Nicolás Poussin pintó, en 1638, un cuadro en el que aparece una escena ideal de la antigüedad clásica en la que unos pastores en un entorno natural paradisíaco encuentran, entre unas ramas, una lápida en la que está inscrita la leyenda ‘Et in Arcadia ego’, que significa en latín "Y en Arcadia yo". La obra recoge el momento en el que los jóvenes descubren que alguien como ellos vivió feliz en Arcadia y yace en esa tumba, es decir descubren el paso del tiempo y la muerte que también están en el paraíso.
En la ciudad, es más visible que en el campo esa lápida de Arcadia, todo nos remite a un pasado al que le cuesta bastante trabajo renovarse; no obstante las urbes contemporáneas se caracterizan también por su mutabilidad, a pocos años que uno viva ve cambiar los comercios, las calles, los edificios… Realmente, conservamos unos pocos monumentos y muchas otras cosas, que, precisamente por viejas y por llevar mucho tiempo en pie, pensábamos que durarían siempre, desaparecen de un día para otro.
Pienso esto al salir de la exposición titulada ‘Paseando el tiempo’, que se puede ver en El Palacín hasta septiembre y en la que se emplea el registro fotográfico para la más sencilla de las operaciones de investigación en el pasado: confrontar un lugar presente con su imagen pretérita. El periodo analizado va del año 1854 al 1959, algo más de cien años recorridos a través de setenta instantáneas que provienen de los archivos municipales y de la diputación, obra de varios autores como Clifford, los Gracia, los Martín, Loty, César Andrés Delgado o José Luis Roldán Luque entre otros. El recorrido no llega al presente, deteniéndose hace sesenta y seis años, pero las estampas antiguas están acompañadas por una imagen actual de cada lugar.
En lo expuesto se puede contemplar cómo ha ido evolucionando el urbanismo, los grandes vacíos que hoy están construidos, los aciertos o errores anteriores y la gente, que, en los lugares que nos resultan tan familiares, parece disfrazada con el vestuario de su propia época. Sobre todo, nos llama la atención lo que aún no estaba y lo que ha desaparecido. El visitante de la exposición entra en el juego de ir reconociendo los sitios que cuanto más antiguos se ven menos nítidos, como si la evolución de la técnica fotográfica buscase el efecto paralelo al del paso del tiempo y del olvido convirtiendo lo más viejo en más borroso.
Todas estas estampas de la ciudad que fue vienen a despertar nuestra mirada hacia el pasado y, como la lápida del cuadro de Poussin, nos hacen ver que otros vivieron aquí y que también nosotros seremos pasado, nos hacen comprender que la ciudad es algo vivo que cambia y cuyo pulso mueve el corazón de cada generación, una tras otra, sin que ninguna sea su dueña sino su huésped.