Volando hacia Sevilla

Por Marina Díez

31/08/2023
 Actualizado a 31/08/2023
Noelia y Maika García.
Noelia y Maika García.

Siempre me atrajo la luna, sobre todo, cuando está llena. Tan redonda, tan luminosa, tan mágica. Por eso cuando David me invitó a dar un paseo por el santuario de la Virgen de Castrotierra me apunté al plan sin pestañear. 

Preparé mi mochila minuciosamente. Un pantalón largo y una sudadera para cuando anochezca, un bocata, algo de fruta y una botella de agua, la cámara de fotos… Una hora de coche y estaríamos allí. La luz del sol mezclada con las nubes y el templo hacía del camino de subida una postal espectacular. Me imaginaba cómo debía ser el ascender por allí sin el coche, rodeada de gente, en romería, con el traje tradicional y un pañuelo en el pelo. Por un instante dejé de escuchar el reggae de mi amigo, en mis oídos retumbaban la dulzaina, los panderos, ¡hasta las castañuelas! Las voces de las mujeres y los hombres de la Valduerna entonando jotas. Y me acordé de Marta. Le encantaría estar aquí conmigo, nos reiríamos, cantaría y yo escribiría algún poema que me corregiría. Los pendones rozarían el cielo…

El coche se detuvo, y con él mis ensoñaciones. Al bajar ya se notaba fresco, el atardecer hacía de las suyas con pinceladas rojas y ocres, parecía el reflejo de las piedras del muro. Cogí mi mochila, sopesé si ponerme los pantalones largos, pero aún aguataba la fresca. Me veía preciosa con lo que llevaba y quería alguna foto para mis redes sociales. 

Rodeamos el templo. David dibujó algunos trazos en su cuaderno, decidió cual era la mejor perspectiva y comenzó con las fotos. Entre tanto el astro sol se iba despidiendo poco a poco de nosotros, majestuoso, por detrás del muro. Se hizo de noche, las mismas nubes que hicieron precioso el anochecer nos estropeaban el divisar en todo su esplendor a la luna, una luna llena enorme que asomaba como podía entre ellas. 

Alcé la vista al cielo y titubeé, a veces, me cuesta reconocer mi atracción por ella.

– David, yo no me voy de aquí sin verla entera. Es tan bonita. Me noto tan pequeñita debajo de ella.

Sus ojos me miraban de manera diferente. Sonrió.

– Vale, pues damos un paseo a ver si despeja.

La poca luz de la luna servía de farola. Descendimos por la parte trasera del templo. Allí nos cruzamos con una señora del pueblo, era mayor, se notaba su pelo gris recogido en un moño bajo, su falda por debajo de la rodilla y sus zapatillas de cuadros de andar por casa en los pies. Los hombros y brazos estaban protegidos por una toquilla negra de ganchillo que le abrazaba. Seguramente la habría tejido ella.

– Niña qué envidia, si yo fuera más joven me uniría a ti en esta noche. Disfruta.

– ¿Cómo dice?

– -La luna es perfecta para la manteca y los bailes. Aunque tienes distracción. Elijas lo que elijas, disfruta.

La mujer miraba a David con ojos depredadores, como si un cazador estuviera delante de su pieza. Lanzó unos susurros al aire que no llegué a escuchar. Me agarró por los brazos zarandeándome de manera divertida y acercándose a mi oído me pareció oír:

– De zagal en zagal, de encina en encina voy volando hacía Sevilla. Disfruta chiquilla de la luna. ¡Ay si fuera más joven! Iría contigo, íria…

– Bueno señora, yo creo que va siendo hora de que regrese al pueblo, que se le hace tarde. ¿Quiere que le acompañemos?

Mi amigo interrumpió a la mujer, se le veía divertido, pero a la vez inquieto. Ella hizo un aspaviento con la mano derecha como diciéndonos quita-quita y adiós, continuando su camino de subida al santuario.

– -Tienes un imán para la gente rara –se reía mientras rodeábamos el templo para volver al camino de subida. 

Me encogí de hombros.

– Era una mujer interesante, igual escribo sobre ella.
– ¿Y sobre mí?
– Sobre los dos. 

Cruzamos suspiro. Sentí una atracción enorme hacia ese hombre de ojos castaños con arrugas en la mirada y manos ásperas. Jamás le había visto así. A la luz de la luna era muy atractivo. Notaba su corazón a mil revoluciones. ¿O era el mío? De como de ahí pasamos al coche en un acto de lujuria y desenfreno sin precedentes no sabría explicarte. 

