¿Cuándo esperar? ¿Cuándo soltar?

El artista José Antonio Santocildes y la escritora Nuria Crespo nos sorprenden con esta danza mágica que surge entre el dibujo y el texto, entre los trazos y las palabras, para que todos podamos disfrutar cada semana de esta peculiar colaboración

Nuria Crespo
José Antonio Santocildes
21/12/2025
 Actualizado a 21/12/2025
¿Cuándo esperar ¿Cuándo soltar?
¿Cuándo esperar ¿Cuándo soltar?

Esperanza. Nueve letras perfectamente diseñadas para ocupar un territorio inmenso, tanto en nuestra boca como en nuestra vida. Ocupa espacios enteros en nuestra alma, nos acompaña inconscientemente, incluso cuando no contamos con ella. Desconocemos todo lo que implica y también qué forma tiene, pero en ocasiones es tan fuerte que es capaz de sostener vidas enteras tan solo con nombrarla. La esperanza no grita, susurra, pero aun así, nos canta.

Esperar es un acto profundamente humano que forma parte de la pura existencia. Esperamos que alguien vuelva, que algo mejore, que el dolor no muerda, que el amor llegue o que el miedo muera. La esperanza es ese impulso silencioso que nos hace levantarnos un día más, una vez más, incluso cuando no tenemos pruebas de que mañana será mejor. La esperanza es una forma de valentía cotidiana, una fe sin certezas, un gesto íntimo de resistencia frente a la frialdad que nos rodea.

Porque así puede ser el mundo: gélido, crudo, duro, caótico e impiadoso. Lo es sin pedir permiso, lo es sin avisar. Ahí es donde la esperanza se convierte en abrigo y cobijo, es donde se convierte en hogar. No como una negación de la realidad, sino como una suave luz, tenue y cálida, que nos permite atravesarla, que nos permite confiar.

La esperanza es esa fiel amiga que nos ha salvado en nuestros momentos más oscuros. Cuando la pérdida parecía definitiva. Cuando el fracaso nos hizo dudar. Cuando una enfermedad, una ruptura o un silencio nos dejó sin aliento. O cuando todo nuestro mundo se vino abajo en apenas un segundo. En esos momentos, la esperanza no suele presentarse como una grandiosa promesa, sino como una idea frágil, un fugaz pensamiento o una emoción que nos recorre por dentro y que no sabemos descifrar. Pero ahí está, con la endeble y delicada certeza de que "esto también pasará". A veces eso basta. En ocasiones, eso lo es todo.

Pero la esperanza no siempre es sabia ni luminosa. Hay una esperanza que cura y alivia, pero hay otra que desgasta. Una que impulsa y otra que ata. Porque no todo lo que esperamos es posible, ni todo lo que deseamos está destinado a quedarse. Aferrarnos ciegamente a algo que no es, o que ya no puede ser, puede convertirse en una forma de sufrimiento que no siempre se percibe como tal.

Por más esperanza que tengamos, hay relaciones que no sanarán, sueños que no madurarán, situaciones que no se revertirán, personas que no volverán, aunque lo deseemos con todo el corazón. Es entonces cuando la esperanza mal entendida puede doler más que la pérdida. Puede mantenernos en pausa, suspendidos en una promesa que jamás se cumplirá.

Soltar, por tanto, es un acto de esperanza en sí mismo, aunque no lo parezca. Soltar no es rendirse, sino aceptar las situaciones que se nos presentan sin máscaras ni adornos. Es aceptar que insistir no siempre es amar, que esperar no siempre es avanzar. En ocasiones, la esperanza más honesta no está en que algo cambie, sino en que nosotros podamos hacerlo. Soltar es confiar en que algo mejor puede nacer de lo que ahora expira.

Por tanto, la esperanza saludable sabe distinguir entre persistir y soltar. No se aferra al miedo y entiende que hay ciclos, que en la vida hay más curvas que rectas y que perder también puede enseñar. La esperanza sana no niega lo que duele, pero tampoco se recrea en ello. Ese tipo de esperanza siempre nos invita a caminar, aunque sea despacio, aunque no sepamos hacia qué lugar.

Quizá por eso la esperanza más genuina no siempre está sometida a un resultado concreto y solamente espera que podamos atravesar lo que venga con un poco más de fortaleza, con un poco más de amor propio, con un poco más de conciencia. Espera que, pase lo que pase, no nos perdamos del todo. Espera que, al soltar expectativas, personas o sueños, nos sintamos un poco más ligeros. Será entonces cuando la esperanza ya no sea una idílica promesa, sino una certeza íntima e interna de saber que podemos reconstruirnos y volver a empezar. Una certeza que sabe que no todo termina cuando algo termina. Que la vida, en su desconcertante complejidad, siempre deja una rendija por donde la luz puede colarse para volver a iluminar los rincones más oscuros.

Así pues, la esperanza no es ingenuidad. Es una decisión. Es la decisión de creer que nuestra historia no termina en un capítulo difícil. Es creer que aún somos capaces de sentir, de amar, de comenzar de nuevo, bajo los colores de un inesperado amanecer. Esa puede ser la forma más honesta y humana de esperanza: no la que lo espera todo, sino la que confía en nosotros, incluso cuando el camino es despiadado. Sí, puede que esa sea la verdadera esperanza.

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