18/05/2025
 Actualizado a 18/05/2025
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No siempre pudimos estar, pero estábamos siempre. Para empezar, en aquel partido inaugural, ante el Lugo, con el sol quemándonos las pestañas en la primera parte y la brisina de finales de agosto despidiéndonos con el sabor de la victoria inaugural. El ritual de ir a por la bufanda, el regalo de la camiseta, el sentir unos colores (es un decir: el ‘no color’ blanco), el pasarlo bien.

Luego llegaron las cifras estratosféricas, las ventajas salvajes respecto al segundo clasificado (apenas vistas en las competiciones nacionales durante esta temporada), por supuesto, las cagadas absurdas que le pusieron un poco de emoción (angustia habría que decir, más bien) para los partidos del final.

También estábamos en el baloncesto, en una temporada espectacular en el Palacio. Palmando en casa algunas veces, sí, pero siempre con una alegría que te borraba de un plumazo todos los problemas y miserias acumuladas durante la semana en tu centro de trabajo. Este último empate ante el Fibwi de Palma, con una remontada espectacular, pone un broche de oro a todo lo vivido en los últimos meses.

Queda todo para la última jornada ante el Andorra, propiedad del investigado por presuntas corruptelas junto a Luis Rubiales, Gerard Piqué. Estaría bien pasarles por encima y, de paso, beneficiar a nuestros vecinos ponferradinos. Pero también hay que estar preparado para el mayor de los bochornos, el quedarse con cara rara y mirando al suelo. No pasa nada, estamos acostumbrados. Es lo bueno que tiene curtirse en la derrota.

Quién me iba a decir a mí que, en este otoño de la vida, me encontraría con un amor futbolero de este calibre. Yo, que lo único que sabía del equipo de mi ciudad era que el Tío Antonio había sido presidente hace unos cuantos años (me enteré precisamente leyendo el periódico, al encontrarme con una foto) y que la cosa no había acabado muy bien. Más adelante, en los partidos a los que acudí por alguna razón peregrina, no sentí la llama de la pasión. Reconozco que también influyó la siempre oscura negatividad que se adueña de los espíritus jóvenes cuando se pierde. Es cierto que cuando las cosas van bien todo el mundo se sube al carro y surgen los «siempre creí». Siento que no hay que ser de los que van apuntando la matrícula todo el tiempo, haciendo tests de cuánto has gritado en los córner y cuántas veces has causado baja. Volviendo al principio, no siempre pudimos estar, pero estábamos siempre. ¡Aúpa, Cultural!

 

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