Avelino Fierro: "Puede que la escritura ayude a sobrellevarlos malos tragos"

El fiscal y escritor leonés presenta este viernes (20 horas) en el Nuevo Recreo Industrial la tercera entrega de sus diarios, ‘Días sin rostro'

29/12/2023
 Actualizado a 29/12/2023
Avelino Fierro presenta este viernes en el Nuevo Recreo Industrial el libro ‘Días sin rostro’. | DANIEL MARTÍN
Avelino Fierro presenta este viernes en el Nuevo Recreo Industrial el libro ‘Días sin rostro’. | DANIEL MARTÍN

Audaz, original, lúcido, culto... Son algunos de los adjetivos que podrían definir su forma de entender los diarios, género del que se ha convertido en todo un maestro y del que esta tarde (20 horas) presenta en el Nuevo Recreo Industrial la que ya es su tercera entrega, ‘Días sin rostro’, un acto que también servirá como presentación del grupo musical Maïa.
 
– ¿Qué textos ha reunido en ‘Días sin rostro’? 
– Cada dos años voy publicando mi diario. Este será el quinto. Pero es distinto a los anteriores, sin duda motivado por ese tiempo en el que está escrito. Hay anotaciones de los años 2020 y 2021, pero hay también una larga introducción en defensa de la literatura y de la lectura. Es el texto que sirvió para el pregón de una Feria del Libro en compañía de mi amiga Marta Sanz. Y hay dos secciones más que no se publicaron antes en la revista cultural digital Tam Tam Press, como ha venido siendo habitual. Son ‘Textos dispersos’ y ‘Migas de pan’, escritos más cortos, pero sin llegar a la brevedad del aforismo. Ese tipo de escritura no la practico, hay que hacerlo muy bien para que no se quede en simplezas u ocurrencias. 

Imagen Portada Días sin rostro Avelino Fierro
Portada de 'Días sin rostro'. | EOLAS

– ¿El título hace referencia a la pandemia? 
– Sí. Se puede decir que este libro es un pariente cercano a otros que describen esa época, como los de mis amigos Julio Llamazares y Jordi Doce, que publicaron ‘Primavera extremeña’ y ‘La vida en suspenso’. 
Esta vez el libro no lleva prólogo, como sucedía con los anteriores diarios. No he querido pedir a nadie que ponga palabras a aquel desorden que vivimos esos años, si ni siquiera sabíamos lo que estaba sucediendo. Sería un prólogo tramposo, como aquellos de Stendhal –decía Valéry– que guiñan el ojo o hacen cómplice al lector.


– ¿Nos hemos olvidado demasiado pronto de lo que vivimos durante la pandemia? ¿Qué fue, personalmente, aquello que se puede decir que aprendió a partir de todo lo que pasó entonces? 
– El día que empezó el encierro a causa del virus comencé a escribir cartas. Se publicaron en un epistolario, ‘Estatuas de sal’, en la editorial madrileña Franz. Es un libro hermoso, una edición muy bonita. Fue la editora la que eligió el título al leer los párrafos finales. Allí decía yo que cuando todo acabara tampoco enderezaríamos el paso, que volveríamos al presente, a un mundo lleno de escaparates con brillo en los que pegaríamos la nariz. Que de la ceguera del Estado y hasta de nosotros mismos sólo nos salvarían la cultura, el humanismo, las voces y músicas que nos hicieron, las ficciones supremas, esas ingenuidades. Si no fuera así, los filósofos volverían al silencio, regresarían a la caverna. Y no escudriñaríamos en nosotros mismos, ni cambiaríamos nuestra vida, como nos pide Rilke en el verso final de su poema ‘Torso arcaico de Apolo’. Porque sentiríamos miedo a quedarnos rezagados en esta carrera sin sentido. Ni siquiera miraríamos hacia atrás, temerosos de convertirnos en estatuas de sal. 
 
– Dedica el libro a su padre, que falleció en 2020. ¿Escribir diarios es siempre, se quiera o no, hacer un inventario de afectos? 
– Mi padre falleció el 19 de abril de 2020. A veces pienso que sigue por aquí, revoloteando. Estuve a solas con él un par de días en el hospital. Recogí sus cenizas y no hubo nada más. Parece que no ha sucedido. En el libro escribí algo sobre el día que llevamos las cenizas al cementerio un par de meses después, sobre las gotas de lluvia que cayeron, sobre las palabras de mi hermano, sobre el vacío de Dios, que no estaba por ninguna parte. Puede que la escritura sirva para consolar, que ayude a sobrellevar los malos tragos. Para aflojar ese nudo que se te pone en la garganta. 

