Los Inolvidables: Amado García, el de la cantina de Valdorria, dulzaina y vino... hasta el incendio

La cantina de Valdorria, con Amado al frente, fue un referente y parada obligada, charla y dulzaina hasta aquel incendio del 95

31/08/2025
 Actualizado a 31/08/2025
Amado ‘el cantinero’ y ‘el dulzainero’ tocando en los altos de su Valdorria. | JESÚS JUÁREZ
Amado ‘el cantinero’ y ‘el dulzainero’ tocando en los altos de su Valdorria. | JESÚS JUÁREZ

Hay viejas e históricas cantinas en lugares apartados o de difícil acceso que se convierten en refugios de quienes llegan a ellas, en lugares que acumulan historias cargadas de magia y con un denominador común, cantineros de singular personalidad, don de gentes, generosidad y capacidad de aguante. Si le añades que el tasquero sea un consumado dulzainero que, cuando la ocasión es propicia, no duda en sacar el instrumento... entonces estabas en la cantina de Amado, el de Valdorria, todo un personaje, recordado con cariño en la comarca y lejos de ella.

Llevaba Valdorria décadas siendo un adelanto de lo que hoy llaman de la España vaciada. Con una decena de habitantes (muchos más en verano) y para una decena de habitantes mantenía Amado las puertas abiertas. Y para los que allí llegaban camino de los montes, buscando el ganado, caminantes..., a los que jamás faltaría vino y conversación, incluso quejas.

—¿Usted ha visto qué carretera tenemos? Aquí no se puede vivir, decía Amado; pero si le hablabas de marchar tenía una respuesta: "De ninguna manera" e, incluso, si la noche se metía en filandón, dulzaina, vino y conversación llegaba más allá: "No hay país como éste", entendiendo que él le llamaba país a Valdorria; cuyo patrón, San Froilán, lo es de toda la diócesis de León y cada primero de mayo llegaban cientos de romeros para subir los 365 escalones de su ermita en lo alto del monte y desembarcar después en la cantina y el corral de Amado.

Completaba el cantinero la economía familiar, como hacían tantos otros de su oficio, con unas cabezas de ganado, la pesca, la caza... pues muchos pescadores y cazadores sabían que había pocos lugares más apropiados "para hablar de lo suyo"; aunque Amado, tiraba muchas veces de ironía, en la que era un maestro. "Aquí se ha estado toda la noche cazando, piezas y piezas, pero a la hora de comer algo tenía que hacer unas sopas de ajo".

Llevaba allí Amado una vida plácida, a su aire, con sus apreturas y sofocos, "como todos", hasta que llegó una fecha que cambió su alegría innata de vivir. Una fecha que viene muy a cuento recordar en estos días de fuego e ira de las llamas.

El 21 de abril de 1995 está marcado en el recuerdo de los días más tristes de esta provincia cuando hablamos de incendios. Se declaró un gran incendio en los montes de Ponjos, en Omaña, que calcinó 200 hectáreas. Las "condiciones desfavorables" —en expresión de la versión oficial de los hechos— propiciaron que cuatro trabajadores forestales que trabajaban en la extinción «quedaran cercados por el fuego en una vaguada de brezo y roble» y murieron asfixiados tres de ellos, un cuarto sufrió quemaduras muy graves, del 50%.

Uno de aquellos tres trabajadores, Benigno Isidoro García, de tan solo 22 años de edad, era un hijo de Amado. Las otras víctimas fueron dos trabajadoras: Isabel González (49 años) y Esther Dávila (26 años). El herido fue Benigno González.

Ya nada volvió a ser igual para Amado, feliz antes porque su hijo hubiera encontrado un trabajo que no le ataría a la cantina de un pueblo casi deshabitado. Se supo además que había sido un fuego provocado e, incluso, fue juzgado el responsable. Pero nada devolvería a Benigno, lo único que le importaba al bueno de Amado.

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