José Pablo Martínez Rodríguez, aunque madrileño de nacimiento es nieto de cabreireses de La Baña que, como tantos de esta tierra cogieron ‘el carril’ para buscar mejor vida, huyendo de la pobreza y la falta de oportunidades. Pese a ello Cabrera es de esos lugares cuyas raíces jamás se borran y así el padre de José Pablo, ya nacido en la capital, verano tras verano regresaba a La Baña, con sus hijos, a los que trasmitió el amor por esta tierra, como él lo había recibido antes de su padres.
Desde niño, José Pablo se vio marcado por una inclinación natural hacia el arte. Sus ojos brillaban cada vez que veía una pintura, una escultura o una pieza de artesanía. A los 18 años, impulsado por una pasión que no podía ignorar, decidió dar un paso más allá en su formación y viajar a Sevilla, donde la tradición artística florecía, convencido de que era el mejor lugar para su formación.
En Sevilla, José Pablo se sumergió en el arte, en su historia y su técnica. Comenzó sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios, un lugar donde el eco de los maestros y las leyendas del arte se sentían presentes en cada rincón. Allí se especializó en el arte del dorado al agua y mixtión, un oficio casi perdido que requería un dominio delicado y meticuloso de la técnica. Sus manos, aprendiendo el noble arte de embellecer superficies con pan de oro, fueron testigos de la evolución de su propia habilidad, pero también de su devoción por el detalle y la perfección.
Además, su fascinación por la pintura lo llevó a sumergirse en la policromía hiperrealista. Bajo la técnica de la pintura al óleo, desarrolló una destreza que parecía romper las fronteras entre lo real y lo imaginado.
El tiempo en Sevilla también le permitió formarse como restaurador y conservador del patrimonio histórico-artístico, una disciplina que lo conectaba con la raíz misma de su pasión por el arte. El objetivo de preservar y proteger las obras artísticas para las futuras generaciones se convirtió en una misión personal para él. Se graduó en la Universidad de Bellas Artes de Sevilla, donde obtuvo el título en Restauración y Conservación del Patrimonio Histórico-Artístico, y se dedicó a la investigación sobre las mejores técnicas para la conservación de los bienes patrimoniales.

Durante sus años de formación, José Pablo tuvo la oportunidad de trabajar en algunos de los talleres más prestigiosos de la ciudad. Fue aprendiz en el taller de dorado y policromía de Enrique Castellanos, donde perfeccionó su técnica en el dorado de imágenes religiosas, y también en el taller de José Manuel Cosano, un maestro reconocido por su habilidad para restaurar y devolver la vida a las obras de arte que el paso del tiempo había dejado en el olvido. En estos talleres, se formó no solo en la técnica, sino también en el profundo respeto por el legado cultural y artístico que llevaba a cabo.
Con el paso del tiempo, José Pablo se adentró también en la talla y modelado de esculturas de bulto redondo. Aprendió a modelar con barro cocido y a tallar la madera y la piedra, creando obras que reflejan su evolución como artista. Las esculturas que surgían de sus manos eran tanto realistas como expresivas, capturando la esencia misma de la figura humana, el movimiento y la emoción. Su pasión por la escultura fue un reflejo de su deseo por contar historias y dar vida a lo que muchos consideraban inerte.
Cada vez que puede, regresa a La Baña para respirar el aire fresco de las montañas, donde encuentra la inspiración para nuevas creaciones. En sus visitas, recorre los mismos senderos que su familia había recorrido décadas atrás, recordando el sacrificio y la lucha de aquellos que habían buscado una vida mejor,
A sus 29 años, José Pablo Martínez Rodríguez ya es un joven con un bagaje artístico impresionante, algo inusual para alguien de su edad. Su formación académica, sus años de práctica en talleres de renombre, y su capacidad para crear piezas que combinan lo tradicional con lo innovador lo ha colocado en un lugar privilegiado dentro del mundo del arte. Sin embargo, como muchos artistas, se encuentra ante un desafío que no se resuelve solo con habilidad y dedicación: el reconocimiento profesional.
El mundo del arte es uno de los más difíciles de penetrar. Mientras algunos artistas logran el reconocimiento en su juventud, la mayoría de los grandes maestros no son verdaderamente apreciados hasta bien entrada su madurez o, en muchos casos, hasta después de su fallecimiento. Esta realidad pesa sobre los hombros de José Pablo, pero, lejos de desanimarse, decide seguir adelante con una determinación aún mayor.
Con una profunda conciencia de que el apoyo económico sería clave en esta etapa de su carrera, José Pablo decide lanzar un mensaje de esperanza y apelación a aquellos que pudieran entender su lucha y su pasión por el arte: las autoridades y estamentos públicos de León, la tierra de sus antepasados.
José Pablo nunca ha olvidado la tierra de sus abuelos. Aunque Madrid y Sevilla le ofrecieron el camino hacia su formación y desarrollo artístico, La Baña es el lugar que lo llama, y donde el recuerdo de sus ancestros lo conecta con un legado que querría preservar. La Baña, con sus montañas, sus valles y su gente, es más que un lugar; es la raíz profunda de su identidad. «Es hora de que la tierra de mis ancestros vean lo que he aprendido y logrado, y que mi obra también forme parte de su historia». Por eso, a través de sus primeras exposiciones, José Pablo busca no solo el reconocimiento del público y los críticos, sino también el apoyo de las instituciones que, podrían ofrecerle el espacio para dar a conocer su obra.
El sueño de José Pablo no solo es hacer crecer su propio nombre, sino también llevar el arte, representando a León y a La Baña en un mundo donde, muchas veces, los artistas provincianos tienen que luchar contra las distancias y las barreras económicas.
«La Baña es mi alma», dice José Pablo en cada una de sus intervenciones. «Necesito ese respaldo, porque un artista solo no puede abrirse camino. Necesita el apoyo de su gente, de su tierra, de su comunidad. Y yo estoy dispuesto a compartir todo lo que he aprendido con ellos. Si mi obra puede encontrar un hogar en La Baña, en León, entonces sabré que todo lo que he hecho ha tenido un propósito», piensa. Y mientras eso ocurre, José Pablo seguiría trabajando con la misma pasión y dedicación, sabiendo que el arte es eterno y que, a través de él, podrá construir puentes entre su presente y su legado, entre el Madrid cosmopolita, Sevilla y los valles de su querida Cabrera.