Una torre del siglo II, un cauce seco y un promontorio sagrado

Ruta por las tierras atávicas del Jamuz, la Maragatería, la Sequeda y la Valduerna

D.L. Mirantes
08/08/2022
 Actualizado a 08/08/2022
La torre de Fresno de la Valduerna con el santuario de la Virgen de Castrotierra al fondo. :: E.P.F.
La torre de Fresno de la Valduerna con el santuario de la Virgen de Castrotierra al fondo. :: E.P.F.
La Valduerna, el valle del Duerna, el río estacional y no regulado que desciende por las faldas del monte Teleno, adorado como dios por Astures y Romanos, proveedor de oro para los ocupantes y de referencias para los pobladores de unos territorios que solo han recibido atenciones para esquilmarles el oro, la madera, el agua, el viento y en los últimos años hasta el Sol. Una corteza terrestre de robles, encinas, pinos y tierras áridas en los altos y fértiles en la vega, donde un sistema secular de pequeños pozos riega la modesta producción de minifundios de cereales, patatas, poco maíz y menos remolacha y algunas vides, la mayor parte de ellas recientemente recuperadas. Campos que alimentan pueblos antaño de piedra, tapial y tejas, hogaño entreverados de chalés de ladrillo visto y mortero monocapa, naves con tejados de asbesto o chapa y cierres de hormigón. La comarca está prácticamente fuera de todos los circuitos, también del turístico, no por falta de atractivos. Entre ellos se cuentan los propios de los espacios sin condiciones o ambientes extremos y no colonizados por las industrias. La humildad de quiñones, tierras de labor y un río sin la espectacularidad que suelen vender las agencias de viajes y las redes sociales, pero con el silencio, los cielos sin líneas de alta tensión o los intensos vientos que, sin embargo, no entran ni en el soto ni en el monte. En ellos crían jabalíes, corzos, zorros, conejos, pocas liebres, grajas, milanos reales, pájaros carpinteros, mirlos, golondrinas o vencejos comunes. Los rebaños de ovejas pacen adiles y rastrojos hasta el buen tiempo, cuando suben a los puertos. Al margen, de las merinas, son escasas las ganaderías, prácticamente sin vacas y con algunos caballos y burros. Este es, a grandes rasgos, el territorio que hoy se propone visitar al viajero, en una bucólica jornada cargada de etnografía, con los pies en la tierra y sin más pretensiones que pasar el día pacientemente al aire libre en el polo opuesto de la masificación. No se pueden esperar comodidades. Si hay curiosidad, la recompensa llegará en forma de experiencia y no se descarta algún tipo de epifanía. Las mejores épocas son el otoño y la primavera, seguidas del invierno, porque las hierbas están bajas y el frío agudiza las sensaciones. En verano, las altas temperaturas y el viento habitual son demasiado hostiles, pero el río desaparece y recorrer una parte del cauce seco es una actividad genuina, altamente didáctica y, a buen seguro, memorable.

La ruta propuesta gira sobre el eje de La Valduerna, pero se extiende al Valle del Jamuz, a la Maragatería y la Sequeda. La propuesta obliga a manchar las botas y la carrocería. Quien pueda, lo disfrutará mucho desplazándose en bicicleta.