 

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El autor Avelino Fierro. | DANIEL MARTÍN

Afectos… Sí, alguna vez pensé en hacer una cita al final de los Diarios con los nombres propios de los escritores que me interesan, de los amigos, de personajes de esta ciudad. Eso alimenta mi escritura, eso y algunas jornadas o noches más o menos memorables. Lees a Josep Pla, uno de los maestros, por ejemplo en ‘La vida lenta’, y ves que habla de Ridruejo, de Valle, de Ronsard, del sepulturero del pueblo, de la luz del mar o del color de las verduras del huerto, de los vientos de la zona…
 
– Otros autores de diarios se los toman a menudo como inventario de afectos pero también como ajustes de cuentas. ¿Usted no cultiva esta última parte? 
– No me deja Mar, mi mujer, que pasa al ordenador mis escritos y lima todas las asperezas. No, eso no tiene sentido, aunque hay excelente literatura alrededor de esas contiendas, de esas puñaladas. Hay muchos ultrajes e insidias en los escritores del 98. Baroja dice de Gómez de la Serna que no tiene gracia, que es de una abundancia fofa, un sinsorgo, como dicen en Bilbao. Luego a Baroja le dan por todos los lados. Pla dice que es de adjetivo fácil, que lanzaba los adjetivos como los burros tiran los pedos. Umbral dijo que era una portera, Alberti lo pone a caldo en las coplas de Juan Panadero. A mí, Baroja me gusta mucho. 


Juan Ramón Jiménez era tremendo. Luego se vuelven contra él los poetas del 27. Todos recordamos otros enfrentamientos más recientes, como aquellos en las páginas del País entre Marías y Muñoz Molina, o entre el primero y Andrés Trapiello. 

– ¿Cómo consigue mantener la sorpresa en la mirada caminando por una ciudad que, por lo general, cambia muy poco?
– Sobre esto ya hablamos, de por largo, en la entrevista que me hizo usted cuando se publicó mi libro ‘La belleza del caminar’. Diría lo mismo.  


Y no creo que la ciudad cambie poco, cambia demasiado, y a peor. Se hacen obras innecesarias y con muy malos resultados. Todos hemos visto que la peatonalización de la antigua calle Dieciocho de Julio, a los dos meses ya era una tremenda avería. Todos esos bancos de granito… Todas esas autorizaciones que se dan para establecimientos hosteleros en conjuntos históricos…


Hay que respetar la ciudad antigua y si haces algo, hazlo con un cierto criterio urbanístico y general. Si aparece algo nuevo, que se haga sentir con naturalidad y que no se haga del pasado algo ajeno. Casi todo me parece arrogante y sin sentido. Hay como una «limpieza étnica» de lo viejo, de lo antiguo. Es un disparate querer ser a toda costa «moderno».


– Ha salido de los diarios para escribir ensayos o incluso libros epistolares. ¿No le atrae escribir una novela? 
– No siento esa necesidad. Y autores a los que sigo me tranquilizan en esas apetencias. Pla es autor de grandes frases sobre esto: que si las novelas son la literatura infantil de las personas mayores, que si después de los treinta y cinco años leer novelas es un síntoma de primitivismo muy acentuado. Ricardo Piglia decía algo parecido. Y Umbral. Bueno, lo de Pla es un tremendismo bastante impostado. Nadie puede dejar de leer a cualquier edad a los grandes, Tolstoi, Dostoievski, Flaubert, Nabokov, Durrell, Clarín, Baroja, nuestro último Premio Cervantes… Tantos y tantos.


Y tampoco hay mucha diferencia. Corpus Barga decía que los memorialistas –y yo meto aquí a los diaristas– tienen muchas similitudes, ambos escriben por lo que han visto, oído y leído. Pero el novelista da cuenta de un mundo y en la autobiografía el autor se cuenta a sí mismo.


Si escribiera algún día una novela, creo que se parecería a una que he leído hace poco en edición reciente pero publicada ya en el 95, que me recomendó Antonio Manilla, ‘La propiedad del paraíso’, de Felipe Benítez Reyes, en la que el autor narra una infancia, construye una infancia –dice– que no es la suya pero que tiene algo que ver con la que él vivió. Ya ve usted, memoria, autobiografía, novela.

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