– Espera, espera. ¿Qué te has acostado con David?
– ¿De todo lo que te he contado lo único que te escama es eso?
– Hombre, es que no pegáis ni con cola.
– Toda la noche, amiga, hasta el amanecer. Y ¿sabes lo más curioso? 
– Que te gustó.
– Claro que me gustó, pero no. Lo más extraño fue que al bajar de nuevo con el coche al final del camino estaba la mujer con un puesto de estos medievales lleno de cosas que poder desayunar.
– Vamos, que volviste contenta de la Valduerna y bien desayunada.
Conchi. ¡céntrate! Esa mujer, era rara.
– Será que es una bruja. De las de carne y hueso, de las de pueblo. 
– Como de pueblo.
– Sí, mi madre me contó de pequeña que mi tío cuando trabajaba de albañil en la montaña se encontró con dos. Eran madre e hija y parecían normales. Como el pueblo estaba lejos de cualquier hostal ellas le alojaban en la casa mientras hacía las obras. Le dejaban el escaño de la cocina, porque era la habitación más caliente, por la cocina de leña. Una noche dice que mientras ellas creían que dormía, las vio entrar en la cocina y coger de la alacena manteca, se desnudaron ambas y se untaron con ella. Llevaban escobas en la mano y diciendo «De zarzal en zarzal y de encina en encina, voy volando hasta Sevilla».
– ¡Hala! Se parece a lo queme dijo la señora, pero yo al entendí de zagal en zagal.
– Que no, que mi tío dijo que era de zarzal en zarzal. Cuando ellas se fueron él repitió exactamente lo que había visto. Se desnudó, untó su cuerpo con la manteca y apareció al momento en un bosque que no conocía, rodeado de mujeres desnudas que cantaban y bailaban en círculo. Le dolía todo el cuerpo, estaba lleno de arañazos, como si hubiera caído dentro de unas zarzas. Se asustó tanto que cerro los ojos y apretando fuerte la escoba repitió «de zarzal en zarzal, de encina en encina, yo me vuelvo a la cocina». Y se despertó por la mañana en el escaño, desnudo y lleno de arañazos.
– ¿Y qué le dijeron las mujeres?
– Nada. Hicieron como si nada. Él terminó la obra y se marchó. Jamás volvió a trabajar en casa de ninguna mujer que viviera sola. Se ve que nos cogió miedo.
– ¿Y tú crees que en luna llena si hacemos eso iremos a Sevilla?
– Marina, por favor. Una cosa es escribir relatos con tintes mágicos y otra que te creas estas chorradas.

Pasó casi un mes, estaba en Sopeña y había luna llena de nuevo. La señora en Castrotierra retumbaba en mi cabeza. El tío de mi amiga Conchi también. ¿Cómo se dirá? De zarzal en zarzal o de zagal en zagal. La abuela sigue guardando manteca para hacernos pastas en la despensa. Todos están dormidos y la escoba del corral da el pego como que es de bruja, que está hecha con escoba del monte. Venga bah, me desnudo, unto mi cuerpo con eso pensando en lo suave que es y en cómo lo quitaré después, que es una guarrada lo pringosa que estoy.

– De zarzal en zarzal, de encina en encina, voy volando hasta Sevilla.

Los latigazos en los brazos y las piernas fueron el instante que tarde en volver a abrir los ojos. ¡El frío que hacía! Me encontraba desnuda en el monte, cerca de un grupo de mujeres también desnudas. Conocía bien la zona, ¡No era Sevilla! ¡Era Grulleros

Una mujer, con arrugas como pasas me cogió de la mano llevándome al círculo. 

– Me diste envidia la luna pasada, niña. Tuve que volver una vez más.

¿Era la señora mayor del templo? ¡Hostia! ¡Que era la bruja de la Valduerna! Y yo, yo bruja también con ella. 

– Niña, para otra no digas de zarzal en zarzal, que te dejas el cuerpo hecho un asco. Úntate con aloe y bebe mucha infusión de orégano y se te pasará. Para otra hazme caso y di de zagal en zagal. Verás cómo te lo pasas antes de aparecer aquí.
– Entonces, ¿Estamos en Sevilla?
– Mejor, estamos en nuestra montaña.

Archivado en
Lo más leído