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El museo de Borges

05/12/2021
 Actualizado a 05/12/2021
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«Un poema nunca está terminado; solo se abandona». Esta afirmación de W.H. Auden y otras similares dan cuenta de la entrega reciente de la creación artística a la sugestión de lo inacabado, la tensión de lo sugerido pero no dicho, a desvíos y desvaríos donde, tal vez, prenda un fuego nuevo. Habían pasado siglos de renuncia paulatina al ideal clásico de perfección, de cuestionamiento de la forma artística «cerrada» que pretendía de alguna manera enmendar la realidad proponiendo la alternativa de una creación consumada, firme, perfecta: terminal. Pero la realidad, tozuda, había dejado suficientes grietas: los bocetos, los fracasos, los caprichos, las deformidades... Los formidables inacabados del Buonarroti, la ligereza disolvente de pincel del Tiziano, los fragmentos de una Antigüedad erosionada y oscura por doquier... la vida.

Lo inacabado proporcionaba el mapa en blanco de un territorio desconocido, las costas de un país por descubrir que abría interrogantes, iniciaba distintas peripecias, anhelaba toda posibilidad. También el pasado nos alcanza incompleto, ignoto. No solo en sus vestigios, sino en aquello que solemos denominar imprecisamente el contexto. O la «verdad histórica», que cada época reescribe y lee a su modo. Cuanto más antigua es una obra más amputada se nos presenta, aunque esté entera. Por ese motivo completamos el pasado a nuestro antojo, lo «restauramos» o «reconstruimos» a nuestra imagen y semejanza, lo reubicamos donde creemos será mejor entendido, tejemos nuestras leyendas con sus hilos.

Con este asunto, que subyace a la historia del arte durante la modernidad, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid propone desde hace semanas una de las mejores exposiciones temporales de este año: ‘Non finito. El arte de lo inacabado’. Hasta el 9 de enero; antes estuvo en Palma y después lo hará en Zaragoza.

Como en el universo simultáneo y concentrado del Aleph de Borges en las salas del Museo nos esperan las tareas últimas y truncadas de Bach y de Sorolla, estampas del estudio de Giacometti y de la Quinta del Sordo, imágenes de la Metrópoli de Lang y las de Piranesi, un ábaco de Napier y un bosquejo de Ingres, un barro de Salzillo y un jeroglífico egipcio, pinceladas del Greco, Kandinsky y Ruisdael; grutescos y anamorfosis, un monumento soviético y la Sagrada Familia, tachones sobre un lienzo de Sam Francis y vacíos de Hockney u Oteiza; el vecindario de Perec, la banda de Moebius y una cabeza yemení; una concha de nautilo y una escultura ibérica; el fondo dorado de Alonso Berruguete y la profundidad del haram de la mezquita cordobesa... El propio museo, obra inacabada por antonomasia, acoge la ambición por completar un mundo nunca perfecto. Por fortuna.
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