Entre la luz y la sombra: la dualidad humana

Nueva entrega del serial Senderos de inspiración, por Nuria Crespo y José Antonio Santocildes

Nuria Crespo y José Antonio Santocildes
01/06/2025
 Actualizado a 01/06/2025
Senderos de inspiración.
Senderos de inspiración.

Ser humano significa caminar sobre un alambre tendido entre el cielo y el abismo, con el corazón latiendo como un tambor que no sabe si celebra o tiembla. Es ser un mosaico de luces y sombras, un lienzo donde se mezclan radiantes amaneceres y tormentas voraces que destruyen todo a su paso. Ser humano es, en esencia, ser frágil a la par que indomable.

Por un lado, somos criaturas de asombro. Nuestros ojos se abren al mundo con la curiosidad de un niño que descubre el brillo de una luciérnaga en la noche. Nos maravillamos ante la danza de las hojas en el viento, ante la risa que estalla en una mesa compartida, ante el milagro de un abrazo que dice sin palabras: «Estás aquí, y con eso me basta». Hay una bondad innata que bulle dentro de nosotros, una chispa divina que nos lleva a tender la mano, a construir puentes, a sembrar sueños en tierra árida. Somos capaces de crear poemas que detienen el tiempo, canciones que curan heridas, construcciones que tocan el alma. Somos los que pintan colores en la monotonía y también los que inventan historias para que el mundo no se sienta tan solo. Hay en nuestro interior un anhelo de conectar, de amar, de dejar una huella que diga: «Estuve aquí, y quise hacerlo bien».

Pero también somos tormenta. En nuestro interior habitan emociones que, como olas, nos elevan y nos hunden. La tristeza nos envuelve como densa niebla, el miedo nos susurra mentiras que creemos ciertas, y la ira, ese relámpago fugaz y certero que nos atraviesa de tanto en tanto, puede convertirse en un incendio mortal del que en ocasiones no podemos escapar. Somos frágiles, y en nuestra fragilidad en ocasiones nos quebramos. Nos herimos unos a otros, no siempre con intención, pero sí con un peso que puede durar generaciones. Poseemos la terrible capacidad de destruir: palabras que cortan como cuchillos, acciones que dividen, silencios que pesan más que cualquier grito. La envidia, el odio, el egoísmo son siniestras sombras que nos habitan, que nos acompañan, que nos inundan sin respeto, tan humanas, tan reales como nuestra bondad o nuestra capacidad de amar. Somos capaces de alzar muros donde podrían crecer jardines, de cerrar los ojos ante el dolor ajeno, de olvidar que el otro también lleva un corazón que late, que sufre, que ama.

Es en este vaivén entre lo sublime y lo horrible donde encontramos nuestro sentido. Las emociones que nos colapsan son las mismas que nos hacen humanos. El dolor que nos atraviesa nos enseña empatía y la pérdida nos muestra el valor de lo que aún tenemos. La rabia, cuando se transforma, puede convertirse en un fuego impulsor del cambio. Somos un torbellino de contradicciones, pero en cada contradicción hay una verdad única: somos imperfectos, y en nuestra imperfección reside nuestra belleza.

Ser humano es saber que podemos caer y aun así elegir levantarnos. Es mirar al mundo y ver en él un cuadro inacabado, donde cada uno de nosotros puede dejar su trazo. Podemos ofrecer amor, aunque a veces nos cueste encontrarlo. Podemos tejer comunidad, aunque el miedo a ser vulnerables nos tiente a aislarnos. Podemos escuchar, sostener, sanar, aunque nuestras propias heridas aún siguen sangrando. Somos los que, en medio de la oscuridad, encendemos una vela, no porque creamos que será suficiente, sino porque sabemos que un poco de luz es mejor que ninguna.

Sin embargo, no podemos ignorar el peso de nuestras sombras. Nos hacemos daño. Nos traicionamos. Construimos sistemas que oprimen, palabras que laceran, silencios que marginan. La codicia nos ciega, el poder nos corrompe y la indiferencia nos aleja de nuestra propia humanidad. Somos los que alzamos armas, los que dibujamos fronteras, los que olvidamos que el dolor del otro también es nuestro. Pero, incluso en nuestra capacidad de destruir, hay espacio para la redención. Porque ser humano también es aprender, es arrepentirse, es pedir perdón y empezar de nuevo.

Por tanto, cada lágrima que derramamos es un recordatorio de que aún sentimos. Cada risa que compartimos es un eco de nuestra capacidad de gozo. Cada error nos invita a crecer, cada acto de bondad nos recuerda que no estamos solos. Ser humano es llevar en el pecho un corazón que late con la fuerza de mil contradicciones, pero que nunca deja de buscar sentido. Es saber que somos pequeños frente al universo, pero inmensos en nuestra capacidad de amar, de crear, de soñar.

Y así seguiremos caminando, vacilantes, entre la gloria y el infierno. Somos los que caen y los que vuelan, los que hieren y los que curan, los que se pierden y los que encuentran de nuevo el camino. Ser humano es ser todo eso a la vez: un suspiro, una tormenta, una promesa, una canción. Y en cada paso, en cada elección, tenemos la oportunidad de decidir qué parte de nosotros queremos que hable más alto. Porque, al final, ser humano es eso: un eterno comenzar, un libro que nunca acaba de escribirse, un poema que, a pesar de todo, sigue buscando su rima perfecta.

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