31/05/2020
 Actualizado a 31/05/2020
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Con las banderas a media asta van saliendo al sol los cuerpos entumecidos. Cuesta volver a relacionarse si no es a través de la pantallita, mirarse a los ojos, como si a todos nos hubiesen salido en este tiempo otras diez capas, una por cada semana de confinamiento. Entre nosotros, un muro de metacrilato no nos deja olernos ni manosearnos, anunció el profeta Veneno. Hay una primera capa que tiene que ver con el contagio, una distancia de miedo, pero hay otras capas que se endurecen entre aquellos para los que no has encontrado un solo momento en todo el confinamiento.

Con las banderas a media asta volvemos a buscar sitio en las terrazas. La mirada se afila porque ahora todas parecen la de un chiringuito playero en agosto. Entre las conversaciones repetidas, a cada rato se inicia una nueva partida de ajedrez, paciencia y estrategia para averiguar los siguientes movimientos del personal, los huecos que se generarán, los ángulos muertos del camarero, mirando con odio lo que le queda de consumición a las familias o a los grupos de amigos que se cuentan problemas demasiado parecidos a los nuestros, calculando el tiempo que tardarán en levantarse y decidiendo dónde situarse para estar en el momento adecuado en el sitio oportuno. Antes de sentarnos exigimos que nos desinfecten escrupulosamente mesas y sillas, aunque luego, con las burbujas, terminemos bebiendo de los vasos de los demás.

Con las banderas a media asta en el Congreso de los Diputados se llaman unos a otros terroristas y golpistas, aunque su inmensa mediocridad ofendería incluso a los auténticos terroristas y a los verdaderos golpistas. La bronca trepa por los crespones negros. A veces tienes la sensación de que hay un pacto entre ellos para que ninguno llegue a hundirse del todo, que cuando un partido ya no puede resultar más patético sale su rival al rescate.

Con las banderas a media asta en la Junta de Castilla y León se reparten cargos sin pretender disimular siquiera su condición de trileros (triperos quería poner el corrector). Brotes súbitos de dignidad terminan en dimisiones, y su consabida ausencia termina en nombramientos que nadie puede creer, ni desde el cinismo extremo de sus discursos, que serán positivos para los contribuyentes. El tetris de sus intereses siempre les termina encajando. Los huecos son cosa nuestra.

Con las banderas a media asta en el Ayuntamiento de León celebran plenos en los que votan prisas y poderes, una cosa y su contraria, unos se sorprenden de que otros pretendan cumplir las promesas electorales (que eran demasiado parecidas a las suyas), nunca es el momento, todos se contradicen y se desdicen y, al final, lo único que nos queda claro es que no están hablando de nosotros, que sus problemas no se parecen en nada a los nuestros.

Con las banderas a media asta hay más síndrome de la trapa bajada que de la cabaña, más ganas de opinar que de trabajar. Muchos empleados temen su suerte pero no quieren salir de su erte. Muchos empresarios no se contienen ante la posibilidad de meter las manos en las arcas de todos.

Con las banderas a media asta resulta evidente que no hemos aprendido nada. Curiosa forma de honrar la memoria de 30.000 muertos.

Con las banderas a media asta cualquiera diría que estamos de luto.
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