La cosa comenzó en plena crisis. El teatro vivía (vive) un período de incertidumbre del que se desconocía su solución. Aun así, atrás en el tiempo algunas de sus grandes certezas (entre ella, la magnífica ‘Las manos’, primera entrega de la ‘Trilogía de la Juventud’), Cuarta Pared se arrancó con un nuevo espectáculo de producción humilde que le permitiera seguir explorando las posibilidades expresivas del hecho teatral y ahondar en lo que desde su seno llaman «los límites de la teatralidad». «Estamos acostumbrados a un tipo de teatro donde el espectador apenas existe, es un mero testigo. Sin embargo, a nosotros nos interesa un teatro que hable directamente al público. Queremos involucrarlo. Por eso, a veces los actores s dirigen al público para crear esa cuarta pared que les permita relacionarse entre ellos», asegura Yagüe. «Luego, por otro lado, nos interesa siempre explorar los límites entre lo teatral y lo narrativo. Es algo que tiene que ver con nuestra trayectoria». Atendiendo a este estímulo, ‘Nada que perder’ incorpora a un personaje, el Tercero, «que ejerce en cada escena como conciencia y que hace preguntas de una manera permanente. A él mismo, a los actores, a los espectadores... Y ahí es donde exploramos lo que tiene que ver con la teatralidad, donde el teatro no es solamente un espejo fotográfico de la realidad, sino que incluye esa parte de imaginación, de fantasía, de recreación de la realidad que es lo que nosotros entendemos por teatralidad».

Articulada en ocho partes, los ocho interrogatorios («una manera de ir a los conflictos esenciales, un elemento desde el punto de vista teatral muy nuclear, todos nos hacemos preguntas») que van sucediéndose a lo largo de toda la acción y en los que interviene un ramillete amplio de personajes (policía y sospechoso, abogado y empresaria, padres e hijos, jefe y empleado, psiquiatra y paciente), encarnados por Marina Herranz, Javier Pérez-Acebrón y Pedro Ángel Roca, van desvelando las intimidades y las intenciones de una obra plenamente vigente. «En todos nuestros montajes nos planteamos retos que sean como camisas de fuerza que nos obliguen a exprimirnos». Javier García Yagüe se define como «director coordinador»: «Para mí lo más importante es estimular para que todo el equipo dé lo mejor de sí mismo. En ese aspecto, considero que el teatro es un hecho colectivo. Soy un iniciador que convoca a los dramaturgos y les propone escribir algo de una manera conjunta. Cuando se incorporan los actores, el texto no está terminado aún. Ellos participan también, aportando gran parte de lo que hacen sobre el escenario. Como director no tengo ideas ya cerradas. Yo estimulo a los actores, ellos me devuelven asumiendo cosas nuevas que surgen y a partir de lo que me devuelven vuelvo a proponer... Es lo que busco, que me sorprendan. Cada uno de nosotros es un creador en sí mismo y en su área. Que todas nuestras creatividades se sumen es algo beneficioso para el teatro, donde el todo es más que la suma de las partes».
«Esta es una obra llena de preguntas y queremos que estas se trasladen a los espectadores», comenta Yagüe, que considera que el formato thriller de que hace gala la obra obliga al espectador a estar activo para hilar las pistas que recibe y completar el puzzle que se le propone. «La combinación entre lo cerebral y lo emocional, que sustenta la obra, es una de las características de nuestro teatro. Queremos que el teatro sea como la vida. A lo largo de la vida, el ser humano ríe, llora, piensa, se emociona... Y eso es lo que intentamos que esté en nuestras obras», concluye.