Se montó un gran revuelo. «¿Quieres matizarlo, explicar la ironía» le preguntamos y fue contundente: «No, quién no haya entendido esto no entiende nada. Déjalo».
Era Eduardo Arroyo. Pero en los últimos tiempos, desde hace ya bastantes meses, aquella voz de trueno había desaparecido. Incluso la llegó a perder, síntoma externo de un bicho que le había declarado una cruel batalla que ayer perdió definitivamente, a los 81 años, en Madrid, donde falleció. Sus restos viajarán al que él llamó su paraíso perdido, cuando lo redescubrió a su regreso de Francia, el valle de Laciana, el pueblo donde tenía sus raíces, Robles.

- ¿Todo empezó en París?
- Tal vez. De Laciana recuerdo los juegos y los paisajes, las gentes, la mina y la agricultura, pero al salir al mundo ‘mayor’, a Madrid, me hice de aquella generación en la que nuestra meta era huir de España. No olvides que nací en la guerra y crecí en la posguerra ¿seguir aquí, a qué?
- Pero no se hizo francés.
- Pasaba algo curioso, pese a huir de Franco y lo que significaba la lejanía de España nos hacía profundamente españoles.
Y va desgranado tantos recuerdos que es un pozo sin fondo. Resulta que él lo quería era ser escritor (con el tiempo lo fue pues publicó varios libros, uno de ellos la famosa biografíadel boxeador Panamá Al Brown) y comenzó a dibujar para ilustrar sus textos, estudió periodismo, jugó en el Real Madrid de baloncesto por más que el deporte que le gustaba era el boxeo... y a París no fue a hacerse artista sino a buscar a un amigo tractorista... y se ganaba el bocadillo diario haciendo dibujos por los bares: «Se los llevábamos a los clientes y si le gustaba te lo compraba. Y ya comías un par de días, en un restaurante japonés dela Rue des Écoles, que por 3,25 francos te daba un plato de arroz de infausto recuerdo».
Pero aquel París atrapaba. «Ibas a Montparnasse y te encontrabas con Giacometti o con Calder, gente que para tí era un mito, hablabas con ellos... Sin darme cuenta, estaba en ese lío».
- ¿Qué le atraía del boxeo?, esa afición que tantas críticas le acarreó.
- Su componente poético y dramático que, por cierto ya no tiene;como no lo tienen los toros, que también van a acabar con ellos.
Hizo de todo. Fue antifranquista y proletario, «tanto que casi nos causaba recelo vender cuadros, como si fuera una horterada, era mejor lo de hacer dibujos en los bares»; pintaba toreros creyendo que gustarían en Francia y no era así, también retratos... « nos interesaba más la política que el arte, incluso el nuestro». Con 25 años ya expuso en París y en 1965 llega una fecha significativa: «Me llamaron deMarlborough, el primer español al que llamaban y el que menos duró, medio año. Dejé allí los cuadros de los cuatro dictadores, que están en el Reina Sofía: Franco, Hitler, Mussolini y Salazar. Nadie entendía que un miserable como yo rechazara aquella galería».
Ya sin Franco regresó a España y le sale la vena socarrona: «Me perdí la transición pero en compensación tampoco viví la movida».
Arroyo. Un grande. Pintor, escultor, grabador, decorador, ceramista, escritor, periodista... pero curiosamente en una vieja entrevista le preguntaban algo que ahora cobra mucho sentido.
- ¿Qué pondrá en su epitafio?
- Pintor.