Lumbres apagadas

Despoblación no es solo ausencia de gente: es pérdida de vínculos, saberes y fuego que calienta el hogar. Pero donde hubo lumbre, aún puede haber esperanza y resistencia

21/07/2025
 Actualizado a 21/07/2025
El fenómeno de la despoblación deja ruinas que pueden ser oráculos. |ASODEBI
El fenómeno de la despoblación deja ruinas que pueden ser oráculos. |ASODEBI

Hay palabras que parecen llevar dentro un silencio. Despoblados es una de ellas. Más que un adjetivo, es una escena. Una plaza vacía dominada por los zarzales, una casa con las contraventanas cerradas desde hace años. En El Bierzo, muchas de esas casas guardan una imagen común: la lumbre apagada. No solo la del hogar físico, sino la del vínculo, la presencia, el pulso humano. Porque cuando se apaga una lumbre, no solo se enfría una estancia; se enfría un modo de estar en el mundo.

Ferradillo, Santa Lucía, San Adrián de Valdueza, Palacios de Compludo, Primout, Montes de la Ermita… La lista es larga y conmueve. No son solo nombres: son aldeas que algún dia fueron abandonadas. Fueron despobladas por falta de comunicaciones y perspectivas existenciales, por expropiaciones, por promesas de futuro que llegaron con las manos vacías. Como Bárcena del Río y Posada del Río, borradas del mapa bajo las aguas del embalse. Otras muchas, vencidas no solo por la dureza del clima, sino por un abandono más profundo: el de las políticas, las prioridades, los modelos de desarrollo. Y sin embargo, esos pueblos siguen ahí, recobrando como pueden cierta vitalidad. No en la forma de lo útil o lo productivo, sino como advertencia. Como memoria encarnada. Como espejo de los que fue el abandono. Porque lo que ocurrió en ellos puede volver a ocurrir, ya está ocurriendo, en otros lugares del Bierzo donde aún queda fachada, iglesia y alma... pero la lumbre ya no se enciende cada noche.

Despoblados no son solo los que ya no tienen habitantes; también lo son los que pierden su pulso lentamente, los que sobreviven con la dignidad de un anciano al que ya nadie visita. Entre 2010 y 2024, El Bierzo ha perdido casi 25.000 habitantes. Y la tendencia continúa.

Si no cambia el rumbo, el territorio bajará de los 100.000 hacia mediados de 2035. No es solo una cifra: es una señal. Una señal de alarma. Una lumbre que se apaga. Muchas de las más de 300 aldeas del Bierzo podrían quedar vacías durante buena parte del año, convertidas en residencias esporádicas o en paisajes sin pulso. Porque la despoblación no ocurre de un día para otro: avanza como el fuego en la chimenea cuando nadie lo alimenta. Primero se apaga el centro. Luego, las brasas. Y al final, el frío.

La despoblación no es un fenómeno nuevo como todos sabemos, pero su ritmo se ha acelerado en las últimas décadas. Las causas son múltiples y se retroalimentan: el envejecimiento de la población, la baja natalidad, la emigración juvenil, la falta de oportunidades laborales, el cierre de servicios básicos, la precariedad en las comunicaciones y en la oferta cultural y educativa. Pero también hay causas invisibles: el imaginario del éxito vinculado a la ciudad, la sensación de estar «fuera del mapa»,  el olvido institucional.

La minería fue durante años el corazón económico del Bierzo. Cuando ese corazón dejó de latir, no hubo un plan B real. El cierre de minas no vino acompañado de un proceso sólido de diversificación económica. Tampoco de un acompañamiento emocional ni comunitario. Muchos pueblos quedaron atrapados entre la nostalgia y la resignación. El tejido social se debilitó. La juventud, sin referentes ni expectativas, emigró. Y con cada marcha, otra lumbre se apagó.

El impacto de la despoblación va más allá de lo demográfico. Tiene consecuencias ecológicas, sociales y culturales. Cuando los campos no se cultivan, el paisaje se empobrece. Las zarzas invaden las huertas. El mosaico agroforestal se fragmenta. El fuego encuentra terreno fácil. La biodiversidad se retira. Los caminos se borran. Los saberes tradicionales desaparecen. La oralidad se pierde.

Los rituales comunitarios -romerías, cantares, cuentos, silencios compartidos-  se deshacen con los últimos que los recuerdan..
En los últimos años, ha habido intentos de repensar el futuro rural: iniciativas de agroecología, cooperativas, turismo sostenible, centros de interpretación, redes de neo-rurales. Hijos de antiguos habitantes que regresan, naturalistas, artistas, buscadores de sentido... Gente que intuye que, en estos lugares olvidados, hay respuestas que no encontraremos en las ciudades. Que en la lentitud del campo, en la lógica del corredor orientado al sur, en el horno de barro, hay una sabiduría callada que necesitamos más que nunca. Que lo que parece ruina es, en verdad, una forma de resistencia. Pero no basta con regresar. No basta con soñar. Hace falta cuidado. Hace falta compromiso político, acompañamiento, infraestructuras dignas, acceso a servicios. Hace falta no convertir lo rural en un adorno romántico. Y sobre todo, hace falta un cambio de mirada: entender que lo que se pierde al despoblar un lugar no es solo un número en el censo, sino una forma de habitar con sentido.

A nivel político, el reto es inmenso. La lucha contra la despoblación exige una mirada transversal, intergeneracional y multisectorial. No se soluciona con eslóganes ni con ayudas puntuales. Requiere una planificación territorial justa, una fiscalidad adaptada, una inversión sostenida en servicios públicos, una apuesta por la economía verde y social, y, sobre todo, una participación activa de quienes aún resisten en el territorio. Ellos no son víctimas: son guardianes de un conocimiento que no está en los manuales, pero que puede sostenernos en un futuro incierto.

En esta época de crisis climática, de agotamiento de modelos urbanos, de soledad masificada, los despoblados del Bierzo pueden ser ruinas… u oráculos. Todo depende de cómo nos acerquemos a ellos. Si con prisa o con pausa. Si con indiferencia o con reverencia. Como quien entra en una casa fría… y busca leña para volver a calentarla.

Tal vez lo contrario de despoblado no sea repoblado, sino cuidado. Y donde hay cuidado… puede volver a haber fuego que caliente los hogares.
 

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