Ya sé por qué hay tantos escritores en León: es por lo que duran los semáforos en rojo. Las lecturas continuadas de El Quijote, tan cansinas como repetitivas cada vez que llega el Día del Libro, aquí se podrían celebrar todo el año en los semáforos. Si empiezas por «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...» justo cuando pasa el ámbar, puedes llegar perfectamente hasta el capítulo en el que el ingenioso hidalgo se adentra en Sierra Morena antes de que vuelva el verde. El de los semáforos en rojo es un tiempo valiosísimo para la lectura que viene a reforzar la campaña ‘León, ciudad de cultura’, aunque se suela malgastar mirando el móvil o escarbándose la nariz. Hay opositores que encuentran más tiempo para repasar sus lecciones en los semáforos de León que en las bibliotecas. Pero la verdadera inspiración, lo que hace que aquí salgan escritores hasta de debajo de las piedras, no es esa espera sino la semana entera que se nos va desde que el semáforo se pone en verde hasta que el primer conductor empieza a mover su vehículo. Ahí es donde hay tiempo más que de sobra para la escritura, incluso para la más sesuda.
La actitud ante un semáforo en verde define a un pueblo. En el resto del mundo, los conductores aceleran o siguen al mismo ritmo, con la esperanza de que les dé tiempo a pasar antes de que cambie. En León, sin embargo, la actitud de muchos conductores ante un semáforo es verde es la contraria: a ver si me da tiempo a que se vuelva a poner en rojo. Supongo que sea sea para saludar a un conocido que cruza el paso de cebra, comprobar que el del coche de al lado te suena de vista y tener más tiempo para dudar hacia dónde girar cuando vuelva el verde. La única certeza es que no usarán los intermitentes, ese misterio. Al ámbar tampoco le tenemos simpatías, quizá porque no nos gustan las ambigüedades: al verlo, algunos leoneses clavan más el freno que si cruzara un niño detrás de una pelota. Y el coche, claro, cuanto más grande mejor, hasta el punto de que ya hay más audis que adolescentes. Lo del tráfico en esta ciudad, todo un pit-lane de morugos, sólo le puede parecer normal a quien nunca haya conducido por otra.
La zona 30, ya lo he contado, es aquí una redundancia. A más de uno le resulta innecesario alcanzar esa velocidad, loco, qué prisa tienes. Luego están los guardianes de los pasos de cebra, que sí, que esos también votan, los que echan la mañana allí, a ver si paras o no paras, y cuando paras te hacen gestos para que no pares, tira, que a mí me da igual, no tengo prisa ni nada que hacer más que volver al bar con mejor relación entre el precio del vino y el tamaño de la tapa. Las rotondas, da igual su tamaño, su decoración y su condición política (las hay de todas las tendencias) siguen siendo ecuaciones de segundo grado para la inmensa mayoría de los conductores leoneses. Algunos emplean un truco infalible para no tener que parar si viene otro coche al que deberían ceder el paso: no mirar. Hay otro truco muy leonés para cuando preparas una pirula considerable y te empiezan increpar el resto de conductores: saludar y sonreír. El ofendido se queda clavado porque de repente teme haber voceado a un conocido, lo que en León es bastante probable, y el claxon irritante se puede convertir tras unos segundos en un afectuoso pitido acompañado por el característico arqueo de cejas.
Se anuncian para las próximas semanas cambios notables del tráfico en el centro de la ciudad que aún no ha sido peatonalizado. Se abrirá por fin la famosa ronda interior y se cambiará el sentido de algunas de las calles más transitadas. No es un acontecimiento menor. Aumentará la crispación y ya la tenemos por las nubes. Por mucho que se informe, podemos entrar en un peligroso bucle y perder para siempre a algunos de nuestros conductores más lentos e indecisos, que si bien es cierto que tenemos demasiados y todo resultaría más fluido sin muchos de ellos, no podemos permitírnoslo desde el punto de vista del censo. En la avenida Suero de Quiñones, por ejemplo, van a tener que pintar el asfalto como en Londres, «Look right», para que no atropellen a los turistas, aunque tal y como estamos, con las elecciones siempre a la vuelta de la esquina, igual acabamos encontrándonos con un «Avizore a dreita» que termine causando muertes no por atropellos sino por paletismo, patetismo más bien.
Por mucho que avisen, por muchas señales que pongan, los primeros días van a ser divertidos. Nuestros policías locales van a tener que salir de su rutina porque no van a poder dedicar la mitad de su jornada laboral a mirar el cuadrante de descansos. Y, después, cuando parezca que hemos entrado en una nueva normalidad vial, regresarán los emigrados y los que vienen desde los pueblos a ver los toros y las orquestas de San Juan, y volverá la acción al grito de: «Pero si por esta calle toda la vida...». Por muchos y buenos escritores que tengamos, la más certera metáfora de lo que le pasa a esta tierra es el tráfico. En él se puede encontrar la respuesta a por qué León nunca despega: es por ese imposible acuerdo, ni foro ni oferta, entre los que pretenden ir a algún lugar para hacer algo y los que no saben bien a dónde van porque en realidad no tienen nada que hacer. Así que circulen, por favor, circulen.

Circulen, por favor, circulen
18/05/2025
Actualizado a
18/05/2025
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