Carta a mi maestro, Norberto Beberide

Ramón Cela
13/09/2018
 Actualizado a 11/09/2019
Los vecinos de escayola esperando a salir para participar en el pregón. | R. CELA
Los vecinos de escayola esperando a salir para participar en el pregón. | R. CELA
No sé si hoy, cuando a las doce del mediodía, las campanas de San Nicolás comiencen a ser volteadas con las fuerzas renovadas de la juventud villafranquina y las bombas de gran palenque exploten en el aire contagiando los aires de fiesta por todos los corazones de esas gentes que año tras año, esperan la salida gloriosa delos gigantes, mientras tampoco sé sisentirán el calor del rescoldo veraniego o la suave y dulce llovizna anunciante del otoño golpear suavemente las caras que no hace muchos años su mano pintaba con maestría y tal cariñoque estos se convertían en enanos ante la enorme personalidad de aquel cerebro y manos privilegiadas.

Hoy,querido Norberto, siento la envidia sana de ese ser tan inferior que como siempre admiró yle vio como algo tremendamente superior al resto de los humanos. Hoy, cuando las campanas vuelvan un año más a dejar sentir su tañir por todo el valle del Burbia y el Valcarcel,me dejaré llevar una vez más por la nostalgia de no haber podido jamás parecerme un poco a usted maestro de maestros, que hacían sonreír a figuras de cartón con pinturas hechas, quizás por manos de los ángeles, que sin duda le acompañan, para que nuestros gigantes y cabezudos sigan siempre dando a nuestro pueblo esos aires de fiesta que tanto necesitamos.

Hoy, mis torpes dedos se extienden sobre el teclado y pretenden decir, querido maestro, que por muchos años que pasen, nuestros gigantes y cabezudos seguirán siendo la muestra de una sensibilidad y sabiduría sin límites que recuerda a aquel que un día pasó unos pinceles sobre unos deteriorados cartones que un día llegaron a hacernos temer en el final de una vida, pero cuán equivocados estábamos los villafranquinos que así pensábamos, porque el gigante que quedaba, no era de cartón, sino de carne y hueso y era capaz de hablar con los espíritus celestiales, para insuflar nueva vida aaquellos cartones deteriorados por las finas lluvias, los calores y los años.

Hoy y siempre le envidio, maestro, porque como siempre las retinas de los villafranquinos brillan más de lo habitual, como en tantas ocasiones, cuando hacía las fallas o salvaba de la ruina la Iglesia de Santiago y la Puerta del Perdón.

Hoy, y siempre, le envidio, maestro, porque si la lluvia cae, si el calor es agobiante, los gigantes y cabezudos recorrerán, una vez más, las calles de nuestro pueblo al son de los gaiteros, mientras que, allí arriba, sonriendo, estará esa estrella, siempre la más brillante, vigilantepara que su obra sea recordada a través de los años, pero sin que nos demos cuenta del esfuerzo y sacrificio, que en su momento costó al mejor villafranquino. Hoy y siempre…le envidiaré maestro.
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