El ‘probe’ Colás, un alma libre

Colás, el pobre de Castrillo que recorría toda la comarca de Cabrera con su aspecto desaliñado y su flauta desaliñada es recordado, bastantes años después de su muerte, como un tipo entrañable e inocente, uno de aquellos «probes»...

José Manuel Roces
14/09/2025
 Actualizado a 14/09/2025
La figura de Colás hace años que desapareció de los pueblos de Cabrera, pero su recuerdo permanece muy vivo en las conversaciones. | UBALDINO CABRERA
La figura de Colás hace años que desapareció de los pueblos de Cabrera, pero su recuerdo permanece muy vivo en las conversaciones. | UBALDINO CABRERA

Resulta curioso comprobar como en cualquier comarca de la provincia a la que acudas a la hora de desvelar los recuerdos comunes y entrañables siempre aparecen «los pobres» que recorrían nuestros pueblos regularmente, pasaban cada temporada o vivían en alguna de las localidades del contorno. Jamás despiertan recelo, ni críticas, se les recuerda como seres bondadosos, sin maldad, inocentes, de vidas duras pero que llevaban con gran dignidad y mucho agradecimiento a quienes les ayudaban; que muchas veces eran prácticamente todos los vecinos, e incluso hay figuras de la vida comunal que establecen las ayudas, como el pan (o el palo) de los pobres, según las comarcas.

Es asimismo curioso como en comarcas consideradas pobres la solidaridad es aún mayor. Se habla muchas de ‘el probe...’ y no como ignorancia de la palabra correcta, pobre, sino como recuerdo de una vieja figura.

En la Cabrera hubo varios, no podía faltar uno en este repaso de gentes de aquella comarca y tal vez el más conocido, el más entrañable, del que más historias se cuentan sea Colás, natural de Castrillo pero que recorría todos aquellos pueblos con su llamativa figura. La imagen del pobre Colás, con su andar lento y siempre dispuesto a recibir un vaso de vino o un bocado de pan, quedó grabada en la memoria de Cabrera. Ya hace años que falleció pero su recuerdo vive.

Cuentan María A. López Gallego y José Ramiro Rodera Álvarez, dos de los pocos vecinos que habitan Castrillo y que aún recuerdan a Colás, que él y sus hermanas "vivían en condiciones distintas si bien de extremada pobreza, pero nunca ajenos al cariño del pueblo. Eran cuatro hermanos, huérfanos de padres», a los que los informantes dicen no haber conocido: Emilia, María, Ángeles y Colás, todos con una discapacidad intelectual que les hacía depender más del pueblo que de sí mismos. No obstante, poseían tierras y fincas como cualquier otro vecino, aunque jamás las trabajaron.

Un día, la desgracia se cebó con ellos: su casa, hoy ya en ruinas, fue pasto de las llamas. El fuego se llevó lo poco que tenían. Pero entonces ocurrió un gesto de humanidad que hoy recuerdan con orgullo en el pueblo, surgió eso que forma parte del ADN de la vida comunal y una magnífica muestra de solidaridad: el concejo entero de Castrillo se unió para levantar de nuevo el hogar de los hermanos, piedra a piedra, viga a viga, para que no quedaran aún más desamparados.

Una de las hermanas, Ángeles, cuentan, fue recogida por unos vecinos del lugar. A cambio de cama y techo, servía como criada, dedicándose al cuidado del ganado y a las labores más humildes. Era, al mismo tiempo, una forma de vida y una muestra de la solidaridad de aquellos tiempos.

Colás era el más singular de los hermanos. Tenía un alma libre y de caminante. Recorría a pie toda Cabrera, apareciendo en fiestas y romerías, donde nunca le faltaba un trago, un pedazo de pan o un hueco para sentarse a escuchar la música. Su figura sencilla lo convirtió en un personaje entrañable, parte inseparable de la vida festiva de los pueblos.

Con el paso de los años ocurrió algo que se repite con frecuencia con los pobres. De unos se cuenta que son millonarios, otros que tienen siete carreras pero ‘se pasó de listo’, otros que tuvo una experiencia terrible en la guerra... casi nunca son verdad; la de Colás era que habría tenido un hijo en uno de los muchos pueblos por donde vagaba. Pero tanto María como José, con la firmeza que da la memoria vivida, de haberlo conocido, desmienten esa historia, la leyenda sin pies ni cabeza: "Colás no tuvo descendencia", aseguran sin titubeos, dejando claro que lo que la gente contaba no fue más que un rumor y una historia alimentada por la incapacidad de defenderse del bueno de Colás.

