Querido otoño

El artista José Antonio Santocildes y la escritora Nuria Crespo nos sorprenden con esta danza mágica que surge entre el dibujo y el texto, entre los trazos y las palabras, para que todos podamos disfrutar cada semana de esta peculiar colaboración

Nuria Crespo
José Antonio Santocildes
28/09/2025
 Actualizado a 28/09/2025
Querido otoño. | JOSÉ SANTOCILDES
Querido otoño. | JOSÉ SANTOCILDES

Hola de nuevo, otoño, sé bienvenido. Tus chispeantes sonidos comienzan a inundar mi entorno con el crujir de las hojas que caen rendidas al compás de mis pasos. Tu inconfundible aroma a madera, humedad y nueces me anuncia tu poderosa presencia, y tus hermosos colores entonan una perfecta sinfonía que sugiere recogimiento y reflexión. Eres bello, eres templado, eres sinuoso. Eres silencioso, enigmático y sagaz.

Y es que la vida no sucede en un único trazo, sino en ciclos infinitos de matices, texturas y colores que nunca descansan, que nunca cesan. El otoño es un sutil y humilde suspiro que nos exhorta a detenernos y simplemente contemplar. Es una estación que nos susurra e inunda con profundos cambios en una delicada transición que nos envuelve en nuevas y bellas promesas, en un suave descenso por la virtual espiral del tiempo, para concluir en esa sonora quietud que nos habla de un nuevo ciclo, de unas nuevas pautas, de un nuevo espacio, de un nuevo cielo.

Querido otoño, ya te veo, ya te huelo, ya te noto jugando con mi pelo, ya puedo sentirte sobre mi cuerpo, acariciando mi piel. Ya puedo percibir tu fresco aliento dibujando el contorno de la mutación. Mis ojos ya pueden disfrutar de tus hermosos paisajes, salpicando mi mundo de ocres, naranjas, amarillos y escarlatas que me encienden el alma. Ya puedo tocarte, ya puedo besarte, ya puedo percibir tu fuerte latido dando comienzo a la larga pausa que se toma la vida cuando haces tu triunfal entrada, elegante, radiante. Cada hoja que arrebatas se convierte en un mágico pincel, y cada árbol en un mural que celebra la impermanencia de todo lo creado. Es el último grito de la madre naturaleza antes de su ansiado letargo, de su merecido descanso, una grandiosa despedida que nos enseña a ver los cambios no como pérdida, sino como una nueva forma de arte y belleza. Observar, oler y escuchar un bosque en otoño es presenciar una lección de humildad y magnificencia abrumadora en un solo instante. Es comprender que nada es eterno en nuestro mundo. Es percibir la grandiosidad de algo mucho más grande que nosotros. Es saber que, aun en nuestra grandeza, somos prescindibles, somos finitos, somos minúsculos.

En tu mundo, otoño, el aire huele a tierra mojada tras las primeras y frías lluvias. Es un perfume dulce y melancólico de la vida apagándose. El aire huele a leña recién cortada, una fragancia ancestral que nos anticipa la calidez del hogar, la introspección y el aislamiento. Es el aroma de la nostalgia por los recuerdos que emergen, de noches acogedoras frente a la chimenea, de conversaciones lentas y amorosas. Es el aroma de un chocolate humeante entre las manos. Es el aroma que nos coge de la mano para que podamos regresar a casa y a nosotros mismos.

El otoño me abraza cálidamente, silenciosamente, suavemente, dándome la bienvenida a su breve existencia, invitándome a disfrutar de todos los regalos que trae bajo el brazo, recordándome que su presencia es ineludible, inevitable y también necesaria. Es un abrazo reconfortante, envuelto de una esencia sin igual que me recibe tras un largo viaje. Y entonces recibo su mensaje alto y claro, ese que no siempre estoy dispuesta a escuchar. Que todo es transición, que todo es cambio. Que para que algo nuevo pueda florecer, lo viejo debe caer, lo viejo debe morir. Que para que algo deje de pesar, debe ser soltado en ese acto de fe que siempre me acaricia, que siempre me acompaña, descansando en la seguridad de que en ocasiones la energía debe retirarse para nutrir el interior como las raíces, sumidas en la soledad, oscuridad y el silencio, preparando nuevos caminos, alimentando nuevos comienzos, arraigando aprendizajes y conocimientos. Encendiendo esa nueva luz que muy pronto ha de brillar en lo más alto del firmamento.

Querido otoño, eres la pausa que necesito para que mi esencia se eleve por encima de las dudas. Eres el recordatorio de que la belleza no solo huele a flores y sabe a verde. Eres la chispa que enciende la sabiduría que todos llevamos dentro. Eres silente, eres calma y consuelo. Eres la invitación que me recuesta sobre la quietud de la nada. Eres reflexión. Eres la más bella promesa de mi propio renacimiento.
Así pues, otoño, te acojo, te valoro y te recibo bajo la firme intención de que tu huella siempre me acompañe; esa que habla de una eterna transmutación, esa que habla de un infinito ciclo de nacimiento, vida y muerte, esa que siempre me recordará que nada ni nadie permanece. Y solamente por tu valioso mensaje, debo amarte.

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