La cofradía de Angustias –la más antigua de la Semana Santa de León– celebra hoy la Fiesta de la Virgen de la Alegría, una conmemoración apenas conocida por el gran público –siempre dio la sensación de ser festividad doméstica–, pero, por el contrario, de profunda raigambre en la historia de la penitencial del corazón orlado y la sarga negra. En otros tiempos, muy alejados de la memoria, el auge de este ceremonial, mitad urbano y mitad eclesiástico, brilló con luz propia en la ciudad, según lo acreditan viejos y variados documentos.
La fiesta, que se enmarca en el jubiloso domingo de Pentecostés, atesoraba hasta hace unos años –no tantos– una peculiaridad que la hacía, aún, más especial. La habitual misa que todos los domingos y feriados de precepto se celebra en la iglesia de Santa Nonia –sede de la mariana cofradía y de la de Jesús Nazareno– vivía algo especialísimo en esta fecha de la Pascua. O algo inusual: el canto de los pajarillos en el interior del templo, antes y durante la celebración eucarística. Alegría. No todo debe ser tristeza, lágrimas y penas virginales, pensarían aquellos históricos leoneses con especial devoción a María.
¿Y cómo llegaban los pájaros a la iglesia? ¿Acaso por voluntad propia? No. Eso sería poco menos que un milagro. La solución venía dada por parte de varios destacados hermanos de la cofradía, quienes, gustosos, los llevaban desde sus domicilios o negocios hasta la llamada capilla de Santa Nonia. Que así es como la definen los papones. El fondo de la cuestión suponía verificar que, efectivamente, era jornada de alborozo y fe.
De entre las varias familias que se imponían esta servidumbre anual, cabe destacar la de los Canuria, con Lorenzo, el padre, y más conocido en todo León por ‘el Maestro’, a la cabeza. Y, por su templanza, con el corazón, cuando de ‘su’ cofradía se trataba. De manera, que las parejas de canarios y jilgueros, quienes durante el año alegraban la zapatería que regentaba (junto a sus hijos Joaquín y Félix) en la plaza de San Martín –también conocida por plaza de las Tiendas y hoy, de forma coloquial, como Barrio Húmedo– las trasladaba a la iglesia, donde eran colocados de manera estratégica en el oratorio que titula la esposa del centurión Marcelo, santo y patrono de la ciudad. Sin la menor duda, aquello suponía una inequívoca seña de identidad de los hermanos ‘angustiosos’.
Sin embargo los tiempos cambian. Y, con ellos, las personas. Y los modos de entender la vida. Hoy, en la iglesia de Santa Nonia, a mediodía, también se escuchará el canto de los pajarillos. Y el templo parecerá que el cercano jardín de San Francisco ha invadido sus muros. Ahora bien, será mediante cinta grabada o cualquier otro artilugio que imponen las actuales tecnologías. Sonará lo mismo. Pero no lo será. Aquella dulzura pajaril se perdió.