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Espacio disponible

07/03/2021
 Actualizado a 08/03/2021
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Las ciudades tienen lugares simbólicos y lugares sintomáticos. Los lugares simbólicos son los que antes salían en las postales, joyas monumentales, bares, esculturas o accidentes geográficos que en otro tiempo llenaban por sí mismos las fotografías y que ahora han quedado relegados al fondo de los autorretratos que la gente comparte en sus redes sociales. Los lugares sintomáticos, que son los favoritos de los verdaderos fotógrafos, resumen lo que está pasando en un determinado lugar mucho mejor que las fachadas restauradas y las aceras policromadas. En León es de suponer que los lugares simbólicos sean la Catedral, San Isidoro, La Vieja Negrilla o unas lonchas de cecina al trasluz. En cuanto a los lugares sintomáticos, se pueden encontrar por las cuatro esquinas de la ciudad, porque aquí los síntomas son ya tantos que se manifiestan a borbotones. De todos ellos, el que a mí me resulta más sintomático se encuentra al sur de la capital, el acceso más frecuentado, el último tramo de la avenida Sáenz de Miera, por donde los leoneses tenemos que pasar para llegar a las autopistas y autovías que nos conectan con el mundo exterior.

A este kilómetro de nada, un vacío de doble carril, los poetas lo llamarían no lugar, en este caso un no lugar con rotondas, pero resulta sintomático por muchos motivos. Allí se unen el Torío y el Bernesga, los dos ríos que abrazan la ciudad, y allí se pueden ver vacas paciendo en los prados cercanos y recordar que aún no hemos dejado de ser un pueblón. También se pueden ver, en la oscuridad de la madrugada, prostitutas que en sus paseos de tacones imposibles encarnan la hipocresía de una ley que parece permitir su trabajo en una de las márgenes del río y prohibirlo en la contraria.

A diario, el no lugar se convierte cada mañana en un largo aparcamiento que podría despertar la esperanza de que hubiera una multitud cercana, pero pronto descartas la posibilidad al comprobar que, como su propio nombre indica, no hay nada alrededor del no lugar. El motivo real es que se trata de un punto de encuentro recurrente entre quienes tienen que viajar lejos de la ciudad para llegar a su trabajo y que comparten coche a partir de ese punto. Resulta inevitable pensar en los tiempos en que maestros y funcionarios residían en los pueblos a los que eran destinados.

Cuando el viajero llega allí, lo primero que ve de la ciudad de León es una sucesión de carteles que terminan resultando contradictorios, uno de los motivos por los que todo aquello resulta tan sintomático, algo así como si cada alcalde que ha pasado por el ayuntamiento hubiera querido dejar su huella no sólo con proyectos ostentosos en las calles del centro, sino también en los carteles de bienvenida. Nos atropellan los títulos. Pasamos en tan sólo unos metros de ser la cuna del parlamentarismo a la capital española de la gastronomía, para terminar recordando que somos un destino cultural pero no por la riqueza del patrimonio ni por la cantidad de escritores por metro cuadrado, sino al parecer por la declaración de interés turístico internacional de nuestra Semana Santa.

Pero si por algo resulta sintomático este no lugar de acceso a la capital es por la sucesión de mensajes publicitarios que, da igual que vaya o venga, reclaman la atención del viajero. Palo, zanahoria, palo. Toda una montaña rusa para la moral de los que pasan por allí todos los días, de los que llegan con la incertidumbre de lo que encontrarán aquí y también de los que tienen que irse en busca del futuro que su tierra les niega. Aunque van cambiando con el paso del tiempo, se mantiene siempre una sorprendente combinación de llamadas a la seguridad, al orgullo cazurro, a la rebelión contra el yugo castellano y al refinamiento en forma de carnes selectas de buey madurado y coches de lujo.

Recibe un anuncio de una clínica oftalmológica, se supone que para que abras bien los ojos y no te pierdas ningún detalle de esta apasionante ciudad, y luego empieza el vaivén. «¿Tierra de Sabor? No, gracias. Tierra de pavor. No al sello del amo» dice el siguiente cartel, que da la casualidad de que está junto al de una marca de leche que se oferta, precisamente, bajo el sello Tierra de Sabor. Un poco más allá te asalta un cruce imaginario en el que tienes que elegir si tomar rumbo al País Leonés o hacia Castilla y León, todo ello sobrevolado con una inquietante pregunta: «¿Qué futuro quieres?». A más de uno le entrarán ganas de darse la vuelta al asumir la certeza de que le van a dar la chapa elija el camino que elija. Luego, una editorial te espeta que lleva «25 años creciendo contigo», y después la Diputación Provincial te invita a saborear productos de León esta Navidad (se supone que productos no perecederos, claro) con todo un alarde de originalidad: una cabeza de león que, en definitiva metáfora, aparece parcialmente desgarrada. Unos cuantos llamamientos más al Lexit, la creación de la autonomía número 18, terminan con el mensaje que mejor resume lo que pasa aquí y convierte al no lugar en sintomático de una ciudad contradictoria y vacía: «Espacio disponible».
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