Hace unos cuantos años coincidí con el buen amigo de Jaén, Antonio Arroyo, que con gran acierto dirigía la emisora Onda Cero en León, viendo la cabalgata de carnaval, cuando la celebración empezaba a tomar protagonismo en las calles y las gentes lucían, sin vergüenza ni recelo, aquellas fantasías en forma de disfraz, y me dijo extrañado que le parecía raro que la mayoría de los disfraces fueran de tela y tejidos gruesos, pero después de pasar un rato en espera, cada uno con la familia correspondiente, se dirigió a mi y me dijo ahora, Maxi, ahora comprendo muchas cosas que, a diferencia de lo que pasa en mi tierra, aquí esta justificado.
El cambio climático aquí, lo que se dice en determinadas fechas, no se nota nada y sigue manteniendo la temperatura que, aunque los de León estamos acostumbrados, no por ello somos insensibles a las bajadas que generalmente, se dan en estas fechas cada año. Hay algo que es inherente a la contemplación del paso de la mencionada cabalgata, como es la presencia de los familiares, generalmente padres, hermanos y abuelos, viendo disfrutar a la descendencia aunque ello acarreé el estar en posición de firmes mientras observamos el paso de la misma que, por cierto, cada año mejora sustancialmente, con el colorido que desprenden los grupos moviéndose al ritmo, entre otras canciones, de la archiconocida «Carnaval, carnaval, carnaval, te quiero» del también conocido y autor ya desaparecido Georgie Dann. Después, como compensación por el aguante sufrido aguantando estoicamente el paso de la cabalgata, lo que adquiere un protagonismo, sobre todo si como he manifestado anteriormente la bajada de temperatura ha hecho mella entre las familias en la calle, es el tomarse un chocolate con churros en la ‘Antigua’, chocolatería que al estar cerca de la plaza de la inmaculada por donde pasa la comitiva, se queda sin mesas ni sitio en el mostrador para degustar esos churros sin grasa para mojar y que, hasta a los no creyentes, les sabe a gloria y, de esta forma, se eleva la temperatura en el cuerpo dirigiéndose uno a casa cenado.
El paso de la comitiva es recibido con gran alegría por los estudiantes que en nada empaña la mala climatología, en su caso, pensando que los dos días siguientes (expresión mágica), ¡no hay clase! Por la noche, ya jugando en otra liga, se prodigan los disfraces de la juventud dando rienda suelta a la diversión, en el mejor sentido de la palabra, lejos de aquéllos años en los que estaban prohibidas las mascaras que ocultaran los rostros con el fin de evitar los excesos que, mediante el anonimato, se pudieran producir. Los chicos nos conformábamos con pintarnos el bigote con un corcho quemado, y lucir un sombrero o boina de los padres con el fin de parecer mayores, o practicando el cambio de sexo vistiéndote de mujer, y viceversa.
Sin olvidar las caretas de cartón que, por un módico precio, se vendían en los kioscos con las demandadas caras de: Indios, Piratas, Gichos así como de un largo desfile de personajes. Con el tiempo las mascaras pasaron a un segundo plano siendo superadas por los «más Caras», pero eso es otra cuestión. A disfrutar, que es de lo que se trata.