Lejos de limitarse al golpe de efecto, todo esto responde a una intención: ‘Play’, su nuevo ballet abstracto en dos actos, trata –como dice el título– del juego. De su importancia, de cómo lo abrazamos en la niñez, de la alegría, la experimentación, el placer de jugar sin filtros. Y del peligro de olvidarnos de él. La primera parte, de color blanco, muestra la diversión de la infancia mediante acrobacias, cuerdas y todo tipo de objetos. En la segundo, el tono cambia: gris, sombrío (también el vestuario), consecuencia de las responsabilidades de la edad adulta; eso incluye el trabajo, la sumisión a la autoridad, la obsesión con los horarios de la sociedad industrial y con lo productivo. Los movimientos, antes fluidos, se vuelven mecánicos, repetitivos, con guiños a Chaplin y sus ‘Tiempos modernos’ o a Tati y su ‘Playtime’.

Alexander Ekman (1984) está considerado uno de los nombres esenciales del ballet de este siglo, un agitador de la escena contemporánea. Formado en el Royal Swedish Ballet (1994-2001), bailó en el NDT neerlandés y el Cullberg de Estocolmo hasta que, con apenas 22 años y tras solo un lustro como profesional, se volcó en la creación. Ha elaborado más de 50 trabajos para compañías como Viena, Montecarlo, Goteborg, Berna, Boston o Sydney. Con Cacti aspiró al premio Olivier en 2010, y ha alzado el National Dance Award y el Faust. Siempre innovador, también dirige documentales, es músico y locutor de radio, colabora con Mats Ek o con Alicia Keys y ha creado instalaciones para el Museo de Arte Moderno de Estocolmo.
En la espectacular ‘Play’, que a ratos recuerda a Pina Bausch, evoca la época de la infancia con una coreografía rápida, engarzada con inteligentes transiciones y llena de inventiva, precisión y capacidad de sorpresa. Aparte de entretener, lanza preguntas y reflexiona sobre el significado del juego y de la madurez. Y lo hace sin perder su ironía, sus toques de humor absurdo y hasta cierta excentricidad.