Barajan, cortan, reparten. Abres tu abanico, colocas tus cartas por palos y compruebas que tienes Las Cuarenta casi peladas. En tu mente ya se empieza a escuchar algo parecido al arrullo de una paloma, cu-cu-cu,y en ese momento tu compañero decide salir arrastrando de baja. En vano tratas de controlar tus pensamientos, «quién me mandaría a mí sentarme a jugar con este puto inútil», da igual que sea conocido, desconocido, familia o todo lo contrario. Tienes miedo de que lo escuchen los rivales porque dentro de tu cabeza parecen gritos, pero no hay tiempo para lamentos y necesitas buscar soluciones. Si libras, las cantas con todos los honores, la boca se te tiene que llenar de orgullo y satisfacción, «¡Las Cuarenta!», oclusivas, fricativas y palatales llevadas al límite, porque no hay gente más miserable que quienes cantan Las Cuarenta en voz baja, pidiendo perdón, quitándose importancia, como quien te cuenta resignado que se tiene que ir dos semanas de vacaciones a la playa, con tono de sufrimiento, incluso buscando compasión. Se puede cantar Las Cuarenta y acabar perdiendo el juego, pero la forma de anunciarlo a veces es más importante que las propias cuentas. Que se posen hasta las moscas. Es necesario que se enteren también los de las otras partidas. El recurso más efectista es acompañar el cántico con un golpe contundente sobre el tapete, tanto que haga retumbar los vasos, la carta parece que vale más y así, aunque termines perdiendo, el rival pensará «pero cantó Las Cuarenta».
Los naipes fueron demonizados desde el minuto uno de la pandemia, aunque ya hace tiempo que volvieron a cantarse Las Cuarenta por los tapetes de toda la provincia, al menos en aquellos pueblos donde son capaces de juntarse cuatro puntos para echar la partida. Desde hace un par de días, también nos vuelven a dejar apoyarnos en las barras de los bares, y eso ha disparado el número de veces que se cantan Las Otras Cuarenta. Darse la razón sentados no es lo mismo. Con un codo apoyado en la barra y la copa en la otra mano, parece que todo el mundo lo tiene todo muy claro y cuenta a la concurrencia que ha estado por ahí cantando Las Cuarenta a todo el que se menea, al jefe,al compañero, al vecino o al mismísimo camarero. Son, por lo general, conversaciones que suelen encadenar mucho «Y viene y me dice», «y yo le digo», «y me salta», «y yo: ¿perdona?», «y el tío en plan...», «y me vuelve otra vez con lo mismo», «y yo ¿cómo?», «se lo puse muy clarito, ¿eh?», «todavía me venía con cuentos», para terminar con el tradicional «vamos, que le canté Las Cuarenta pero bien».
Antes de que nos dejaran apoyarnos en las barras de los bares, porque obviamente no iba él a estar esperando por el permiso de la Junta de Castilla y León, quien abrió la veda del cántico de Las Cuarenta fue el alcalde de León. Se las cantó al ministro de Fomento en su última visita, y eso que sus compañeros había hecho todo lo posible por dejarle sin triunfo, arrastrando de baja primero, buscándole el fallo después, cortando una y otra vez para intentar desesperarle... Están ya a punto de cargar los ases a las bazas de los rivales. Al alcalde no se le llenó la boca todo lo que debiera al cantarle Las Cuarenta al ministro, porque le temblaba un poco la voz, pero le enumeró los proyectos que tiene pendientes con esta tierra como quien dice «y arrastro de as y vuelvo de tres y son ya todas mías».
Por la ciudad se despertó una cierta euforia y los voceros anunciaron por las calles «¡El alcalde le ha cantado Las Cuarenta al ministro!», así, como si el Ademar hubiera vuelto a ganar la Liga o como si ya pudieran regresar del exilio laboral todos los leoneses que han tenido que irse para encontrar un empleo digno. Cantar Las Cuarenta siempre resulta satisfactorio, incluso en las partidas en las que no se apuesta nada, pero tiene que ser fascinante hacerlo ante un ministro. Confiesa el alcalde, tan cómodo en ese papel de perseguido y apartado, que, desde que le cantó Las Cuarenta al ministro, ha recibido más felicitaciones por la calle que cuando ganó las elecciones. Hay que recordar, porque la memoria es muy fugaz y sobre todo en política, que aquello fue una celebración con suspense porque hubo que esperar al VAR para saber quién había ganado.
Las palabras del alcalde, cargadas de razón, le dan otro empujón en su ya dilatada campaña electoral, que en realidad él había empezado apoyando la moción leonesista, pero surge una pregunta inevitable entre aquellos a los que las disputas internas de los partidos nos interesan tan poco como las bazas sin tantos: además de para darnos sonoramente la razón, ¿de qué nos van servir en realidad a los leoneses? ¿Se realizarán antes los proyectos pendientes? ¿Acaso provocarán todo lo contrario? Cierto que tampoco nos va a ayudar la docilidad de quienes entienden la política provinciana como un trampolín o como regentar una franquicia, pero en la euforia por darnos tanto la razón se aprecia lo poco con lo que nos conformamos. El orgullo, por lo general, no soterra trenes, ni crea plataformas logísticas, ni construye autovías. Si es por hacer pasar vergüenza al ministro, sus palmeros y sus macarras, la misión es imposible: no la tienen. Al final, es algo así como conformarse con haber cantado Las Cuarenta sin preocuparse por quién termina llevándose las diez de últimas y ganando la partida.

Cantar Las Cuarenta
20/06/2021
Actualizado a
20/06/2021
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