No era muy habitual en el periodismo de los años 70 que los medios se ocuparan, al menos directamente, de los pueblos de la provincia. Quedaba su atención en la valioso colaboración de los corresponsales, con sus cámaras de fotos y escasos medios.
Tal vez por ello, sin tal vez, hay mayoría de presencias urbanas en este rincón de los lunes. Y se lamenta cuando las imágenes nos llevan por la provincia, con tremenda fuerza periodística. Como ocurre con el protagonista de hoy, el pueblo de Montes de Valdueza, con su monasterio de San Pedro de Montes, en la Tebaida Berciana, el Valle del Silencio.
Era 1973, en agosto, y explica nuestro fotoperiodista, Fernando Rubio: «Quiero mostraros la belleza del lugar pero también la situación en agosto de 1973 cuando Manuel Antonio Nicolás y yo, hicimos el reportaje». Los titulares del mismo y las frases de sus vecinos nos lo dicen casi todo, vistas con ojos de hoy son hasta sobrecogedoras pero si reflexionas también piensas que quizas sea de los recuerdos en los que menos se nota el paso del tiempo. La belleza sigue, el olvido también, el silencio se cierne no solo sobre el nombre del Valle. Así lo contaba Manolo Nicolás: «Aquí no existe la luz artificial ni el agua corriente, sólo mujeres viejas y hombres con el semblante endurecido por la soledad que, al caer la tarde, se sientan en el umbral de las puertas de sus casas y miran a la nada, nos tienen al desprecio».
«Nos tienen al desprecio». La expresión allí recogida y las imágenes de Fernando Rubio dibujan a la perfección la sensación de los informadores. Y, sin embargo, recuerda el lugar como «algo parecido al Edén», la misma sensación que tuvo San Valerio: «Es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos. Cierto es que está vallado por montes gigantescos, pero no por ello creas que es lóbrego y sombrío, sino rutilante y esplendoroso de luz y de sol, ameno y fecundo, de verdor primaveral… Aunque en la rígida pendiente de la montaña ni un solo rincón encontramos donde edificar, con la ayuda de Dios, el trabajo de nuestras propias manos y la preciada de los artesanos, en muy poco tiempo allanamos un pequeño espacio donde pudimos edificar un breve remedo de claustro. ¡Qué delicia contemplar desde aquí los vallados de olivos, tejo, laureles, pinos, cipreses y los frescos tamarindos, árboles todos de hojas perennes y perpetuo verdor!».
El contraste es más que evidente, entre el paisaje y el olvido de sus gentes. Recuerda Fernando Rubio aquel reportaje: «Usé una cámara que había comprado en 1968, en la tienda de Decomisos de la calle Arenal de Madrid con mi sueldo de guía. Acababa de volver de un viaje a Viena al que había llevado a un grupo de turistas españoles, como parte de mi trabajo de Guía de turismo para la Agencia de Viajes Eurtravel. Por aquella época estaba haciendo la carrera de Técnico de Empresas Turísticas en la primera promoción de la Escuela de Turismo de León, que nos graduamos en 1970».
Y el técnico de Turismo que era se había documentado para aquel viaje: «La Tebaida Berciana es una región del Bierzo, que se caracteriza por su belleza natural y, sobre todo, por haber sido un importante foco de eremitismo y vida monástica en la Alta Edad Media. Su nombre proviene de la Tebaida egipcia, una zona desértica donde se retiraban los primeros monjes cristianos. Aquí, en los Montes Aquilianos, el paisaje montañoso y agreste, lleno de valles profundos y recónditos, ofrecía el aislamiento perfecto para la meditación y la vida contemplativa. Figuras clave como San Fructuoso de Braga (siglo VII) y San Genadio de Astorga (siglo X) fundaron y revitalizaron numerosos cenobios y eremitorios en esta zona, transformándola en un verdadero ‘desierto sagrado’. Dentro de la Tebaida Berciana, el Valle del Silencio es un paraje emblemático. Es un valle angosto y de gran belleza, donde el tiempo parece detenerse. Su nombre evoca la paz y la quietud que buscaban los monjes que lo habitaron».

Otro espacio visitado entonces fue la herrería de Compludo, «un testimonio material de la actividad económica que floreció en la Tebaida Berciana, íntimamente ligada a las necesidades y al desarrollo de los monasterios como el de San Pedro de Montes, y que comparte con ellos el mismo telón de fondo paisajístico y temporal. Es, por tanto, una pieza clave para comprender el ecosistema completo de la Tebaida».