En verano, toda Europa se llena de certámenes de ópera al aire libre, la mayoría en enclaves históricos excepcionales: Verona, Taormina, Bregenz, Caracalla, Torre del Lago… Desde 1996, se sumó a esa lista St. Margarethen, una antigua cantera romana de 2.000 años, patrimonio cultural de la Unesco. Cada año, más de 200.000 espectadores (unos 5.000 por noche) viajan 60 kilómetros al sureste de Viena, casi hasta la frontera con Hungría, y disfrutan del escenario más grande del continente (7.000 metros cuadrados), con paredes de roca y una acústica única.
Sin embargo, la ubicación no lo es todo, y en el festival austriaco se toman muy en serio el nivel artístico, que crece edición tras edición. En la de 2017, varios nombres en boga de la lírica actual coincidieron en ‘Rigoletto’ (1851). Para empezar, el de Vladislav Sulimsky (1976), uno de los barítonos más solicitados del repertorio de Verdi. El bielorruso, solista del Mariinsky desde 2004, justo después de ganar el concurso Korsákov de San Petersburgo, ha encarnado a otros personajes fundamentales del compositor, como Iago en Viena o el Marqués de Posa en Baden-Baden. Su ‘Macbeth’ gustó tanto en Salzburgo en 2023, junto a Asmik Grigorian, que ambos repitieron en 2025. En St. Margarethen, en la piel del bufón de la corte Rigoletto, desplegó su elegancia vocal, amplitud y convicción actoral.
Cines Van Gogh retransmite este jueves 30 a las 19:30 horas una grabación en directo de aquella producción. En el papel de la inocente Gilda, hija del protagonista, brilló la soprano donostiarra Elena Sancho Pereg, cuya agilidad y dominio de las coloraturas ha impresionado en el Liceu (‘Werther’), en Berlín (‘Ariadne auf Naxos’) o en el Real (‘Arabella’). Nominada a los premios Faust y reconocida por la revista ‘Opernwelt’ como cantante revelación en 2015, aquí cae en los brazos del Duque de Mantua (que en este montaje se denomina herzog, en alemán). Lo interpreta el ganador del premio Belvedere Yosep Kang, tras su paso por Dresde, Hamburgo, Múnich o Roma.

De la dirección se encargó Philippe Arlaud. El parisino es un veterano de la escena, con más de un centenar de títulos a sus espaldas, siempre responsable también del diseño de luces y de los decorados. Igual que su ‘Tannhäuser’ de Bayreuth de 2007 (con el que se convirtió en el único regista francés junto a Patrice Chéreau invitado al certamen en 140 años), en ‘Rigoletto’ primó el color vivaz, el ritmo de la acción, el enfoque abstracto, las ilusiones ópticas y el uso de vídeos digitales, que se proyectaron en la roca. Por su parte, el vestuario de su habitual colaboradora Andrea Uhmann diferenció cromáticamente a los personajes: el rosado casto de Gilda, el rojo de los cortesanos y el séquito del villano, el negro casi fúnebre del bufón.
En cuanto a la batuta, la empuñó la alemana Anja Bihlmaier (1978), una verdadera pionera: primera mujer en el foso de St. Margarethen en toda su historia, como también sería la primera directora invitada de la Filarmónica de la BBC (2024) y en el festival de Glyndebourne (mismo año). Titular en La Haya, invitada frecuente en la Nacional de España y especialista en música sinfónica (Mahler, Dvorak, Britten), aquí subrayó la complejidad de los personajes y los claroscuros de la instrumentación del maestro de Busseto. Solo un curso después debutaría en Viena con ‘Fígaro’.
Junto a ‘Il trovatore’ y ‘La traviata’, de 1853, ‘Rigoletto’ conforma la llamada ‘trilogía popular’ de Giuseppe Verdi (1813-1901), que dejaba atrás los extenuantes ‘años de galera’, ese período en el que escribía sin parar –17 títulos en apenas una década–, trabajos forzados que le dieron de comer y labraron su fama, pero en los que musicalmente seguía muy anclado a las fórmulas del bel canto. A partir de esta trilogía (protagonizada por seres marginales: gitanos, prostitutas, un bufón jorobado) su estilo se fue refinando, como también los libretos. El de ‘Rigoletto’ lo firmó su fiel Francesco Maria Piave, con el que colaboró hasta en once ocasiones (entre otras ‘Macbeth’ y ‘La forza del destino’), y adaptaba ‘El rey se divierte’ (’Le roi s’amuse’), obra de teatro de Victor Hugo. Se había estrenado veinte años antes en París (1832), y en seguida prohibido por antimonárquica.