Es un perseguidor de sueños y ha dado cuenta en su vida de que se hacen realidad. Lo sabe desde que hace más de 20 años dejara su brillante carrera de Ingeniero Informático por enfocarse en una tienda que recupera recuerdos de los 80 y 90. La Chopper Monster de Malasaña, que, al lado de su chica y de Los Pólipos, su grupo musical forman un todo que le da vida. Eso, y ahora el Espina Fest, el festival de rock que ha querido regalarle a su tierra, Vega de Espinareda, convirtiéndola en un foco mundial de la música ahí donde asegura que le gustaría envejecer. Poner a Vega en el mapa y ver a su padre emocionado con la idea es algo que valida sus desvelos "eso no tiene precio" dice en las horas previas al encuentro que se prepara para este fin desemana.
-De Vega de Espinareda a Malasaña, un vuelco de vida que llegó casi con el efecto 2000 porque fue un año antes, ¿aquello lo cambió todo?
-Yo estudié en Valladolid y luego en Salamanca Ingeniería Informática. El destino para alguien que estudia esto era Madrid, no había otra opción. Tuve la gran suerte de trabajar en la multinacional Indra, en el departamento de procesos electorales. Estaba muy bien porque te daba la oportunidad de viajar mucho. Hacíamos todo el sistema informático de las elecciones, también en España. Pero era un sistema cuyo mercado natural era latinoamérica. Estaba medio año fuera de España y eso daba opción a ahorrar. Pero yo veía que no quería estar con 50 años delante de una pantalla. En Malasaña era donde quería vivir, porque tenía la imagen de barrio del rock, bohemio, artístico. Encontré piso con un compañero de Bembibre. Estuve 7 años en Indra o así. Me compré una Vespa y un equipo de música y pasaba cada día por delante de una joyería que ponía «se alquila». Por allí no había mucho comercio y decidí alquilar aquel local por escapar de mi trabajo. Allí abrí mi tienda. De eso han pasado 20 años.
-¿Y que queda de ese ingeniero informático?
-Muy poco. Lo de huir fue precisamente eso, un cambio radical. Abrí la tienda en Malasaña y fue un giro.
-¿Pero queda algo de ese hijo de los dueños del bar de Vega?
-De eso sí que queda muchísmo, queda todo. El bar sigue existiendo, pero ya no lo regentan mis padres. Lo abrieron en los años 80 y de ese niño que se crió en el bar queda esa experiencia de trato con la gente, de cercanía y de sacrificio, al ver a mis padres al frente de un negocio.
-¿Cómo ha sido su relación de Vega después de irse?, ¿qué le sigue trayendo a casa?
-Vega es mi sitio, mi pueblo, mi refugio. Es el lugar al que pertenezco, donde conservo familia y amigos. Es donde me siento seguro y donde me gusta volver. Pertenezco a Vega.
-¿En qué momento ve a Vega como un escenario y del nivel internacional del Espina Fest?
-Fue porque unos amigos de Madrid que tienen un grupo que se llama Generador, uno de ellos guitarriasta de Fangoria, tuvieron un concierto en Ponferrada, en el Morticia y se vinieron a mi casa a Vega. Fliparon con el pueblo, con el entorno, con los bares...Jesús tuvo la idea de hacer un festival, pero yo le dije que no me calentara la cabeza. Mi padre les contó lo que era Vega en los 80 y 90. Pero la cosa quedó ahí. Años después, en medio de la pandemia, volví a casa y se me cayó el alma a los pies. La situación era deprimente, después del fin de la minería y ahora aquello... Y me encontré al alcalde por aquel entonces, Santiago. Y le comenté aquella idea. Me dijo que si pensaba que eso era Hollywood. Le dije que no quería dinero y ahí nos empezamos a entender. Ya pensamos en hacer que fuera un evento autosostenible, que los hosteleros se implicaran, hoy son parte fundamental. Se hace merchandising con el fin de que no suponga un roto para el Ayuntamiento. Y ese primer año que se intentó, se cortó por una de las olas de la pandemia. Pero mucha gente había reservado y fue igual allí. Ya se juntaron medio centenar de aficionados al rock. Ese fue el germen, la edición cero y ahí se vio que aquello podía funcionar. Ese trabajo previo sirvió para hacer, al año siguiente la edición de verdad, y este año cumplimos la cuarta.
-¿Cómo ha funcionado, han encontrado esa autosuficiencia económica? ¿cómo ha sido eso de «vender» Vega a músicos de todas las partes del mundo para que se unieran al Espina?
-Yo tengo un grupo que se llaman Los Pólipos e hicimos una gira en México y hubo bandas que se interesaron en venir. Aprovechamos grupos que vienen de gira porque no tenemos el potencial que tienen grandes festivales como para traer a una banda, aprovechamos eso. Pero me encanta escuchar cosas como a un amigo de Los Ángeles que hablaba maravillas del festival y de la zona, y cómo lo recomendaba a otros grupos de allí. Si en Los Ángeles se habla de Vega de Espinareda en el ambiente musical, de un pueblo entre montañas en El Bierzo, yo creo que el objetivo está más que cumplido. La idea del festival es que sea un escaparate para la zona y con eso me siento más que satisfecho.

-Y no sé si ya, en la cuarta edición, hay grupos que piden ir a Vega a tocar...
-Sí, y muchos. Eso quiere decir que ha funcionado, pero el festival tiene una línea que no quiero que se pierda. No es un negocio, no tienen ánimo de lucro. Tiene un estilo determinado, el rock adn roll de raíz, ahí cabe el clásico, el garage, el punk. Pero siempre siguiendo una línea subterránea, no algo masivo y de ahí no nos vamos a salir, porque no tenemos la presión de vender entradas o de contentar a un patrocinador, sino que hacemos un poco lo que nos dicta nuestro corazón y nuestro gusto por la música y por el arte.
-No sé si dentro de esa línea marcada le gustaría incrementar el festival con alguna actividad o algún grupo...
-No nos obsesiona que crezca la cita. Es un municipio de 2.000 habitantes y con el Espina se multiplica por cinco y no hay tanta capacidad hotelera. No se trata de crecer y facturar, de lo que se trata es de que la gente venga, se divierta y conozca la zona. Y eso lo hemos conseguido porque tenemos gente de todo el mundo y que repite desde el primer año. Pero no queremos masificar. Así está bien y tal vez un sueño sería traer a Iggy Pop...
-¿Cree que la gente de Vega ha entendido su idea y se ha implicado con ella?
-Sí, por supuesto. La gente que viene se va con una sensación de que ha recibido muy buen trato. La imagen de las señoras mayores en el balcón disfrutando de los conciertos lo dice todo. Al principio podían tener miedo de que se llenase el pueblo de rockeros melenudos que destrozasen el pueblo. Ahora, el comentario es justo el contrario, porque creo que la gente que va al Espina Fest es gente melómana, que le gusta disfrutar de la música y muy respetuosa. Eso lo valoran los propios.
-Creo que es un perseguidor de sueños, le llaman el Chopper Monster porque lidera la venta de recuerdos de los 80 y 90 desde esa tienda de culto en Malasaña ¿cree que El Bierzo podría aprender algo de eso de que perseguir un sueño funciona?
-No lo sé. No me considero alguien para dar lecciones. Es verdad que soy obsesivo y persigo lo que quiero hasta que sucede. Voy con todo y si veo que se tuerce, le doy un par de oportunidades y si no, pienso que tal vez sea que no. Pero el problema en El Bierzo es que hemos perdido varias generaciones que nos hemos tenido que ir. Te educaban para ello, pero es una zona que tiene mucho que ofrecer y la gente que viene alucina.