Antes de que existiese internet, de que la Guía Michelin mandase a sus inspectores por todo el mundo o de que Repsol iluminase con sus soles a los restaurantes de España, la principal señal para recomendar un restaurante a la hora de irse de viaje era el número de camiones aparcados a la puerta. Son muchos los restaurantes leoneses que de ello pueden presumir y es que la provincia es un cruce de caminos que la convierten en parada obligada a la hora de viajar por España. Uno de ellos, a mitad de camino entre los dos centros neurálgicos de la provincia, León y Ponferrada, es sin duda La Magdalena, en Combarros.
En la localidad maragata, muy cerca de hecho de Astorga, concretamente en la vieja N-6, la ausencia de tráfico (más allá de para los peregrinos) debido a la presencia de la autovía, es excepción si se trata de ir a echar gasolina para el coche y para el cuerpo en La Magdalena. Casi siempre con su aparcamiento hasta arriba, pero con mesas casi siempre suficientes para que si no es de inmediato, con una corta espera se pueda disfrutar de un menú del día como pocos se pueden encontrar.
Lo primero que llama la atención es la variedad: más de una decena de primeros y una decena de segundos que el amplio y experimentado equipo de La Magdalena recita nada más uno se sienta a una velocidad a la que el cerebro le cuesta procesar semejante oferta de comida tradicional. Cualquier elección es buena y no es mala idea, si se acude acompañado, compartir para probar. Las raciones son abundantes e incluso en el caso de los platos de cuchara se sirve uno directamente de la cazuela. Además, importante es dejar sitio para el postre.
El menú es sin duda el gran atractivo de La Magdalena, también por la rapidez en el servicio, clave especialmente para los trabajadores que paran a comer, pero también se puede optar por la carta con la grande como gran reclamo.