con sus defectos y virtudes en relación con la higiene callejera, no es un lienzo sucio en grado superlativo, como hay quien, escandalizado, lo vocea a menudo con altavoz. Mejorable, sí. Sin duda. Igual que en cualquier otra ciudad. Pero no hay más que salir fuera y hacer comparaciones, que no tienen por qué ser odiosas, cual en contrario refleja el adagio. Si la ciudad está sucia es porque se ensucia. La ensucian. La ensuciamos. Y no hay más que darse un garbeo a primera hora de la mañana los fines de semana –sábados y domingos– para ver cómo han dejado el ‘recreo’ esa caterva de bárbaros, que no se respetan ni a sí mismos. Las inmundicias campan libertarias en especial por el casco antiguo, donde los restos de comida grasienta –de ahí la mugre– latas, bolsas de plástico, papeles, colillas e incluso defecaciones y orines, ‘adornan’ el paisaje. Eso ya sin entrar en lo de vandalizar contenedores y destruir mobiliario urbano a manos de los descerebrados noctámbulos de turno.

Por otra parte sí es cierto que las palomas se están convirtiendo en un problema. Estas aladas, de igual forma conocidas como ratas voladoras, empiezan a campar por la ciudad, con el consiguiente deterioro de los inmuebles por culpa de sus excrementos. No es de recibo, no se entiende, que pese a las ordenanzas por parte de las autoridades locales, aún haya quienes, con descaro vecinal, se encargan de surtirlas de alimento, práctica inequívocamente prohibida.

Al grano. En política municipal es habitual que la oposición –que por ahí vienen los tiros– se pase los cuatro años del mandato –que no legislatura– denunciando el estado de la ciudad. Es lo socorrido. De manera fundamental, la limpieza. Y ningún equipo de Gobierno, ninguno, rojo o azul, se ha librado nunca de esas críticas encadenadas, ácidas y repetitivas. No hay más que revisar las hemerotecas. Hágase.

 

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