– Tenía la necesidad de transmitir ciertas ideas – explica de sus orígenes como ‘sticker artist’, – pero lo quería hacer libre de ego, que no fuera – e indica su nombre real con un sutil murmullo mientras tapa la grabadora para cerciorarse de que la información se mantenga, como hasta ahora, clasificada. – Me fui a vivir al Área 17 de León y me sonaba al Área 57 todo el rato.
Así fue como se arrancó en la senda de los sticker, con un rostro verde de alienígena que ocupaba el centro de un diseño que declamaba ‘we want to believe’. Queremos creer. Y tanto creyó Stickerman en esta historia de las pegatinas que aquella fue sólo la primera de la multitud que hoy puede apreciarse en León, en otras ciudades de España y, sin ánimo de exagerar, en localidades de todo el mundo.
– Descubrí que había un movimiento a nivel internacional súper interesante de gente creativa haciendo stickers en Alemania, Australia, Estados Unidos – suelta – y que hay un circuito de transferencia de pegatinas entre todos.
Como demostración de lo colectivo de esta expresión artística, como una especie de consecuencia positiva de la globalización, el transeúnte leonés puede toparse por sus calles con diseños de artistas de cualquier parte, igual que el alemán avispado identificará en alguna esquina alguno de los diseños de Stickerman. Y se debe a lo que este amante pegatinero llama ‘trades’, un hilo de intercambios de paquetes de stickers entre creadores de distintos lugares a lo largo de todo el orbe.
– Y de repente estás en Australia – y una pequeña porción de Australia está en León. Y así sucesivamente.


– Pongo que no se peguen nunca en lugares comerciales por dos razones – explica: – una por no tocarle las narices al señor o señora a los que no interesa para nada tu obra de arte y otra porque es que va a durar ahí diez minutos. En el momento en que vayan al día siguiente a abrir el negocio, lo van a quitar.
Aunque no haya técnicas formales, aunque haya quien use un mismo diseño en todas sus variantes o quien no deje nunca de producir nuevos diseños, sus palabras dejan claro que existe algo así como un protocolo. Una guía del buen pegar para el pegatinero. Una ley no escrita -o más o menos redactada en el folleto de Stickerman- para un arte que destaca por su alegalidad y por su carácter efímero.
– Viene de conquistar la calle, de expresarte en la calle – dice sobre el sticker art. – Hay gente que dice que eso no es arte, que artista es el que pinta un mural. Puede ser, pero el que pinta un mural, lo pinta en un sitio y sólo se ve ahí. De alguien que hace stickers se puede ver su mensaje en medio mundo o en ningún sitio, pero existe esa posibilidad.
Y si se piensa, lo cierto es que siempre estará el aventurado que se atreva a afirmar que algo es arte o a negar que ese otro algo no lo es.
– No se hace por molestar, se hace por enviar un mensaje – le aclara de nuevo Stickerman a los dubitativos.
Tampoco es que se haga por ganar dinero. Y es que las pegatinas se pueden entender incluso como una lucha directa contra el ruido publicitario de las calles. Un arte que satiriza el capitalismo con la producción en masa de stickers.
– Hasta Andy Warhol utilizaba el consumismo para mandar mensajes criticando el consumismo– dilucida el leonés.
Mientras lo dice, Stickerman saca de su mochila un pack completo de pegatinas. Entre todas ellas, se ve una caja de pequeñas dimensiones que parece el envoltorio de un medicamento. En ella se lee ‘Consumol forte. Contra ataques de consumismo’ y su lateral cuenta con una frase de Mark Renton en Trainspotting: «Elige la vida, elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos». Todo con la compañía de un modo de uso - «Para combatir ataques de consumismo, sujete firmemente la caja y cuente hasta 10, respire 3 veces y piense si realmente lo necesita»- y una prescripción casi médica: «Consuma sin moderación».
– Ese ruido publicitario lo que quiere es que tú consumas – analiza el hombre pegatina – y este ruido lo que quiere es que pienses. Hay que mirar más a las paredes y menos a los anuncios. Menos a los bupis y más a las señales de tráfico por detrás.
Y así va terminando la conversación con Stickerman, natural de La Bañeza, donde durante dos años ha sido el responsable de organizar un combo de pegatinas procedentes de distintos países y con el que las palabras ‘sticker’ y ‘art’ se erigen ante la mirada de los paseantes como un elemento más del mobiliario urbano. Siempre vestido con su gorra, sus gafas y su mascarilla en un intento por preservar el anonimato que le ha llevado a impartir talleres para niños y a exponer en lugares como el Claustro Abierto de Los Capuchinos. Un anonimato que le permite trabajar al tiempo que criticar el trabajo, que le ofrece la libertad necesaria para establecer una crítica social sin dejar de ser un miembro más del galimatías que es la sociedad. Una libertad anónima que no le impide recibir mensajes de apoyo y halagos que identifica como su verdadera motivación.
Y quizá el arte sea eso. La desesperada forma en que un individuo intenta sujetarse a la realidad. La pulsión mañanera que provoca en un ser humano la motivación necesaria, ya sea por producir o por consumir en cualquier formato, para levantarse cada día de la cama y sonreír a la vida, expectante por lo que ella espera de él.