Enoturismo de leyenda


La primera parada es Herreros de Jamuz, donde se recomienda contratar —previamente por teléfono o por la web— la ruta de enoturismo de Fuentes del Silencio en turno de mañana, con un paseo en todoterreno por las viñas recuperadas por este proyecto empresarial, cuyas prácticas agrícolas se pueden calificar en gran medida de agricultura heroica. Es muy interesante la visita a las viñas de Torneros de Jamuz, las más elevadas, donde también hay buenas vistas y un rincón muy agradable para detenerse unos minutos. En la bodega, por supuesto, se recomienda catar los vinos —el conductor deberá ser responsable— y disfrutar de la rehabilitación arquitectónica del edificio que la alberga. Si aprieta el hambre, el personal de la propia bodega puede organizar o recomendar diferentes opciones, aunque la primera opción que proponemos es volver a coger ruta y comer en la siguiente parada: Santiago Millas.
Desde Herreros de Jamuz, se avanza hacia el oeste, remontando el río, hasta Quintanilla de Flórez. Esta carretera, más bien camino asfaltado, facilita al viajero el tránsito tanto físico como intelectual por el territorio en el que se haya. En Quintanilla de Flórez, se gira a la derecha por la LE-133, que ya tiene dos carriles bien definidos y deja a la izquierda un paisaje que no permite descansar la mente del viajero. Hasta Destriana, son 10 kilómetros, 9 minutos, que delimitan un paisaje, a la izquierda de la marcha, de 10.000 hectáreas de matorral y monte bajo, que hasta 2012 fueron de grandes pinos, devorados por el fuego, escasamente repobladas y, por si el viajero todavía necesita artillería para seguir reflexionando, en el punto de mira de macroproyectos solares. El incendio fue un infierno y ahora quieren convertir el terreno en una caldera.Desde Destriana se continúa hasta Santiago Millas, una de las capitales del cocido maragato y uno de los pueblos que mejor conserva la esencia de la zona. Para bajar el contundente almuerzo se puede dar un tranquilo paseo por el pueblo o visitar el Museo de la Arrería Maragata —mejor contactar antes de la visita—.El paisaje genuino de la SequedaCon fuerzas renovadas, la ruta cruza la Sequeda por las localidades de Curillas y Tejados por la CV-193-7, otra carretera agreste, ideal para rebajar el ritmo de la vida, ya de por sí ralentizado por el cocido degustado. En ambas pedanías se puede parar para admirar el mimo y decoro con el que se conservan las casas que quedan en pie e imaginar el destino de las muchas que ya han caído. Los más originales encontrarán motivos de sobra para fotografiar. Al margen de las paradas, el trayecto de 14 kilómetros hasta Fresno de la Valduerna, lleva unos 20 minutos.En Fresno se puede dejar el coche al final de la calle Delicias. El recorrido circular propuesto es de unos 10 kilómetros, pero la marcha reposada que exige puede llevar la duración hasta las tres horas o más, en función del tiempo que duren las paradas y de la senda escogida.De la torre al santuario por el ríoEn la salida de Fresno de la Valduerna, se toma el camino que sale a la izquierda y enfoca a la siguiente parada, la torre recientemente restaurada, cuyo origen se remonta al siglo II. Posteriormente sirvió como anexo de una construcción mayor, hoy desaparecida. La intervención ha servido para construir una escalera interior que permite alcanzar unas vistas privilegiadas de la zona, con un hermoso paisaje desde el que también se divisan granjas de nueva construcción, por si el viajero todavía está ávido de paradojas y circunloquios. Se propone seguir el camino, que gira ligeramente a la derecha, hasta dar al camino asfaltado que lleva a Villalís de la Valduerna.Se puede hacer un alto para tomar algo en el bar y, luego, encaminarse hacia el río. Entre los meses de junio y octubre, en función de la climatología, el viajero tendrá la posibilidad de adentrarse en un paisaje poco conocido. El agua desaparece por completo, convirtiendo en un cauce en un camino encajado en un bosque de ribera que a tramos se convierte en auténtico túnel de vegetación, con un frescor y una intimidad ascéticos. Si la tarde va declinando es posible que los mosquitos reclamen su tributo. Se recomienda avanzar por el cauce, tratando de evitar las torceduras de tobillos, hasta pasar la localidad de Posada de la Valduerna. Cuando el caminante se tope con unas grandes piedras a modo de presa deberá coger el camino a la izquierda, avanzar entre la chopera y salir a campo abierto, para girar a la derecha hasta Valle de la Valduerna.
Fuera de los meses estivales, el paseo por la margen izquierda es tan o más atractivo como por el cauce, con claros que permiten admirar tablas de agua cristalina y numerosa avifauna, incluso algún corzo refugiado hasta el ocaso. En este caso, al llegar a Posada, se deberá continuar por la carretera o por algún camino hasta Villamontán, donde tomar la carretera hasta valle.


Un promontorio sagrado


Desde Valle de la Valduerna se avanza por el paseo peatonal hasta Castrotierra de la Valduerna, donde también se recomienda hacer alto en el bar para prepararse física e intelectualmente para la subida al santuario. Desde el alto, con la Virgen tan venerada en su altar, el viajero podrá sentir el magnetismo de un promontorio expuesto a los cuatro puntos cardinales. Si, además, se ve como el sol se esconde detrás del Teleno, los sentimientos experimentados se vuelven atávicos, incluso se le puede escapar al viajero algún aullido.

Llegado a este punto, el viajero deberá decidir si regresa o prefiere tomar otro camino.
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