

Doña Aurorita guardó aquel tesoro de por vida. No habló de él, como de tantas cosas de la guerra casi nunca y combatió aquellos recuerdos viajando mucho y siendo una de esas profesoras que deja un imborrable recuerdo de la buena gente que fue.
Entre las madrinas de guerra había otros ‘modelos’, por decirlo de alguna manera. Una de ellas podría ser otra leonesa, fallecida no hace muchos meses (en 2018) con 104 años de edad: Carmen Sánchez del Valle, cuya ‘militancia’ en este grupo de mujeres conocí por una curiosa casualidad cuando solamente íbamos a hablar de su largo siglo de vida. Ella leía un artículo que le había traído una amiga, de Pérez Reverte, titulado ‘Madrinas de guerra’ y en el que escribía: «La más joven de las chicas del grupo se llamaba Lolita. Tenía sólo catorce años, pero era muy guapa, y para su edad estaba espléndidamente desarrollada. Uno de los oficiales, un joven teniente moreno y con grandes ojos negros, le preguntó, medio en broma, si quería ser su madrina de guerra. Y ella, por supuesto, dijo que sí. ‘Tendrás entonces que darme una foto tuya’, dijo el oficial. ‘Está bien’, respondió la chica. Así que corrió a su casa y regresó con una fotografía. Cuando se la puso en las manos al oficial, éste miró la foto, la miró a ella y volvió a mirar la foto, primero sorprendido y luego con una sonrisa. ‘¿Qué edad tenías cuando te la hicieron?’, preguntó. ‘Un año y medio’, respondió ella. El joven aún sonreía cuando guardó cuidadosamente en su cartera la imagen de un bebé sentado en un almohadón. Y aquella misma noche, él y sus soldados se marcharon al frente».
Nada supo de él la niña, que se casó y tuvo hijos. «Y un día, diez años después de la guerra, un hombre entró en la oficina y preguntó por ella. «¿Se acuerda usted de mí?», preguntó. Ella no se acordaba. Entonces él sacó de la cartera la foto algo ajada de Lolita con año y medio, chupándose el dedo. ‘Me acompañó toda la guerra, en cada trinchera y en cada combate. Su foto me dio suerte. Estoy de paso por Cartagena, la he buscado a usted mediante unos amigos y he venido a devolvérsela’».
Pérez Reverte conocía bien aquella historia. Lolita era su madre.
- ¿Le gusta Pérez Reverte?; le pregunto a la centenaria Carmen.
- No es por Pérez Reverte, es que yo fui ‘madrina de guerra’.

También conservaba cartas de su ahijado, destinado en Villablino, quien iniciaba una de sus cartas agradeciéndole que fuera su madrina pues «alcontrándome solo, sin ninguna madrinita, porque a nosotros los pobricos soldaditos de aldea nos está proivido tener madrinitas vuenas (sic)...».
También Agustín L. Pertierra, residente ahora en Asturias, conserva decenas de cartas de su madre, la leonesa Lupe, que hizo de ser madrina de guerra su vocación. «Nos contaba que se pasaba los días escribiendo cartas; le daban las direcciones de soldados sin nadie que les escribiera, pues mi abuelo fue militar republicano, y ella lo hacía. Tristemente las quemó todas, y las respuestas, por miedo. Cuando legalizaron el PCE su comentario fue: Y yo he quemado tantas cartas...».
Las madrinas de la guerra, otras mujeres que han quedado en los márgenes de la historia. Madrinas en los dos bandos, aunque en el Republicano eran menos habituales por razones obvias, tanto que un miliciano escribía a una asociación de apoyo a soldados, huérfanos..., la SIA « En mi vida de hombre libre había llegado a figurarme que un día podría implorar con tan ahínco como lo haría ahora, una caridad de consuelo (….) envidio la suerte de los otros que reciben, y esperan correspondencia con interés indescriptible».