Esta palabra por sí misma puede ser referida a multitud de cosas y situaciones más o menos sugerentes. Cuando uno era mas joven (lo mismo se puede aplicar ahora) esta palabra tenía un extenso campo de aplicaciones. En la niñez, y debido a la poca disponibilidad económica, nos teníamos que conformar con ir al ‘carrin’ instalado en plena calle a comprar una bola de anís al precio de cinco céntimos de aquellas pesetas de antaño. Lo cierto es que con una cierta frecuencia se emplea con una clara connotación masculina.
A lo que me refiero, y que hace algún tiempo le vengo dando vueltas, es a la presencia de esas grandes bolas de cemento instaladas en el suelo de la plaza de botines formando parte de la decoración de la citada plaza. Esto viene a colación por algo que, por segunda vez, fui testigo en pasadas fechas, como fue la caída de una persona al tropezar con una de ellas. La idea de quien ordenara instalarlas no era mala, pues se entendía que le daba un toque atractivo que embellecía los alrededores de la citada plaza de Botines.
Esto que aquí plasmo no deja de ser una opinión personal originada por las veces que paso por allí sorteando las mismas, por si las moscas. El caso es que todo lo que contribuya a dar vistosidad y originalidad a lo que aquí tenemos y que, a falta de otras inversiones, bueno es para compensar, en parte, las demás carencias que en León tenemos.
Yo creo que esas grandes bolas cuya finalidad, creo, es, además del perseguido adorno de esa parte de la plaza, evitar que los coches, aunque es una zona restringida, puedan subirse a la parte dedicada a los peatones. De lo que no cabe la menor duda, y yo no lo dudo, es que de quien fuera la idea de instalar las mencionadas bolas, lo hizo con el fin de plasmar su impronta para la posteridad, o parte de ella buscando la diversidad en el llamado mobiliario urbano , o de adorno ciudadano.
Como aquí somos de sacarle punta a casi todo, y máxime en estas fechas vacacionales en los que tenemos tiempo para discurrir, me parece oportuno distinguir las bolas de cemento en la plaza de Botines de aquellas que, en la clase, contestaba un niño a la profesora refiriéndose a las bolas de Billar, que así se llamaba el nombre de su amigo.
De lo que no cabe la menor duda, y de lo que tenemos que, junto con los otros monumentos, sentirnos orgullosos por la cantidad de visitantes que estos meses nos visitan dando vida a nuestra ciudad.