«Nací en 1925 en Cabañas Raras, un pueblo de El Bierzo, provincia de León. En el momento de mi nacimiento mis padres eran simples campesinos, y lo han seguido siendo toda su vida». Son las primeras lineas de la autobiografía de Francisco Martínez-López, El Quico, en su libro ‘Guerrillero contra Franco. La guerrilla antifranquista de León (1936-1951), que editó la Diputación en su colección ‘Breviarios de la Calle l Pez (nº 52).
En pocas lineas ya abre muchos caminos. En primero que en este 2025 Francisco —a él le gusta que le sigan llamando El Quico— va a cumplir 100 años, allí en Altea, donde vive desde 1994, con una extraordinaria lucidez, excelente memoria y ganas de seguir en la lucha. Todavía no hace mucho, en 2022, publicó un nuevo libro —Caminos de resistencia— y realizó una gira de presentaciones «por el norte» en la que estuvo en Valladolid, Galicia y, por supuesto, su tierra berciana, Ponferrada. En estas presentaciones ‘el último guerrillero’ insistía en su militancia actual: «Activista por la memoria» pues, vaya por delante, su sentimiento principal es de «olvido. Estamos muy olvidados, todos los reconocimientos que hemos recibido son muy superficiales, buenas palabras, buen chico... pero el problema es mucho más profundo, estamos olvidados como todo el pueblo, del que somos un componente, buenas palabras y, por ejemplo, los muertos siguen en las cunetas».
- ¿Es El Quico el último guerrillero?
- Si hablamos en masculino sí; el tiempo es inexorable y yo voy a cumplir cien años. Ya solo quedamos vivos una mujer en Zaragoza y yo pero es cierto que se habla de mí como ‘el último’, incidiendo en algo que también ha ocurrido con nuestro movimiento guerrillero, el olvido de las mujeres que, te lo digo ya, han sido fundamentales: La guerrilla sin mujeres en El Bierzo, y en León o Galicia, hubiera sido sofocado en meses y duró 17 años. Te escondías en las casas, y se arriesgaban las mujeres. Hacían de enlaces, distribuían. Las llamábamos las guerrilleras del llano; y en número serían más los hombres en la lucha contra el franquismo».
Y remata con un detalle que le parece fundamental: «Cuando nosotros huíamos las cogían a ellas, detenidas, les daban palizas, las torturaban... y no soltaban ni palabra».
En ese ‘referente’ de las mujeres no oculta Francisco Martínez su admiración por una, Obdulia López, su madre, como bien explicaba en sus memorias: «En Cabañas Raras contrajo (mi padre) matrimonio con la que sería mi madre: una campesina como él, cuya fuerte personalidad marcó la historia del pueblo y mi propia vida. Fui el mayor de cinco hermanas y hermanos más: Pilar, Toño, Nevadita, Eloy y una niña muerta a la edad de dos años en 1935, y mi historia se encadena con la tradición familiar, puesto que tanto la conocida historia revolucionaria de mi padre como la influencia de mi madre».
Y recoge algunos pasajes de esa influencia, de esa presencia en los recuerdos: «De mi madre guardo profundos recuerdos, carácter auténtico de luchadora, su audacia y vivacidad natural y su sinceridad para demostrar sus opiniones sobre las cosas y las ideas. Nunca fue a la escuela y aprendió a leer con dificultad, pero llegó a gustarle mucho la lectura. Manifestaba asimismo mucho humor en sus conversaciones. El hecho de ser una mujer de convicciones religiosas no le impidió tomar conciencia de su condición social y las realidades que entrañaba, y por tanto supo combinar sus creencias religiosas con la lucha social. Me quedó muy presente el activo papel que desempeñó en el momento de la huelga revolucionaria de Asturias en 1934, que también llegó a nuestra zona minera de El Bierzo: mis padres organizaron varios Comités de ayuda a los mineros en huelga y en lucha, y mi madre lideraba esta acción con otras mujeres del pueblo».
Recuerdos que le marcaron profundamente pues aún era un niño de nueve años recién cumplidos (nació el 1 de octubre de 1925) y no olvida que jamás cejó en su lucha, fue enlace de la guerrilla, ayudó a los del monte, los acogió pese a esta «muy vigilada...». E, incluso, fue más allá del fin de aquella guerrilla en la que estaba su hijo: «El combate de mi madre no acabó en 1951, en el momento en que yo salvé mi vida exiliándome en Francia. Dos años después del fin de la guerrilla en El Bierzo, mi madre viajó a París para visitarnos a los supervivientes guerrilleros, especialmente a su hijo. Allí tomó contacto con el PCE y se puso al servicio de la lucha en esta nueva etapa. Se le pidió que viajara a Madrid para contactar con la organización clandestina, llevar propaganda y documentos a Madrid y otros a El Bierzo, con el propósito de relanzar la organización del PCE. No es sorprendente que, en 1977, en el momento de la legalización del PCE, y a la edad de ochenta años, reclame a la organización local el carnet del partido, símbolo para ella de una parte de su identidad».
