Montañas de ceniza

La Vuelta ciclista, al pasar por El Morredero, no solo mostró al mundo el esfuerzo de los corredores, sino también la herida abierta de unas montañas convertidas en ceniza

15/09/2025
 Actualizado a 15/09/2025
La herida abierta de unas montañas convertidas en ceniza en El Morredero.
La herida abierta de unas montañas convertidas en ceniza en El Morredero.

El aire olía a humo y a brezo chamuscado. No era un olor lejano, sino pegajoso, íntimo, como si alguien hubiese derramado sobre la piel una loción hecha de tizne y ceniza. Agosto convirtió las montañas del noroeste en un océano suspendido entre brasas, y desde el aire, las comarcas de Sanabria, El Bierzo, Larouco y Xinzo de Limia se desplegaban como un lienzo quemado: manchas negras ondulando sobre montañas, valles, ríos y aldeas, como si una sombra oscura hubiera cubierto la tierra.

En El Bierzo, las imágenes televisivas de la Vuelta a España eran desoladoras: carreteras que separaban tramos verdes de otros calcinados y paisajes ennegrecidos donde antes había belleza. El Morredero mostró al mundo la magnitud del desastre gracias a la competición, mientras que, días antes, las fotografías aéreas de Pedro Armestre —más cercanas al cine de Tarkovski que al periodismo— ya habían anticipado esa visión: montañas convertidas en mares de ceniza, ríos como espejos manchados de tinta y contraluces que recordaban a un futuro postapocalíptico. Lo perturbador no es solo la estética, sino la familiaridad con la que hemos aprendido a contemplar la devastación como si fuera arte.

Este paisaje herido no cae sobre un territorio inocente. Es la herencia de seis décadas de abandono, la misma que, en silencio, fue acumulando matorral y soledad, combustible y memoria. Las tres últimas generaciones de este país se han sucedido en este juego cruel: los millennials, que intentaron fijar población con proyectos tan efímeros como los fondos europeos; la generación Z, que soñó con repoblar aldeas al ritmo de documentales bucólicos en Netflix; y la Alfa, que, aun sin habitar, contempla ahora la desaparición de cientos de hogares reducidos a oscuros escombros. El fuego se alimenta de lo vegetal, pero también de lo social: la ceniza es tanto orgánica como biográfica. Con una mirada cinematográfica intentaré descifrar las montañas de ceniza.

Plano detalle: un río que antes era espejo y vida ahora lleva ceniza. El agua arrastra partículas negras que contaminan abrevaderos y alimentan un rumor espeso de pérdida. La fauna busca refugio en los márgenes; los humanos, desalojados, contemplan la reducción de su mundo al tamaño de una maleta de emergencia. Cada hectárea calcinada es más que tierra: es memoria, canción, refrán, huella de fiesta patronal. Lo que se quema no son solo árboles, sino la continuidad de un modo de habitar.

Plano picado: aldeas vacías, bosques calcinados, ríos oscurecidos. La marea negra de ceniza fluye como una corriente continua, conectando pasado, presente y futuro. Cada incendio es un palimpsesto en el que se sobreescribe la historia: en las brasas laten tanto las hogueras rituales de San Juan como la gestión forestal que las administrativas nunca llegaron a realizar. No arde únicamente el paisaje, arde también la mala política.

Primer plano: un monte que antaño fue pasto. Allí donde, durante siglos, la mano humana tejió una coreografía precisa de siegas, rebaños y fuegos controlados, hoy se alza una espesura vegetal ingobernable: un bosque joven, tan denso como inflamable. Buscamos soluciones, la nostalgia quisiera convencernos de que basta con regresar al pasado para apagar los incendios, pero la historia no admite repeticiones literales. No se trata de revivir una edad dorada campesina, sino de traducir su experiencia a un presente radicalmente distinto, de inventar, desde la tradición, nuevas formas de aprovechar estos territorios de montaña para que se vuelva a convertir en ceniza.

Plano secuencia: seguimos buscando soluciones, un rebaño abre claros en el matorral. Su caminar pausado recuerda que lo lento puede ser estratégico. Bien manejado, el ganado reduce la vegetación que alimenta las llamas, conserva razas autóctonas y sostiene aldeas al borde de la desaparición. El problema no es elegir entre dron o cabra, entre satélite o pastor, sino aprender a conjugar lo antiguo con lo nuevo en un verbo que no sea “abandonar”. Menos abandono, menos incendios en las montañas.

Primer plano: Y, sin embargo, entre la ceniza se abren fisuras luminosas. En algunos claros, pequeños brotes verdes asoman como versos tercos en un poema tachado. No basta para componer una oda, pero sí para recordarnos que el territorio no es cadáver, sino herida. La prevención real de incendios no consiste en romanticismo arqueológico ni en tecnocracia autista, sino en aplicar la inteligencia acumulada de siglos de interacción humana con el paisaje. Ganadería extensiva, selvicultura consciente, restauración ecológica, participación social: el prestigio territorial verdadero se mide en la capacidad de sostener vida, no en acumular mapas de colorines para justificar presupuestos.

El plano final:  Se eleva como en una secuencia de Wim Wenders: un vuelo panorámico sobre las montañas de ceniza. El sol de agosto, cruel en su brillo, ilumina al mismo tiempo la devastación y los pequeños brotes que la desafían. Este desastre deja un territorio transformado, herido, pero no derrotado. La ceniza retrocederá, y bajo ella seguirá latiendo una vida que espera ser acompañada. La lección es simple y devastadora: el abandono convierte la tierra en combustible, mientras que la presencia consciente la transforma en hogar.

Quizá algún día, cuando la vida vuelva a poblar estos paisajes, ya no hablemos de montañas heridas mostradas al mundo por la Vuelta ciclista, sino de territorios que supieron resistir porque aprendieron a conjugarnos. Tal vez entonces la última imagen no sea la negra ceniza, sino la visión otoñal e inesperada de un “quitameriendas” solitario abriéndose camino entre las montañas quemadas: una flor vulgar y sublime, banal y trascendente, que recordará que, incluso en la ruina, la vida insiste en germinar.

Lo más leído