Ya os he contado que pocos colegas he encontrado tan meticuloso, documentado sobre aquello que protagoniza sus recuerdos e imágenes y libre en sus opiniones como Fernando Rubio, que rompe, más bien destroza, el tópico del fotoperiodista que llega, dispara su cámara y se va. Fernando contextualiza la imagen, recuerda a los protagonistas, de muchos es amigo, de algunos conocido, se ayuda de su riquísimo archivo y no es menos importante una excelente memoria, por más que lleve varias décadas viviendo lejos de León pero no alejado de esta provincia y su circunstancia.
Al retomar este ‘León de Fernando Rubio’ ocurre lo de todas las semanas, primero elegir el tema y después, seguro, en el archivo de los años 70 de Fernando Rubio están las imágenes que lo ilustran. El verano ha tenido un color, el negro de los paisajes después del fuego, y una sección, poco querida pero inevitable, sucesos, la llamada crónica negra. Volver sobre incendios forestales sería reabrir días tristes, abordar un asunto del que ya están saturados los lectores... por ello nos quedamos en los sucesos, ¿cómo se abordaban en los setenta en esa sección que, define Rubio, como «lo que nadie quería mirar»... pero todos acaban mirando. «Tengo muchas más fotografías, pero algunas nunca verán la luz», advierte el fotógrafo, recordando algo muy habitual en su profesión, aquello que la razón, la lógica y la humanidad convierten en necesaria autocensura.
Tiene primero un recuerdo para dos clásicos de las crónica de sucesos en los años setenta: Joaquín Nieves (en Proa) y Marcelo Martínez Aláiz (en Diario de León), el primero de ellos tan ‘especializado’ en el género que llegó a ser conocido entre los colegas con el cariñoso apodo de El decano del crimen, pues ya jubilado siguió cubriendo las noticias, escuchando las emisoras de la policía... Recupera Fernando Rubio el recuerdo de un personaje muy real de un grande de la literatura leonesa, el periodista Marcos Parra de ‘Las estaciones provinciales’, de Luis Mateo Diez. Una frase de la novela refleja el oficio con la maestría que solo lo puede hacer el lacianego, de quien hace unos días afirmaba el asturiano Fulgencio Argüelles: «Luis Mateo es el mejor escritor vivo, un maestro». Escribía Diez, en 1982: «La vida corre como un rumor por las calles y plazas, bares, despachos, domicilios, afueras y poblados».
Una cita muy apropiada para este regreso, con días otoñales, para iniciar la quinta temporada de esta sección, El León de Fernando Rubio, que además «coincide con el 55º aniversario de mis inicios como reportero gráfico en nuestra ciudad de León. Confío en que esta repetición de cincos, y la convicción de que ‘no hay quinto malo’, sirva para mantener vivo el interés del lector».
Distingue Fernando dos etapas en la sección de sucesos en los años 70, hasta 1973 y aún más hasta 1975; y después de la muerte de Franco y el fin de la dictadura. «En la primera época llenaban las páginas sucesos como:
- Incendios: En viviendas del casco antiguo, fábricas textiles o zonas rurales.
- Robos: Desde hurtos en comercios hasta asaltos a mano armada en bancos.
- Homicidios: Tratados con cautela, a menudo bajo titulares ambiguos como ‘Tragedia en el barrio de San Esteban’.
- Accidentes: De tráfico o laborales en la construcción.
- Suicidios: Con frecuencia disfrazados con expresiones como ‘fallecimiento inesperado’ o ‘caída accidental’.
Y a partir de 1973 y, sobre todo, 1975 la sección pasó a llevar en sus páginas «huelgas, las famosas tractoradas y atentados. El seguimiento de la actualidad se volvió tan intenso que implicó a la práctica totalidad de la redacción».
Y al recordar las redacciones recupera Fernando Rubio el ambiente en las mismas, su concepción del periodismo con los medios que había y las características de aquel tiempo de cambio y cambios;las define con una curiosa expresión: La trinchera. «Vuelo a los recuerdos de aquellos setenta. En León. La redacción de un periódico provincial no era un lugar de confort, sino una trinchera. Un espacio donde se libraban batallas diarias contra la escasez de medios y la urgencia de contar lo que sucedía en la calle. Era un lugar austero, pero vivo, en el que no había ordenadores, ni pantallas, ni grabadoras digitales. Solo mesas sencillas, máquinas de escribir Olivetti, teléfonos de baquelita y ceniceros llenos. La atmósfera era densa, una mezcla de concentración y humo. El ritmo lo marcaban las teclas, los timbres del teléfono y las voces de los redactores que entraban y salían con sus libretas». No hace falta recordar que nada llegaba por correo electrónico, ni siquiera por agencias. « Había que salir a buscarla. Los periodistas llamaban a comisarías, cuarteles de la Guardia Civil y a la Casa de Socorro, o simplemente caminaban hasta allí. La buena relación con los agentes era clave: un gesto, una mirada, una frase entre líneas podía ser suficiente para construir una noticia. Como bien se decía en la época, «en la Casa de Socorro sabías si el herido había llegado consciente, si había sido un accidente o una pelea. No había parte oficial, pero bastaba con hablar con el practicante».
Ése era el ‘plano general’, sobre los sucesos concretos volveremos el lunes; hoy solo avanzamos algunas fotografías.