Por ello, lamenta El Quico el olvido de estas biografías, el desprecio por las batallas de aquellos ‘comunistas’ hoy incluso insultados: «Nuestra esperanza era muy idílica. La historia ya no nos pertenece desde que no se condenó a la dictadura y se aplicó una amnistía a los criminales».
- No parece muy contento con esa transición tan alabada en muchos sectores.
- No estoy de acuerdo ni con el término, le llamaron transición sin serlo; fue todo muy superficial, los poderes políticos y económicos siguen ahí, siguen los mismos.
En su gira de presentación de su libar no podía faltar su último hallazgo ‘leonés’ en Altea, un coqueto reastaurante llamado La Trova Ultramarinos que regenta el conocido hostelero leonés José Quindós. «Ahora voy algo menos porque me fallan algo las piernas...», reconoce con una vez que suena potente y decidida. Allí mantienen Quindós y El Quico largas conversaciones leonesas, en las que está presente la etapa de guerrillero de Francisco Martínez, el recuerdo del aquel maestro al que tanto admiraba y represaliaron, las torturas a su hermano con tan solo 16 años, el ‘milagro’ de cómo salieron con vida de aquella emboscada en la que estaban rodeados por más de cien guardias, el oficio que se inventó en el exilio... y la broma ante la pregunta más recurrente:
- ¿Cuál era la finalidad de la guerrilla?
- Acabar con Franco, claro, ¿entonces?
Recuerdan cómo se incorporó a la guerrilla, por necesidad y seguridad, pues tenía un trabajo que le gustaba en MSP. «La misma tarde de ese 22 de septiembre (de 1949) llegué a Cabañas Raras, pasé un día oculto por los alrededores y la noche del 23 vinieron a recogerme los guerrilleros Guillermo Morán, Alfonso Rodríguez, Manuel Zapico El Asturiano (al que todos llamaban Manolo), Oliveros Fernández Negrín y Antonio López El Objetivo. Guillermo, el responsable político de la guerrilla, se encargó de hacerme conocer el reglamento, para que pudiese decidir libremente y con pleno conocimiento de causa. Podía elegir integrarme a la guerrilla, con todos los riesgos que ello comportaba para mi vida, o arriesgarme a caer en manos de la policía, en cuyo caso me esperaba la tortura y la cárcel, si no la liquidación pura y simple. Mi opción fue correr el riesgo luchando, y desde ese día entré a formar parte del Movimiento Guerrillero».
Siempre se suele añadir al hablar de la guerrilla lo de «por los montes», algo que El Quico cuestiona: «Fuimos la guerrilla de pueblo, no cuatro perdidos por los montes como se nos quiere presentar. No hacía falta estar en el monte; era más importante mantener el contacto con la sociedad, tener casas a las que ir a refugiarse. Mi casa, la casa de mis padres, lo eran. Y la de mis vecinos. Yo pasé por casas en las que nunca había estado».
Y en ese camino se cruzó con la gran leyenda del movimiento guerrillero, Manuel Girón. «Guardo grabado en mi memoria el recuerdo de la noche en la que llegué a Castrillo (de Cabrera) y me encontré por vez primera con Manuel Girón, del que ya no me separé hasta la víspera de su muerte. Al día siguiente, tenía el sentimiento de haber llegado a un país nuevo. La belleza de los paisajes y la actitud de los habitantes contradecían completamente los prejuicios de mis vecinos, un poquillo regionalistas, de El Bierzo y que cultivaban el desprecio de La Cabrera para disimular sus propias miserias. Yo me adapté perfectamente a esta tierra, una región admirable en la que los habitantes se deshacían en atenciones sinceras y calurosas y todas las puertas se abrían con la simple mención del nombre de Manuel Girón para acoger sin reservas a los guerrilleros. Me entendía a la perfección con Manuel, tanto en la vida cotidiana como en el intercambio de ideas. Todo concurría a hacer sorprendentes y apasionantes esos momentos vividos en una clandestinidad muy relativa, dado el apoyo popular del que disfrutábamos».
Que contrasta con el olvido de hoy, el olvido del último guerrillero leonés vivo: Francisco Martínez López, El Quico.