El libro de los que sonríen en la tormenta

‘Ausencia, el cáncer y yo’, primera novela de Carmen y Sergio, almas del Profesor 10 de Mates, nos empuja a unos días en los que los más pequeños son los héroes

Ruy Vega
26/07/2020
 Actualizado a 26/07/2020
Carmen Rodríguez y Sergio Barrio, ‘Profesor10demates’, con su nuevo libre ‘Ausencia, el cáncer y yo’.
Carmen Rodríguez y Sergio Barrio, ‘Profesor10demates’, con su nuevo libre ‘Ausencia, el cáncer y yo’.
De entre los sueños imperecederos de una heroína incansable, de entre los versos del poema más sincero de una madre luchadora y desde la mente más especial de un profesor magnífico. De entre ellos, de entre los que están y los que se quedaron por el camino, de entre los que ahora son recuerdo, pero fueron presencia, de entre los que ganaron una batalla al borde de un abismo venciendo al futuro, al ocaso y a la realidad. De entre todos ellos, papá, te rescato un libro, ‘Ausencia, el cáncer y yo’, para esta nueva Carta a ninguna parte.

El mundo y la vida están dibujados en los lienzos del destino por las líneas imperceptibles de aquellos que vencieron, pero también de los que salieron derrotados. El destino, en ocasiones, te planta ante una espada que corta los sueños más esperanzadores de unos niños cuya vida, de repente, se planta ante ellos con ojos de piedad inexistente, con el vuelo de un avión en picado y sin alas. Pero ellos, justo ellos, en ocasiones son los más valientes. Y de esa valentía, de aquellos días de tormenta, de la lluvia que no cesa o el dolor que es crónico; de todo ello, papá, nacen increíbles historias que llevan al ser humano más allá de la imaginación de un escritor porque, como este libro, son líneas de verdad.

El libro, papá, nos lleva a una época y un instante de un tiempo que nunca se detiene, hace ya décadas, en la que una joven Carmen tiene que tratarse de un cáncer que nunca le derrotó, pero que sí tatuó en su alma sensaciones nunca olvidadas, que ahora todos podemos encontrar en esta maravillosa novela.
Comienza esta obra imprescindible con una afirmación que deja claro el camino, difícil de tomar para una niña, para una madre o para todos: “La vida en el hospital no era para nada idílica, pero era la única que tenía y quería disfrutarla al máximo”. Eso mismo creo yo. Y eso mismo pienso, arrepentido, por no haberlo sabido entender contigo, con cada minuto y cada segundo que navegamos juntos.

La vida, en aquellos momentos, debió ser más dura incluso que lo que el libro deja claro. Y por eso frases como la siguiente cobran más valor: “Mi madre y yo hacíamos esfuerzos titánicos por despedirnos. Cada noche, se marchaba a la pensión con los ojos llorosos y, eso sí, comiéndome a besos antes de irse”. Yo lo sigo haciendo, con cada una de las lágrimas que caen de mi alma y golpean mis recuerdos, cada noche, desde que no estás.

Con una línea de sutil realidad, Carmen y Sergio, autores del libro, nos dejan volar por este viaje único, en donde el significado de la palabra ‘vida’ cobra un sentido único y esencial, aliñada con una novela real, en la que la gente que aparece para ayudar así lo hizo, pero aquella que aparece para aprovecharse, también.

Reflexión tras reflexión, escondidas entre capítulos desgranados a golpe de dureza, nos regalan magníficos pensamientos que cobran mucho más valor sabiendo que así fueron. “Desde ese mismo instante en que los médicos se pusieron manos a la obra para cerrarle las heridas externas, él puso todo su empeño en las internas”. Qué duras las heridas internas, ¿verdad? Esas que nadie ve y pocos confiesan. Quizá todos las tengamos, quizá unos las dicen, otros las esconden y otros… Otros escriben, componen canciones y viven la vida entre versos. Otro ejemplo: “A mi madre le chocaba enormemente que en Madrid la pobreza y la riqueza estuvieran tan solo a una pasarela de distancia y sin mezclarse”. ¿Se puede ser más sincero? Creo que hoy en día quizá no sea un puente. Ahora ambos mundos se separen por un solo ‘click’ de distancia.

Los capítulos nos van mostrando enormes muestras de la valentía indestructible de los niños, muchos de ellos con un futuro oscuro, pero capaces que sonreír cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo; capaces de bailar al borde del precipicio, con los ojos cerrados y los brazos abiertos, sintiendo las notas que su cerebro les muestra. Niños como Antonio, de quien nos dicen que “El tío andaba cargado de protones por la vida, y me han comentado que la carga aún le dura”. Un aplauso para él. Qué duro debe ser, qué duro… No nos hacemos a la idea si no lo hemos vivido. Por eso, quizá, la última frase que tengo resaltada de libro (la última por su posición dentro de las páginas del mismo, no la última de la que te quiero hablar) cobra una fuerza aún mayor: “A mí, de momento, nadie me había comunicado nada, pero yo ya me había puesto en lo peor”.

Es Carmen, nuestra heroína, quien logró ver el color más precioso en el negro, o la música más penetrante en el grito. Es Carmen quien gira la vida hacia el otro lado, buscando lo hermoso de ella, aunque esto, a veces, parece lejano. Como cuando confiesa que “últimamente, me daba por pensar que los enfermos éramos como esas plantas delicadas que viven en un invernadero con luz artificial, o mejor aún, como polillas en una crisálida”. Te dejo otro ejemplo, papá, de la enorme valentía de esta niña indestructible: “curiosamente, y a medida que fue pasando el tiempo, ya enferma y con el filo de la guadaña al cuello, aprendí a convivir mejor con la muerte”. No, no lo escribe el piloto de un caza de combate justo antes de la Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, lo escribe una niña que vence al destino. Un último grito de realidad: “Ausencia, vive el presente, que igual no hay futuro”.

Papá, ¿sabes? No me he querido detener mucho más en la descripción de este libro, porque creo que con estas pinceladas seguro que ya es uno de los que tendrás anotado en tu listado de novelas pendientes. Te observo si cierro los ojos mientras me explicas que los libros se pueden escribir con técnica, pero siempre necesitan corazón y alma para dotarlos de cuerpo y verdad. Y de eso este libro tiene mucho, casi infinito.

No te contaré el final de la historia, porque querrás encontrarla por ti mismo, pero poco importa. Cualquiera de los niños que estuvieron allí, cualquiera de sus madres y padres, con el solo hecho de estar, ocurriera lo que ocurriera, vencieron de una manera arrolladora.

Todos los libros de los que te he hablado tienen algo único y especial, algo que les hace distintos. ¿Sabes qué es lo que tiene este? Verdad, papá, este libro tiene verdad y vida. Porque la palabra vida cobra mucho más sentido tras leerlo.

Me despido ya, sintiéndome más cerca que nunca de ti, y afirmando fielmente que, contigo y con todos y cada uno de los que luchan cada día por un futuro, cobra mucho más sentido que “no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida”.

Esta carta va por todos vosotros, los inmortales.
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