«Si las coge la fama diez años antes la preparan muy gorda, menudo remango tenían Las Pandereteras de Casares...». Lo dice convencida Susana Bayón y lo sabe de primera mano pues es una de los cuatro hijos de Ángeles Álvarez Rodríguez, fallecida esta semana a los 92 años e integrante de aquel grupo de mujeres que un día irrumpieron en el panorama de la música tradicional con tremenda fuerza.
Lo cuenta Susana recordando a su madre, fallecida esta misma semana, con lo que desaparece la segunda de las ‘cuatro pandereteras’ que fueron el núcleo central del grupo; antes, en 2020, había fallecido Marucha, tan solo viven Nieves y Cilinia.
Escuchando las vidas de estas cuatro mujeres de la Tercia te das cuenta que estás ante unas enormes trabajadoras, mujeres de rompe y rasga, que han pasado de todo en la vida... y, sin embargo, cuando cogían la pandereta y se arrancaban a cantar eran la alegría de la huerta y un pozo sin fondo de anécdotas. «Mi madre tenía un sentido del humor y un carácter increíble; ya estaba muy malina, esta temporada de atrás, y nos vacilaba, nos gastaba bromas, que decíamos ‘pero esta mujer’», recuerda la citada Susana Bayón.
Tiene sentido lo de «si les llega la fama diez años antes...» pues hasta últimos de los años ochenta y los noventa no irrumpieron en el panorama musical leonés y lo hicieron, fundamentalmente, de la mano de un programa de la TPA asturiana, Camín de Cantares, pues su presentador, Xosé Ambás, se desplazo varias veces a Casares, las entrevistó en la cocina, cantaron y hablaron para él... y también en León, cuando llegó el famoso ‘disco’ y su presencia en los trabajos de David Álvarez Cárcamo sobre la tradición oral leonesa. Fue cuando dijo Marucha la famosa frase: «Ahí queda eso, pa los que vengan detrás».
Y han venido, fueron muchas jóvenes pandereteras las que mostraron su admiración por ellas, por su trabajo, por su calidad y su excelente humor y predisposición a subir al escenario y, decía Ángeles, «darlo todo».
Se hicieron las pandereteras muy conocidas en diferentes ámbitos, pero también eran especialmente conocidas en su comarca de La Tercia. Dos de ellas, Ángeles y Nieves, por haber tenido bares en la capital de la comarca, El Pibe y el Peñalaza; el primero de ellos, el de Ángeles (con su hijo Albino ‘Pibe’) una verdadera revolución en la comarca. «La que era una revolución era ella, mi madre, que se ponía al futbolín con la juventud y lo que hiciera falta», recuerda Susana.
Con la muerte de Ángeles Álvarez desaparece la segunda de Las pandereteras de Casares, después del fallecimiento de Marucha hace cinco años; siguen vivas Nieves y Cilinia
Le venía a Ángeles de tradición lo de la hostelería pues antes de decidirse a abrir El Pibe en Villamanín tuvo la cantina de Casares, una de aquellas tienda, bar, comercio que tenía un poco de todo. «Era la cantina que llamaban de Benjamín y Manuela, sus suegros. Allí había de todo, menos prisa, ¡cuántas noches de nevada les pillaba el amanecer allí», recuerda Susana y contaban muchos vecinos en el tanatorio y el entierro, donde las anécdotas y los recuerdos de Ángeles dejaban el poso de la mujer de excelente carácter y arrojo que fue.
Además de la cantina, como en tantas otras familias, Ángeles y Santiago, tenían «unas pocas vacas, pocas pero que daban su trabajo» y a nadie se le oculta lo dura que fue la vida en pueblos como Casares... pese a ello, ahí estaban Las Pandereteras para recordar aquellas noches de filandón (hila, hilorio) y canciones, de cuentos y romances... ¿os acordais de aquella?
Yse acordaban.
Hablando de la tradición oral el destino quiso que el mismo día que falleció Ángeles, a los 92 años, lo hiciera también «su amiga y vecina de toda la vida, también a los 92 años, Isolina Cañón Álvarez. Nacieron el mismo año, el mismo mes y murieron el mismo día», recuerda Susana, quien añade que «en el famoso disco, que también se recogían romances y tradición oral había historias que contaba Isolina... Toda la vida juntas y juntas se fueron».
Se ha silenciado la pandereta de Ángeles Álvarez, pero no su recuerdo ni el de aquella aventura tan singular que fueron Las Pandereteras de Casares. Quedan, por suerte, sus grabaciones, sus discípulas, muchas, y la memoria de aquella mujer que «menudo remango tenía». Siempre aparecerá una sonrisa cuando de hable de ella.
