Seguramente Sorolla haya sido uno de los pintores más dotados de los últimos dos siglos, contemporáneo de la revolución artística que supuso el impresionismo, y aunque tuvo mucho éxito ha quedado, sin embargo, algo marginado en la Historia del Arte. Es un caso inquietante y es difícil entender la causa de por qué no acaba de tener un lugar preeminente.
Sorolla era capaz de pintar cualquier cosa, su maestría se ha atribuido especialmente a la representación de la luz, pero el dibujo, el color, la expresión y la composición son igualmente importantes. Es posible que, paradójicamente, su perfección formal unida a la elección de determinados temas le alejara de lo que fue luego el futuro. La España luminosa, las escenas costumbristas y, en definitiva, la preponderancia del placer estético, la belleza y la felicidad le fueron arrinconando frente al surgimiento del pesimismo, el noventayochismo, la España negra, las paletas oscuras y, finalmente, las vanguardias, decididas a romper radicalmente con el pasado.
Aunque también tiene obras maestras oscuras y de crítica social, sus cuadros mostraban la dureza de la pesca, la precariedad del campesinado o niños huérfanos tullidos con tanta belleza plástica que, en cierta medida, neutralizaba su posible denuncia.
Representar lo rural muchas veces, frente a lo pujante que fue lo urbano, o embarcarse en esa ambiciosa misión encargada por la Hispanic Society de Nueva York para retratar a las gentes de España representando oficios, vestidos populares, folclore y rincones provincianos que han ido desapareciendo, le fue arrastrando hacia atrás en el tiempo y llevando su genio el estatus antiguo de pintor oficial acabando por desmontarle de la vanguardia internacional que podía haber liderado para descender al localismo. Y todo ello en un momento en el que se producía la mayor crisis habida en el género de la pintura, cuando ya existía la fotografía, cuando él mismo la conocía muy bien porque su suegro fue un importante fotógrafo, un pintor que se había pasado a la fotografía.
La exposición de su obra, que se puede ver en la Térmica Cultural de Ponferrada hasta el 13 de octubre, reúne 40 pinturas originales, trajes y joyas que le sirvieron de modelo, además de una inmersión en realidad virtual que se ha desarrollado a partir del mundo del autor.
Sorolla ganó su presente y perdió, en cierta medida, el futuro, dejando una legado pictóricamente extraordinario. La institución que alberga la muestra, por ejemplo, pertenece a un mundo industrial que no asoma por ningún sitio en la obra del pintor, en la cual no recordamos haber visto ni un solo cuadro siquiera con luz artificial. Las joyas y trajes que se muestran en vitrinas, como modelos reales de sus pinturas de indumentarias típicas regionales, lo empujan hacia el pasado y, por ello, la ampliación, a través de las nuevas tecnologías de la imagen, con proyecciones de sus obras agigantadas y dinamizadas, se vuelven un espectáculo un tanto desconcertante que el visitante de la exposición no sabe bien cómo interpretar.