Irene Grau: "La erosión de la acción humana en la superficie terrestre es desoladora"

La muestra, que podrá visitarse con acceso libre hasta el 21 de noviembre en la sala de Cerezales del Condado, está concebida como una suerte de biblioteca fantasma

Bruno Marcos
15/06/2021
 Actualizado a 15/06/2021
Irene Grau es una de los tres artistas que intervienen en la exposición ‘A punto de ser nada’. | JORGE YEREGUI
Irene Grau es una de los tres artistas que intervienen en la exposición ‘A punto de ser nada’. | JORGE YEREGUI
Irene Grau es una de los tres artistas que participan en el proyecto expositivo titulado ‘A punto de ser nada’, comisariado por Alfredo Puente, que se puede ver en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia actualmente mostrando el paisaje del territorio en el que se ubica la institución a través de la historia y del futuro de los materiales que lo conforman.

– En este proyecto habéis visitado diferentes espacios de la provincia. ¿Cuál crees que sería la característica principal común a esos entornos?
– Lo interesante es que cada uno de esos lugares realmente tenía su propia historia y respondía a dinámicas y lógicas muy particulares, pero al mismo tiempo todos ellos estaban inmersos en procesos de transformación -ya fueran más abruptos o dilatados en el tiempo- que planteaban toda una serie de interrogantes sobre su continuidad y situación de cara al futuro. Procesos que inciden directamente en la materia de la que están compuestos esos paisajes, tanto en superficie como bajo ella, y ponen en evidencia la fragilidad del equilibrio en el que ésta se inscribe y cómo ello exige un estado permanente de reajuste. Sumado a esa cuestión más táctil de la materia empecé a encontrar un vínculo muy intenso entre todos estos espacios que tenía que ver con su experiencia visual, ya que todos esos lugares proponían situaciones relacionadas con la falta de visibilidad, la oscuridad de lo cubierto, la idea de agujero negro y vacío y en definitiva el color negro acabó convirtiéndose en un potente denominador común.

– ¿Cómo han influido estas experiencias de los trabajos de campo en tu trabajo artístico?
– Desde el primer momento la influencia de todo ese trabajo de campo ha sido de tal intensidad que decidí convertirlo en el centro de mi propuesta. Lo cual era un reto porque suponía plantear una pieza que durante todo el proceso de investigación -de unos tres años- debía estar abierta, ser permeable y asumir todos los cambios e incorporaciones del propio proyecto. Esto ha hecho que, aunque el enfoque estuviese claro desde el principio, su materialización haya estado en un proceso de continua transformación, del mismo modo que lo estaba el paisaje que teníamos alrededor y nosotros mismos.

– Tu obra, dentro de la exposición, es la que más directamente reflexiona sobre la representación del paisaje como imagen. Junto a la pintura de una naturaleza idealizada, como es el cuadro del año 1600 que se encuentra en la sala, has colocado un lienzo en el que se describe por escrito un paraje de la zona pintado en su día por Carlos de Haes, el primer paisajista que salió a retratar el campo de forma realista. ¿Crees que esta obra pone de manifiesto la separación actual entre el arte y la representación de lo natural? ¿La imposibilidad de producir una imagen totalizadora como antes, en la Historia del Arte?
– Uno de los aspectos que más me interesan del paisaje hoy es la imposibilidad de su representación como imagen estable y única, o al menos el poco sentido que le encuentro a ello desde el punto de vista de su experiencia. La pintura sobre Carlos de Haes incide en esto, ya que después de leer esas líneas cada espectador proyectará una imagen diferente sobre el mismo paisaje. Esa imagen totalizadora del paisaje me parece difícil de sostener cuando nuestra aproximación a las cosas está hoy más atomizada que nunca, como si viésemos millones de fragmentos de un todo y a partir de ahí las formas de recomponerlos son infinitas; no sólo tenemos acceso a un número de capas de información sobre cualquier cosa que resulta ya ingobernable, sino que además lo hacemos desde múltiples ángulos. Gestionar todas esas capas que se iban sucediendo en este proyecto ha sido quizás una de las tareas más complejas.

– En otra de tus obras pones en primer término la materia, el carbón, en todos los tipos que se da en este territorio; sirve de pintura, ocupa el lugar que tradicionalmente ocupaba la imagen y entre estos lienzos negros asoman imágenes de bosques en pequeño formato. ¿Qué has querido transmitir?
– Simplemente he tanteado la posibilidad de representación que ofrecían todos esos paisajes y sus historias desde su experiencia, lo que al fin y al cabo también contaba nuestra propia historia como equipo en ‘A punto de ser nada’. He tratado de acercarme a la representación de esa situación incierta que sugiere el propio título, lo cual es ya un imposible por sus ángulos y capas. En esa tentativa he trabajado con la propia materia de algunos de esos paisajes -hulla, antracita, material de escombrera, humo- y me he apoyado en algunas imágenes del proceso, buscando un equilibrio entre lo que está presente en la superficie y lo que deja de estarlo pero puede proyectarse a través de ella. La pieza se estructura desde los múltiples estratos que configuran el paisaje, donde hay tanto que permanece oculto, enterrado, que algunas cosas sólo es posible verlas cuando parte de ese orden se altera y destapa otros tiempos. Esa temporalidad expuesta es con la que juega mi propuesta, no sólo desde todos esos instantes representados, sino desde los diferentes momentos del propio proceso pictórico.

– Hay una visión clásica de la naturaleza como ‘locus amoenus’, lugar ameno, idílico, bello; pero por otro lado también a lo largo de la historia la naturaleza es percibida como una amenaza, algo atroz. Estos lugares abandonados, las minas a cielo abierto, los pueblos vaciándose, todos estos sitios visitados y llenos de huellas de la acción humana: ¿Qué sensación te han producido?
– Creo que la naturaleza está hoy muy lejos de esa imagen amenazante y de corte romántico que infundía respeto. Perdido el respeto la erosión que produce la acción humana en la superficie terrestre es del tal magnitud que resulta desolador, y verlo de tan cerca durante estos años ha sido duro. Gran parte de esas agresiones se esconden lejos de las ciudades y en zonas recónditas de la montaña, fuera de la vista, y así mantenemos impunemente una imagen idílica e inmaculada de la naturaleza que hoy sobrevive a duras penas.
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