Son muchas las veces que la actualidad marca la mirada a medio siglo atrás, a la década de los setenta cuando la cámara de Fernando Rubio plasmaba todo lo que ocurría en León.
Hoy también es el caso. Se vienen celebrando en este 2025 diversos actos para conmemorar los 600 años de la llegada de los primeros gitanos a España, con especial actividad en León. Hace tan solo unos días que la primera catedrática de Universidad de raza gitana, Araceli Cañadas, pronunció una conferencia sobre la historia de este pueblo «sin nación», tradicionalmente nómada.
Y el colectivo gitano de León se ha asociado habitualmente a unos espacios y, en primer lugar, el barrio de la Inmaculada que popularmente se conoce por Corea y, vaya por delante, en contra de lo que se cree —y por ello a muchos de sus habitantes les molesta— no tiene ningún sentido peyorativo sino fruto de una circunstancia histórica; es más, hay otros muchos barrios con el mismo nombre y en las mismas circunstancias en otras capitales españolas.
Nuestro colaborador Bruno Marcos lo explicaba en un artículo publicado en La Nueva Crónica al desvelar como el fotógrafo Alejandro S. Garrido, realizando una investigación para una exposición de fotografía, «descubrió algo que sorprende".
Hay barrios así en toda España, construidos por igual motivo, en los mismos años, con las mismas características sociales, económicas, urbanísticas y, curiosamente, apodados también barrios de ‘Corea’», debido a que por aquellos años era noticia la guerra de Corea. Barrios repartidos por León, Huesca, La Coruña, Toledo, Palencia y Palma de Mallorca.
Así describía el origen del leonés: «León fue el primero barrio fotografiado por Alejandro S. Garrido y, también, la primera ciudad en la que se construyó un barrio de «Corea», en 1952. No se trataba de zonas degradadas sino de zonas de nueva planificación, construidas con un prurito de atención social pero de condiciones atroces. Los textos que añade el fotógrafo a la exposición, fruto de una exhaustiva documentación, nos presentan la acción gubernamental que califica las viviendas leonesas como «Casas del Aguinaldo», es decir regaladas por Navidad, las cuales no tenían ni agua corriente, ni desagüe, ni alcantarillado y asentadas en calles que estaban sin asfaltar».

Estos barrios de Corea tenían, como en León, otros nombres oficiales; en nuestro caso el de La Inmaculada; uno de los habituales de aquella época, en la que la influencia del régimen estaba muy presente y, contaba el cito fotógrafo, que expuso en el Musac: «Recibirán el nombre del dictador (Barriada de Francisco Franco, Grupo Generalísimo Franco) o el de una virgen (La del Perpetuo Socorro, La Inmaculada), pero no tardarán en ser reconocidos por otro nombre, el de la guerra contra el comunismo que libra, en el confín del mundo, el amigo americano: Corea».
Esta circunstancia la contaba con gracia un histórico comunista leonés, Antonio Larín, corresponsal en la ciudad de Radio Pirenaica: «Soy el único que puedo ser comunista, que lo soy, y combatirlo a la vez como habitante del barrio de Corea».
Viajamos al barrio de los setenta, la década de las imágenes y los recuerdos —siempre frescos— de nuestro Fernando Rubio. Recuerda primero que «se edificó la barriada sobre el viejo asentamiento de principios de siglo que habían construido los trabajadores de las pequeñas fábricas de cerámicas de la zona. Al principio no contaba con ningún tipo de abastecimiento ni conexión con la ciudad y se accedía a él a través de prados o caminos de barro. Para disfrutar allí de agua corriente se tuvo que esperar hasta 1971. La urbanización de las calles no fue aprobada hasta 1980. En 1981 los consiguieron que el Ayuntamiento cediera la propiedad de las casas para ser dueños de ellas los que las habitaban entonces».
En esas circunstancias acudió Rubio para un reportaje, con nuestra compañera Camino Gallego. «El reportaje abordaba la solicitud al Ayuntamiento de la cesión de las 108 viviendas a sus ocupantes. Contaba Gallego que ‘el único derecho que tienen (era 1978) es el de habitación, que fue el que les concedió la Campaña de Navidad en los títulos que les fueron entregados al ocuparlas en 1951, con la obligación de ‘no arrendar, enajenar o dedicar la casa a usos inmorales’. Ese derecho de habitación era heredable». Y remataba: «El barrio de la Inmaculada, al que pertenecen estas Casas del Aguinaldo siempre ha estado abandonado. Es una especie de gheto que se sabe que existe pero que nadie quiere conocer. Las Casas del Aguinaldo no fueron ningún regalo, sino un querer tranquilizar la conciencia de los leoneses creando una reserva para los desheredados. Ahora los tiempos son otros y hay que conseguir que 108 familias vivan lo más dignamente posible en sus casas que ahora no son de nadie».
Y a quien recuerda Fernando es a Pedro Puente, el payo con alma gitana, de quien recupera algunas anécdotas y hechos que le contó el cura. «La población gitana del León de los años 60 y 70, con los que comencé a trabajar poco antes de ser ordenado sacerdote en 1973 era analfabeta. Sólo dos gitanos sabían poner su firma y poco más. Nos mandaban a las catequesis y opté por la parroquia de la Inmaculada», decía al recordar cómo llegó. «En realidad me destinaron allí para atender a los muchachos de la calle, que estaban recogidos en un hogar que había formado el sacerdote Daniel Rodríguez Peláez, venido de capellán de la guerra. La hija de tío Caquichu estaba entre los menores a los que daba clases. Un día la acompañé a casa para conocer a la familia, porque en ese momento no conocía a ningún gitano. El tío Caquichu, que ya era un gitano respetado y después se convirtió en el patriarca de la comunidad, me presentó su libro de familia. Estaba casado por lo gitano y sus hijos mayores no constaban en el libro». Ahí comenzó la relación: «Yo se lo arreglé y entonces empezaron a llegar gitanos para que les pusiera al día el libro de familia. Todo un clan de mayores como tío Aquilino, tío Diego, tío Gira o tío José, entre otros, que aceptaron como uno de los suyos a este cura que inició en León los primeros programas de educación, sanidad, trabajo y vivienda para las familias más marginadas».
Y remataba orgulloso: «Si encuentras a un gitano que se llama Pedro es ahijado mío o ahijado de un ahijado mío».