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Colás siempre llevaba una desafinada flauta que le acompañaba en su vagar por los pueblos. | UBALDINO CABRERA

Así, la vida de Colás y de sus hermanas queda envuelta en esa mezcla de verdad y mito que caracteriza a las historias rurales. Un hombre humilde, marcado por la fragilidad y la dependencia, pero también por el cariño de un pueblo que supo acogerlo y sostenerlo. Hoy, aunque su casa esté en ruinas y sus pasos ya no resuenen por las calles de Castrillo, el recuerdo del Pobre Colás sigue vivo, como símbolo de una época en que la comunidad era familia y la solidaridad, costumbre. Si visitas Castrillo y tienes suerte de que ese día esté abierto el Bar de la Asociación cultural, verás que el mismo está presidido por una enorme foto de Colás.

Era Colás un personaje muy querido en toda Cabrera, aunque su figura no dejaba indiferente a nadie. De aspecto canijo, sucio, desaliñado y, como dicen los vecinos con respeto pero sin rodeos, bastante feo, despertaba la compasión de unos y la burla de otros. Los niños de los pueblos, traviesos como en cualquier tiempo, solían mofarse de él, y Colás, con su cayado siempre en mano, corría tras ellos lanzándoles algún amago de golpe que nunca pasaba a mayores.

Vestía siempre con varias capas de ropa, sucia, gastada y remendada, cuyos bolsillos rebosaban de mendrugos de pan duro y algún pedazo de tocino rancio, tesoros que guardaba para el camino. Nunca le faltaba su vieja flauta, con la que, a su manera, arrancaba melodías que acompañaban sus andanzas por los caminos de la comarca.

En Cabrera existía una tradición ancestral: cada semana, un vecino del pueblo tenía la obligación de acoger y alimentar a los pobres que llegaban caminando al pueblo. Colás, que conocía bien las costumbres, jamás quedó sin un plato caliente ni un local o pajar donde guarecerse del frío. Allí donde entraba, recibía algo de comer y un lugar para dormir, y con ello continuaba su vida de correcaminos.

Entre sus recuerdos y palabras, repetía con frecuencia frases que quedaron grabadas en la memoria popular. Una de ellas era: "mi hema Milia yei muy mala", y otra: "ya morrió mi hermana Milia". Curiosamente, de sus hermanas, parecía recordar y nombrar solo a Emilia, a quien mencionaba con insistencia, mientras de las otras nunca hablaba.

Así transcurrió su existencia de Colás, vagando de pueblo en pueblo, viviendo de la caridad, estando siempre presente en las fiestas y soportando con entereza las burlas de los críos. Con los años, cuando su edad ya avanzada pesaba, fue recogido en la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Astorga. Pero el encierro no estaba hecho para él. Varias veces se escapó, regresando a pie hasta su Cabrera natal. Contaba entonces que las monjas eran muy malas y que allí solo le daban de comer "lombrices", refiriéndose, en su ingenuidad, a los espaguetis.

Se fugó en varias ocasiones, hasta que, finalmente, siendo siempre devuelto de nuevo, acabó allí sus días. Era el final de una vida sencilla, marcada por la fragilidad, la dependencia y, al mismo tiempo, por la ternura y el recuerdo colectivo de toda una comarca.

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Colás siempre llevaba una desafinada flauta que le acompañaba en su vagar por los pueblos. | UBALDINO CABRERA

Hoy, en Cabrera, su memoria sigue viva. El pequeño y feo Pobre Colás, con su cayado, sus bolsillos llenos de pan duro y su flauta desafinada, forma parte de la historia oral de la tierra. No fue hombre de hazañas, pero sí de una sencillez que dejó impregnada en Cabrera. Y quizá por eso, porque encarnó la inocencia, la carencia y la soledad de los caminos, aún se le recuerda con cariño, como un personaje imprescindible en la memoria de aquellos pueblos.

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