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Calamaro leonés

02/07/2023
 Actualizado a 02/07/2023
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Anda Calamaro de gira y me dio por tirar de memoria colectiva para tratar de recomponer aquella actuación del argentino en León, cuando sacó el ‘Honestidad brutal’. Debió ser en Tropicana, aunque hay voces que lo sitúan en la ‘Oh! León’; es lo que tienen los hechos anteriores al cambio de siglo, que internet no sirve para nada, porque prácticamente no hay información de entonces en la Red. En cualquier caso, ‘Andrelo’ salió un poco a trompicones: era su época más estupefaciente, cuando los medios y la industria ya andaban escribiendo obituarios prematuros por si podían sacar tajada de su paso a mejor vida.

De aquellas tenía yo una novia relojera a la que le dio duro el furor ‘calamarista’. Así que se fue al concierto, con un reloj que le hizo para la ocasión y que dejó en recepción del hotel donde se alojaba, tras esperar un rato largo a ver si podía hablar con él. Por allí andaba también una ilustre ‘groupie’ leonesa del cantante, cuyas historias sobre aquella noche y otras más fueron diseminadas con ahínco en los años venideros.

La relación de Calamaro con nuestra tierra tuvo otra manifestación que también ha sido difundida de manera amplia: su vecindad con la Casa de León en Madrid, en la Calle Pez. Cuentan las leyendas que en sus años más tóxicos había tales farras por allá que los representantes de nuestra sede en la capital del reino se dejaron los dedos en llamar a su timbre y en marcar el número de la policía para aplacar semejante jaleo.

Precisamente en Madrid le vi cuando el ‘Honestidad brutal’. Fui con mi colega Carles y un amigo argentino de éste. Sólo yo tenía entrada, así que nos pusimos preguntar en la puerta hasta que aparecieron los reventas con sus precios demenciales. Nos estábamos yendo cuando nos encontramos a unos chavales que debían tener 16 años. Con la cara cubierta de viriles lágrimas de rabia, contaban que no les dejaban pasar por ser menores. De inmediato la peña empezó a arremolinarse y ofrecerles panoja gansa por sus entradas, pero uno, con el pecho henchido de dignidad, dijo que no, que sólo las venderían al precio que les costaron y a fans de verdad. Y que la prueba sería el primero que les dijese tres canciones del último disco. Allí estuve yo, tampoco muy rápido, porque los buitres que rodeaban a los chavales no debían ser muy fans, y respondí con éxito. Gracias, chavales desconocidos. Y gracias también al amor por la música y, sobre todo, a la memoria, que pocas veces me ha abierto puertas como entonces.
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