Yo también creí haber descubierto aExtremoduro antes que el resto. Seremos unos diez o doce millones de españoles los que pensamos que habíamos sido los primeros en lograr un hallazgo único, los mismos que años después nos sentimos profundamente defraudados cuando otros diez o doce millones de españoles los descubrieron y los más pijos de cada lugar lucían camisetas de ‘Iros todos a tomar por el culo’ sin darse de que iba precisamente por ellos. Son los mismos que ahora se confiesan afectadísimos y compiten por demostrar quién era más fan. Hasta Vox ha manifestado sus condolencias por Robe Iniesta. Puf. A través de la historia del grupo se puede entender la historia de la música española de las últimas tres décadas, no sólo por las letras sino también por los formatos. Por las letras, porque en sus principios nos parecía muy transgresor (¿transgresivo?) decir «voy a hacer un tambor de mis escrotos» y ahora resulta hasta suave en medio del perreo que llena las pistas de bailes machistas. Por los formatos, porque quienes nos creímos fugazme descubridores del «cada vez que la miro, me pongo palo» copiábamos casetes de aquellas macarradas como si traficásemos con oro y ahora son otra lista de reproducción más en tu biblioteca de Spotify.En Benavides de Órbigo, siempre pioneros, contaban que cuando se copiaban unos a otros las cintas en los radiocasetes de doble pletina todos iban añadiendo de su cosecha un erupto en medio de la canción y, claro, al final, había más eruptos que música. Eso sí que era, literalmente, canción protesta. Normal que de allí acabara saliendo mi grupo favorito: Catalina Grande Piñón Pequeño.
La muerte de Robe Iniesta llegó prácticamente a la vez que la de Jorge Martínez, mítico líder de Ilegales. Al conocer las dos noticias, un ingenioso tuitero decía «Rosendo: si me lees, vete a hacerte una analítica, por favor». No tenían nada que ver entre sí y más que probablemente no se soportarían el uno al otro, pero dejan lecciones similares porque eran dos de los músicos españoles que mejor estaban envejeciendo,al contrario que otros de nuestros ilustres carcautores que se siguen arrastrando por los escenarios sin voz y, la verdad, anuncian tantas veces su adiós que terminan pareciéndose al pelma al que cada vez que se despide le viene a la cabeza otra idea que matizar y no te deja ir en paz. Bien es cierto que Robe envejeció rozando demasiado a menudo la cursilería y Jorjón con mucho guitarreo pero sin rastro de aquellas demoledoras letras que le dieron fama nacional en los ochenta.
Todo era histriónico en el caso de Jorge Martínez.Creo que se hacía el loco más de lo que estaba. Sus conciertos serán especialmente recordados, no sólo por los himnos que escribió y que hacían al personal flotar literalmente entre la multitud, sino también por lo que él llamaba «mensajes publitarios» entre canción y canción: «Señora, si su hijo no caga, dele Cagalín, verá cómo se que caga hasta en su puta madre». O el célebre «Señora: dele a su hijo hostias Prim.¡Tienen maaaás Dios!». Llegó a las fiestas de Prioro en tiempos de Operación Triunfo y, desde la distancia, no sabíamos si seguía la orquesta telonera o ya habían empezado a tocar los Ilegales, hasta que escuchamos:«Un día estaba poniéndome fino en la trastienda de un bar con Joaquín Sabina y me preguntó que cómo había yo podido escribir lo de ‘jóvenes cantantes hacen el ridículo en viejos festivales’, y ahora que toda España está pendiente de una gorda oligofrénica que no es que no sepa cantar, es que ni siquiera sabe hablar, puedo gritar: ¡Joaquín, el tiempo me ha dado la razón!». Sí, habían empezado Ilegales. Mi hermano y yo aprovechamos un descanso para ir a pedir a la barra y, con su cabeza igual de despejada, los camareros le confundieron con el cantante y nos invitaron. «Tocad la de ‘Hola mamoncete’», nos pidieron. Mi hermano asentía mientas daba tragos a todos los cachis para que no se nos cayera nada.
Las de Robe y Jorjón son lecciones que van más allá de la música. Ambos lideraron grupos que ni nacieron ni crecieron en Madrid, esa ciudad a la que muchos siguen yendo para cumplir su sueño de ser artista, como si allí fuera más fácil, como si fuera el único cielo que deja lucir las estrellas. Ilegales directamente combatió, en el tiempo y en la forma, con la Movida madrileña que, promovida o no por el ayuntamiento, creía haber inventado el mundo y que el resto de España era un lugar del que huir por su olor a ajo, abono y matanza. Extremoduro nació en Plasencia y allí fue donde esta semana murió el mesías que había sido capaz de conseguir que los adolescentes se interesasen por Antonio Machado, Miguel Hernández o el almibarado Pablo Neruda. No sólo vivieron lejos de la capital sino que además llenaron sus letras de referencias a su tierra, desde el ‘Extrema y dura’ a ‘El norte está lleno de frío’, una vinculación al territorio que les hizo más creíbles y, desde luego, más admirables. Así que vaya aquí, con todos los respetos, mi erupto de veneración. Doble.