Entrevisté a Alan Moore. Bueno, para ser sinceros, le envié un cuestionario por email. Fue antes de Semana Santa. El hombre se demoraba y se demoraba. Yo le preguntaba a su mánager y ésta me decía que respondería «pronto». Pero seguía pasando el tiempo y nada. Así que cuando ya lo daba por perdido, un día recibí un ‘email’ con un texto de 32.000 caracteres. Pensé en la cantidad de tiempo que había invertido aquel señor de luengas barbas blancas e igualmente larga cabellera en responder las preguntas de un miserable admirador leonés. Pensé también en la generosidad de sus respuestas, sin esquivar puntos incómodos. Pero, sobre todo, pensé en qué iba a hacer con todo el texto (aproximadamente dos tercios) que no me iba a entrar en página.
Moore presenta en España ‘El Gran Cuando’ (Nocturna), primera entrega de una serie de novelas sobre Londres que presenta la capital inglesa como una ciudad imposible y lisérgica, oculta bajo las apariencias. Quienes hayan probado el LSD, encontrarán la descripción seguramente más atinada de los efectos de la dietilamida. Quienes no, podrán hacerse una idea de lo que se pierden. Comparte con ‘From Hell’ no sólo la ubicación, sino también esa pasión por la psicogeografía, por rastrear el pasado en los mensajes codificados que contienen los espacios de la ciudad.
No lo pude evitar y braseé al venerable anciano anarquista con lo nuestro. Comparé su ciudad, Northampton, con León. Ambas, con una rica historia romana y medieval, semialejadas de la metrópoli y con jugosas leyendas. Le pregunté si, para ser contada, una ciudad precisa ser Estambul, Buenos Aires o Jerusalén.
«Lo que un lugar necesita para contar su historia es, en una palabra, narradores», me respondió. «Tu comparación entre León y Northampton suena muy apropiada, tanto por la riqueza de sus historias como por su relativa oscuridad. Sin embargo, creo que probablemente no hay un solo centímetro cuadrado de tierra que no pueda convertirse en significativo o mítico mediante la aplicación de una investigación suficientemente penetrante y una poesía suficientemente intensa. Las grandes ciudades suelen atraer a más escritores, que tienden a escribir sobre las metrópolis que las rodean. Por eso mis dos novelas anteriores, ‘La voz del fuego’ y ‘Jerusalén’, están ambientadas en Northampton, en un intento de corregir este desequilibrio. Creo que ésta es la mayor aplicación práctica de la psicogeografía: incluso los lugares más oscuros y aburridos pueden, con el suficiente esfuerzo literario, reencantarse literalmente y revelarse como territorios gloriosos y legendarios que pueden hacer que sus habitantes se sientan mejor sobre el lugar en el que viven y, por extensión, sobre sí mismos. Estoy seguro de que lo único que le falta a León es alguien que le dé voz».