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Manual para reírse sin ganas

30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
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Pocos cuadros pueden resumir mejor la personalidad de un artista que la versión de ‘El jardín de las delicias’ que el dibujante Lolo coordinó hace ahora cinco años. No tiene nada que ver con el resto de su obra, pero sí con su forma de ser: consiguió implicar a un centenar de personas en la realización del gran mural (6 x 5 metros), algunas de las cuales nunca habían cogido un pincel en toda su vida, dividiendo cada fragmento entre diferentes colectivos que, como diría un político, sumaron esfuerzos para conseguir una pieza descomunal que absorbe durante un buen rato la atención de cualquiera que lo vea. Hay muchos detalles por descubrir, desde un personaje literalmente con una flor en el culo al propio Lolo, desnudo, tirando de un pellejo de vino, junto a Wally, otro personaje que, como el dibujante fallecido esta semana, intenta pasar inadvertido entre la multitud sin conseguirlo nunca. Lolo lo miraba orgulloso, pero su orgullo, como escribió en su día el periodista Nacho Barrio, era siempre compartido.

Bajo ese mural, instalado definitivamente en la feria multisectoral de Fabero, se celebró ayer un homenaje a Lolo con motivo de la inauguración de la Feria del Esoterismo y las terapias alternativas, la que él creó, impulsó y la que estaba preparando cuando su corazón falló («nos falló a todos», escribía el otro día en este periódico Noemí Sabugal) en la madrugada del pasado lunes. ¿Cómo cerrar ahora una semana que empieza con una noticia así? ¿Cómo cerrar una semana durante la que la frase más repetida por las cuatro esquinas de esta provincia ha sido «pues tengo yo en casa guardado un dibujo suyo que me hizo una vez en»...? Diana Martínez, que creó junto a él a Xardón, un duende que les contaba a los niños la historia del Bierzo en tres libros maravillosos, recordaba entre lágrimas que, cuando los iban a presentar y ella tenía miedo a hablar en público, Lolo le decía al oído que se imaginara que estaban todos desnudos. Si eso no valía, le pedía que imaginase que eran todos sus amigos, que la iban a apoyar pasase lo que pasase y que no la iban a juzgar. Y eso, ayer, en Fabero, no hacía falta imaginárselo.

No hubo minuto de silencio, sustituido por una de las canciones favoritas de Lolo, ‘She’s a Rainbow’, de ese grupo al que los aficionados se refieren como los Rolling y los entendidos como los Stones. No en vano, como dice hoy Darío Prieto, Lolo era un rockero sin rock. Llegué ciertamente temeroso y a varias personas cercanas les comenté que «conociendo a los personajes que van a esa feria, no me extrañaría que alguno quisiera contactar con Lolo», a lo que varios me contestaron: «Conociendo a Lolo, no me extrañaría que respondiese». A esa hora, una medium llegada de Canadá congregaba a sesenta personas en su charla, las terapias alternativas abordaban de las formas más rocambolescas los problemas más repetidos de nuestro tiempo, los puestos vendían pendientes, colgantes y fórmulas magistrales contra todo tipo de males y los niños aprendían a decorar calabazas. El cielo se había puesto negro como el luto que Lolo guardó siempre, ahora sabemos que de forma preventiva, y todas las miradas se habían teñido de tristeza.

Como en aquella brutal columna de Pedro G. Trapiello, nos hemos quedado todos ‘Obligados por tu última sonrisa’. En el caso de Lolo, no era precisamente la suya, sino las que despertaba en todos los que le conocieron o le leyeron. Él no hubiera consentido lo contrario, así que toca reírse aunque no tengamos ganas y recordar esta mañana una viñeta que publicó hace justo un año. De una tumba, uno de sus escenarios recurrentes, salía un comentario que, visto ahora, une humor y drama al más puro estilo Lolo: «Gracias a la tontería del cambio horario, hoy seguiré muerto una hora más». También una de sus viñetas llegó esta semana a las Cortes de Castilla y León, quizá lo más parecido al Infierno en la Tierra para Lolo, portada por Luis Mariano Santos, el portavoz de la Unión del Pueblo Leonés (el partido en el que el dibujante militó fugazmente) y en la que también había referencias a la muerte, concretamente la de la Mesa por León, a la que lloraban unas cuantas plañideras con el mismo cinismo que los políticos que la crearon primero y la dejaron morir después. Me alegra especialmente que los procuradores tuvieran que escuchar el nombre de Lolo y ver, aunque fuera con su mirada de suficiencia, una de sus viñetas. Él decía a menudo, siempre quitándose mérito, que con personajes así, con declaraciones así, se lo ponían muy fácil para despertar una carcajada a los lectores.

Lo cierto es que ahora, sin Lolo, resulta imposible encontrar la gracia a una panda de impresentables que criminalizan a los que no les dan la razón y se atreven a reírse de los parados, diciendo que en esta comunidad autónoma sí que hay trabajo pero lo que no hay son ganas de trabajar. A los políticos de otro tiempo (2006), les dijo Fulgencio Fernández en la presentación de ‘20 años de histeria’, un resumen de la obra de Lolo hasta entonces, que si encontraban maldad en los chistes era porque la ponían toda ellos, que en eso nada tenía que aportar el dibujante. Esa maldad, a la que sin duda contribuimos los periodistas, genera una maraña de letras que ya nacen condenadas al olvido, una inmensa bola de noticias que crece y crece tratando de convencernos de su importancia, engullendo y escupiendo víctimas sin piedad, y no se detiene ni siquiera cuando se baja un tipo tan grande como Lolo, que nos deja muchas lecciones pero no tuvo tiempo de enseñarnos cómo tenemos que hacer ahora para que no escueza tanto cuando nos reímos sin ganas.

Hubiese sido más fácil llorar, cabrón.
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