Después de un trotamundos como Félix, trabajador en las plataformas petrolíferas de los mares lejanos y escultor, y de una entrañable y ejemplar maestra como la de La Cuesta, que tanta huella dejó en sus alumnos... nos vamos con un cabreirés de cuna y querencia, trabajador "en el carril" con los oficios más diversos y peligrosos, muerto y resucitado por extraño que parezca, que regresó a la llamada de la tierra, a la cantina que montó en su pueblo, recordado por todos con su apodo, bien ganado, de Carrilano, que así suena en todos los recuerdos, especialmente en el bar que hoy llevan sus hijos ya como moderno restaurante. Diga Carrilano en La Baña, en Cabrera, y desatará los recuerdos. A ellos vamos, pues en la comarca cabreiresa de León, en el pueblo de La Baña, nació en 1935 un hombre cuya vida sería un símbolo de coraje, esfuerzo y solidaridad. Su nombre era José Martínez Bayo, aunque todos acabarían conociéndolo como Carrilano, un apodo que él mismo se ganó a pulso y con orgullo.
En aquellos años, La Baña no era como ahora, con su boyante economía gracias a la explotación de la pizarra. Entonces era un rincón humilde, de inviernos duros y oportunidades escasas. José no se resignó. Fue uno de los primeros en salir del pueblo en busca de un futuro distinto. "¡Hay que coger carril!", decía a los de su quinta, animándolos a salir de la pobreza y buscar nuevos horizontes.
Su primer destino fue el pantano de Vega de Tera, una gran obra de ingeniería en la cercana Zamora que acabaría siendo tristemente célebre por la rotura de su presa y la tragedia de Ribadelago en 1959. Para llegar hasta allí, José y otros como él cruzaban a pie la sierra, desafiando el frío y la distancia, con la esperanza en sus corazones.
El muerto que estaba vivo
Después vendrían otros trabajos duros, como en los túneles de Guadarrama, donde el trabajo era duro pero bien remunerado, no exento de peligros por los frecuentes derrumbes, siendo varios quienes allí dejaron la vida trabajando. Él siempre cogía los trabajos más duros; en el caso de los túneles, se encargaba de barrenar para poner la dinamita y perforar la tierra. Allí precisamente contrajo la silicosis. Siempre iba acompañado por jóvenes de su pueblo y nunca aceptaba un trabajo si no se lo ofrecían también a sus compañeros. "O todos o ninguno", decía con firmeza. Era líder sin quererlo, guía para muchos que no se atrevían a dar el primer paso si no era siguiéndole.
Pero quizá el episodio más increíble de su vida ocurrió años más tarde, durante su etapa como emigrante en Suiza. Allí, en tierra extraña, sufrió un grave accidente de coche. Los servicios médicos, creyéndolo muerto, no lo trasladaron al hospital sino a una sala mortuoria. Y fue allí, en ese silencio, donde un golpe de suerte, quizás el destino, intervino: alguien lo vio moverse. Con asombro y prisa, lo llevaron finalmente al hospital. José sobrevivió. "He nacido dos veces", decía después con media sonrisa, como quien sabe que la vida le ha hecho un guiño.

Con el tiempo, volvió a su querida La Baña. Traía historias, cicatrices y enseñanzas, pero también un nuevo proyecto: montar una cantina. Y allí, entre vinos, dominós y conversaciones eternas, seguía animando a los jóvenes a "coger carril" si el camino se ponía difícil, aunque ahora ya muchos no necesitaban marcharse tan lejos. La Baña ya había dado comienzo a las explotaciones de pizarra y había trabajo para todos.
Carrilano no fue sólo un trabajador incansable. Fue símbolo de una generación que empujó al mundo con sus manos callosas. Un hombre de palabra, de compañerismo férreo, que supo reinventarse una y otra vez sin olvidar nunca de dónde venía.
Y así, entre montañas y recuerdos, José Martínez Bayo se convirtió en leyenda. La leyenda del Carrilano.
Una noche, mientras Carrilano ya dormía, su cantina acogía a los maestros, los guardias y el cura, todos reunidos en animada tertulia. Fue entonces cuando, entre bromas y cafés, diseñaron en una servilleta el primer logotipo de la cantina. Decía: "Para invierno y verano, Casa Carrilano".
Ese lema sigue vivo hoy, con algunas correcciones, en la fachada y los azucarillos del actual Bar Restaurante Carrilano, gestionado con orgullo por sus hijos Pedro, Maribel y la esposa de Pedro, que han sabido conservar el alma del lugar.
Pero hay otra historia que su hijo cuenta con brillo en los ojos. En un tiempo en que la televisión era un lujo impensable, la primera del pueblo la puso su padre en la cantina. Como la señal no llegaba, Carrilano y varios mozos, sin conocimientos técnicos pero con una fe inquebrantable y sin saber de dónde habían sacado tantos metros de cable, subieron a los montes más altos y montaron un repetidor casero. Así, milagrosamente, lograron captar la señal. Y cuando había partido de fútbol, la cantina se llenaba tanto que temían que se hundiera el piso. Era una fiesta. Era el pueblo en comunidad, gracias al empuje de uno de los suyos.
También fue quien trajo la primera conducción de agua para el pueblo. También nos cuenta su hijo Pedro que fue el primero en traer un periódico al pueblo. En aquel caso, era una suscripción al diario Pueblo, que, como es de suponer, llegaba con varios días de retraso.
Porque así era José Martínez Bayo, alias Carrilano: generoso, incansable, con un espíritu de servicio inagotable. Líder natural, guía y refugio. Su vida fue un ejemplo de cómo un solo hombre, con voluntad y corazón, puede transformar la vida de un pueblo.
En los últimos años de su vida, sufrió un accidente en el que casi se deja la vida: al salir de su casa, un Land Rover de una cantera le aplastó contra la pared del restaurante, causándole muchas heridas en la cara y pecho, que le mantuvieron hospitalizado varios meses.
Hoy, Carrilano es mucho más que un recuerdo. Es una leyenda viva de La Baña. Y su historia sigue latiendo en cada rincón de su cantina, hoy transformada en un boyante, bonito y próspero negocio de restauración, regentado por sus hijos Pedro, Maribel y la esposa de Pedro, en cada gesto de hospitalidad, en cada mozo que decide "coger carril" con la misma valentía que lo hizo él.