Cometí hace tiempo un error horripilante que de vez en cuando regresa para torturarme. Entonces, cuando metí la pata, lo primero que hice fue esconderme debajo de una mesa. Cuando escampó, mi siguiente decisión fue no regresar nunca más por ahí, al ‘lugar del crimen’. Por eso me sorprendo cuando veo casos como lo sucedido las pasadas Navidades: En TVE hubo un programa en el que un grupo de tuiteras se ponía a visionar especiales de humor de hace varias décadas –Arévalo, Martes y Trece y movidas por el estilo– con cara de estar oliendo materia fecal y, acto seguido, procedían a moralizar sobre lo contemplado, calificándolo de machista, homófobo, racista o lo que procediese.
Resulta que, al poco de la emisión, comenzaron a circular tuits de una de las participantes en dicho espacio. En ellos, hacía bromas machistas, homófobas y racistas en términos no muy distintos a lo se criticaba de otros en el programa de TVE. Es más, ella misma reconoció ser racista, aunque se auto-exculpó argumentando que estaba cambiando y que apenas quedaba en ella nada de aquella que atacaba con saña a gitanos o chinos.
Entonces llegaron las habituales críticas hacia la cadena pública por gastar el dinero de los impuestos de los ciudadanos en semejantes historias. Sin embargo, a mí me interesa otro aspecto: cómo alguien se atreve a criticar en los demás lo que ella misma hace. Es decir, qué mecanismo opera en la cabeza de una persona para atreverse a atacar a otras con aquello que debería esconder. O, dicho con una imagen, regresar al ‘lugar del crimen’ y montarle un pollo a un policía porque no le ha tratado de «usted».
Todo esto se produce, además, en vísperas de la conmemoración del cuarto centenario de Moliére, el gran dramaturgo francés. Una de sus obras principales es el ‘Tartufo’, en la que un falso devoto se dedica a criticar por «impío» el comportamiento de unos burgueses mientras les va estafando su fortuna. En cambio, él es indulgente hacia sus pecados y se permite caer en vicios como el de la carne. Y los timados, tan contentos.
Hay que valer, realmente. Presentarte ante tus semejantes con el dedo acusador, repartiendo carnés y predicando lo contrario de lo que haces. En cualquier caso, resulta interesante pensar qué sociedad ha propiciado que esos casos vuelvan a darse. Hace 400 años el dogma religioso y la fe eran coartadas para bloquear los mecanismos de la razón. Ahora, lo cristiano ha desaparecido prácticamente de nuestra vida cotidiana, pero el intelecto sigue encontrándose con obstáculos ‘tartufianos’.

Auto-exculpación
09/01/2022
Actualizado a
09/01/2022
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